lunes, 16 de julio de 2012

Sniper Alley (3).

Allá va otra entrega. Ya la tenía escrita, pero he aprovechado la falta de sueño para actalizar y seguir con lo que me queda aún que escribir, que es bastante.
Un saludillo a todos.





La ventana estalló con gran estruendo de nuevo y Hermann repitió la maldición, aunque ahora la había gritado por encima del tremendo ruido de cascotes cayendo a la calle. Al asomarse de nuevo, se dio cuenta del problema. Parte de la fachada que daba al solar se había derrumbado a causa de las explosiones. Dónde habían estado las ventanas, ahora no había nada y se podían ver algunos cadáveres destrozados. Eran los restos de algunos de los que habían eliminado y estaba seguro ya de que sólo quedaba uno. Al final, lo identificó, un poco más abajo, entre los escombros. Se movía, pero tenía las manos agarradas a la cabeza. Parecía sangrar. Avisó a Dean del asunto y recogió el cargador que había dejado caer, antes de irse.
–Está vivo, pero bastante jodido –dijo el norirlandés cuándo llegó hasta él–. Ha caído desde alto y juraría que el sepiazo le ha petado los tímpanos.
–Déjame verlo –lo examinó cuidadosamente. Bufó y escupió el polvo a un lado–. No estaría tan mal si no se hubiera caído. No podemos llevarlo a un hospital.
–Yo tampoco querría llevarlo, aunque pudiéramos.
–Pero harás lo que yo te diga, mientras trabajes para mí.
–Cierto, cierto.
–Casi mejor será que terminemos ya –comentó el alemán–. Seguro que hemos atraído miradas curiosas.
Se llevó la mano a la funda alargada que tenía en la cintura. Desabrochó y sacó con calma el tomahawk de acero que había comprado hacía ya más de un año a una empresa norteamericana. La mayoría de colegas de oficio se burlaban y lo llamaban indio. Unos pocos dejaron de llamárselo cuándo lo usó para atravesar de un sólo golpe el casco de un serbio. Y de paso, el cráneo del dueño del casco.
–Tranquilo amigo, ya sé que te duele –dijo, tratando de tranquilizar al francotirador, que se revolvía entre silenciosos gemidos–. Dean, sujétalo, querría hacerlo de una sola vez. Si se pone a gritar, mal vamos.
Su empleado lo obedeció y le agarró de la cabeza, usando ambas manos con fuerza.
–Por mí bien, es cosa tuya –sonrió, socarrón–. Pero no me jodas y apunta bien.

Barega no pudo escuchar el chasquido sordo que sonó a continuación, porque estaba demasiado lejos. Había salido al escuchar las explosiones. De aquél edificio alto del que desconfiaba salía ahora bastante polvo y era evidente, a pesar de que no podía ver la otra fachada, de que habían usado explosivos contra él. Supuso que un grupo de bosnios pasándoselo bien, o saldando cuentas pendientes con los tiradores serbios. Tanto le daba. Podría sacar de allí al grupo que lo había contratado, si conseguía ponerse en contacto. Mantuvo su posición en silencio, la ametralladora apoyada en la ventana, bien camuflada por un cuadro “casualmente” caído allí. Esperó con la espalda apoyada en una vieja estantería, a ver si aparecía alguien por la calle. Después de casi media hora, los vio. Eran dos. Uno que lo llegaría al metro ochenta, de grisazul y la cabeza cubierta con un chambergo del mismo color. Desde allí, en el primer piso podía ver su fusil y las trinchas negras. El otro era bastante más alto, de aspecto espigado. Llevaba una gorra vieja, marrón con líneas que se entrecruzaban en negro. Llevaba una especie de bufanda de lana alrededor del cuello, pero por lo demás, vestía cómo el otro. Pudo ver el lanzagranadas y el fusil claramente. Maldijo. Ya sabía cómo habían volado aquello y maldito lo que deseaba asustar a alguien que cargara con un lanzapepinos. Quería hablar con ellos, pero no tenía muy claro ni cómo hacerlo. Zigzagueaban rápidamente entre los desechos que poblaban la calle, así que le costaba un poco saber por dónde saldrían cada vez. Por su aspecto, no eran de por allí, pero estaba claro que sabían cómo moverse. Si no eran de allí y sabían moverse, serían soldados. Pero no podían ser parte del Tratado Atlántico, así que los supuso soldados de fortuna. El quién los había contratado, lo ignoraba. Pero acababan de volar un edificio tomado por francotiradores serbios y eso le planteaba un problema de acercamiento, ya que preferiría no morir reventado por una granada.


Dean se fue hacia la izquierda mientras Hermann esperaba tranquilo. Respiró profundamente, antes de volver a persignarse. Salió corriendo y ya antes de parar apuntaba el fusil hacia las fachadas que los rodeaban, por si alguien quería amargarles el día. Un poco más.

–Mira aquella parte de allá –dijo el norirlandés, señalando en una dirección–. Creo que he visto moverse algo.
–Espera que eche un vistazo –el alemán asomó ligeramente la cabeza, con un pequeño catalejo incrustado bajo la ceja–. No veo nada. Asómate un poco, por la derecha. Si hay alguien, le será complicado.
Dean maldijo e hizo lo que le había ordenado. No ocurrió nada.
–Vale, limpio –dijo Hermann, más tranquilo–. Sigamos.
Avanzaron de nuevo, repitiendo la operación tantas veces cómo la necesitaron, pero sin incidentes. Hasta que al llegar bajo un edificio, Dean ladeó la cabeza para escuchar mejor y atrajo la atención de Hermann, que estaba detrás de un contenedor cercano. Se llevó un dedo a la oreja, antes de señalar el edificio. Luego subió un pulgar, señalando la ventana superior. El mercenario germano, disimulando cómo si pasara la vista por todas partes, sólo vio un cuadro caído ante la ventana, aunque no podía ver bien de qué era. De pronto, como si le persiguiera el diablo, corrió en zigzag hasta justo debajo. Una vez allí, discutió con Dean la forma de plantearse el dilema, hasta que llegaron a una idea razonable.

Penetraron en el edificio, juntos, cubriéndose. Allí, entre los cascotes de un agujero en el techo y el polvo, pudieron ver las escaleras y el hueco de un ascensor desmantelado. Hermann se cagó en algunos panteones y se acercó al hueco, para ver cómo lo escalaría. Se echó el AK a la espalda y aseguró la correa, antes de meter mano a los pocos salientes que había. Dean se acercó a la escalera con su corto fusil, antes de comenzar a subirla con aire profesional, el mismo que le había enseñado el alemán al entrar a trabajar con él. En más de una ocasión aquella enseñanza le había salvado la vida y le estaba muy agradecido por aquello y por sacarle de Ulster a tiempo, antes de que lo trincaran. Cuándo llegó arriba, esperó la señal, que consistía en un toque al micro. Cuándo lo recibió, salió al rellano con decisión y atento a todas partes. En cuánto se cercioró de que allí no había nadie, fue hacia el hueco del ascensor y ayudó a Hermann a subir del todo. Éste sacó el revólver R77 de ocho tiros y encabezó la búsqueda por allí dentro. En la ventana que daba a la calle, habían apoyado una ametralladora PKM que no se veía desde fuera. La podían ver por el hueco del tabique y el joven se adelantó hacía el arma sin poner demasiada atención. Antes de llegar a ella, una montaña se movió tras el tabique y retorció el brazo del fusil del norirlandés. Lo encaró hacia el alemán y gritó, alto aunque no claro:

“¡Hablar! ¡Tranquilo! ¡Hablar! ¡Raqueta!”

sábado, 14 de julio de 2012

La bella y la bestia

Aviso que es algo largo. Está basado ampliamente en el conocidísimo cuento de hadas, aunque evidentemente tomo muchísimo de la versión Disney, que francamente, me parece que es estupenda. En otros aspectos, Disney me ha dejado paso a mí, así que creo que no os desagradará.
Un saludo a todos!




–Si viene aquí, moriremos –dijo un asustado hombre. El pueblo sabía que en el viejo castillo algo pasaba, pero no creerían en la palabra del joven cazador–. Tenemos que matarlo antes de que use la noche a su favor.
–Ya me habéis oído buenos señores –era alto, fornido y bien parecido. Gastón vivía desde pequeño allí y nadie dudaba de él–. Debemos marchar ya mismo, no podemos concederle tregua. Que Bella se quede aquí, por su propia seguridad.
La hermosa muchacha protestó, pero quedó encerrada en su casa por el gentío, que la creía bajo el hechizo de la bestia.
–Gracias a Dios que Gastón te ha salvado Bella –dijo la anciana mientras la empujaba hasta la sala–. No podría haber soportado perderte.

El gentío estaba erizado en múltiples herramientas de labranza y hachas de leñador. Las antorchas iluminaban su camino, seguros de que Dios estaba con ellos y con nadie más. Gastón observó en la lejanía el siniestro castillo, sonriente. Aquél engendro moriría y él no tendría que mover un dedo, pues la turba enfurecida era más que suficiente.

–Recordad que tiene largos colmillos de acero – Los exhortó, animado–. Cuidado con sus garras y púas, pues os intentará arrancar la piel con ella. Pero el fuego purificador y nuestras propias manos guiadas por Dios, darán muerte al demonio.

SÍ, LO SON. Y NADIE, EXCEPTO UN CAZADOR AFORTUNADO, OS GUÍA.


–Es un monstruo cómo una montaña –continuó, con una desagradable sensación en la nuca que no conseguía aislar–. Y su castillo está embrujado, pero no temáis.


OH, SÍ, LO ESTÁ. TEMEDLO Y TEMEDME. TEMED AL MONSTRUO MONTAÑA.


–Muy próximo está ya su fin –seguía con la sensación, sólo que aumentada. Los hígados le temblaban y creyó saber que era miedo–. ¡Es tan cruel cómo el mismo Luzbel! ¡Entrad a por él y que no tenga cuartel!


SÍ, ES POSIBLE QUE LO ESTÉ. Y SOY TAN CRUEL COMO CUALQUIERA. Y ESO ES MUCHO. VENID POR MÍ, OS ESTOY ESPERANDO.


–¡Tiene mágicos poderes! –sí, era miedo lo que sentía. Pero lo juzgó irracional, ya que ni siquiera tenía porqué hacercarse. Con rodear el tumulto y penetrar en el castillo, con lo poco que había visto en la entrada, bien podría pagar a un pequeño ejército para tomarlo–. ¡Pero que no os asuste el misterio, pues yo estoy a vuestro lado! ¡Esa brutal bestia, debe morir!


OS ESTOY ESPERANDO. CON PÚAS, GARRAS, DIENTES, NEGRA MAGIA Y AL MISMO LUZBEL SI HACE FALTA. MORIRÉIS TODOS. ESPECIALMENTE, TÚ.


Gastón sintió el nuevo escalofrío con temor. Dejó que lo adelantaran. Al llegar a las puertas del castillo ya estaba a la cola de la turba. Las altas rejas que eran las puertas cedieron y entraron al primer patio, todo antorchas y hierros. Escucharon todos truenos que sonaban lejanos, pero a media tarde estaba completamente despejado y nada hacía temer tormenta. Tras la destrozada fuente, apareció una figura. Era oscura y muy grande. Estaba armada con un sable y un hacha, pero lo que más impresionaba era aquella armadura negra de metal y cuero, toda erizada en pinchos y cuchillas. Parecía más pensada para dañar que para proteger. Pero lo que aterrorizó de verdad a la muchedumbre, fue su rostro. Estaba oculto por un yelmo con cara de jabalí de chato morro y afiladísimos colmillos. En el lugar dónde debían estar los ojos, ardían dos ascuas que iluminaban con rojo resplandor el metal bajo el que se cubrían. Tal era su ira, pues había visto que dada una semana a Bella, aquél que enviaba a los pueblerinos contra él había urdido un plan para secuestrarla cuándo volvía. Se había preparado para ir a buscarla, pero al sentirlos venir, decidió esperarlos.

La turba se había detenido. Nadie osaba mover un dedo. La figura estaba quieta, con las armas apoyadas en ambos hombros, aguardando.

NO TENGO TODO EL DÍA.


La frase, pronunciada con una voz profunda y grave, que provenía de una garganta venida del mismo infierno hizo que un temeroso rumor recorriera el gentío. La lluvia comenzó a repiquetear en el suelo y en la armadura del ser. El castillo, tras él, era dos veces más grande y siniestro que antes. Las fuerzas del pueblo flaqueaban ante aquella demostración. El miedo los atenazaba en el lugar dónde estaban, incapaces de moverse siquiera para huir.


NO. TENGO. TODO. EL. DÍA. ¡VENID!


La última palabra estalló en las mentes de todos. Hasta en el pueblo, las mujeres y niños se aterraron. Incluso Bella, que conocía las muestras de ira de su amado, se sobresaltó.

La muchedumbre, con un punto de indecisión, avanzó. Lentamente, rodeó al guerrero negro, que no se había movido de delante de la fuente. Titubeó el gentío, respirando todos entrecortadamente, como pensándose todo aquello. Gastón notó la indecisión de la masa pueblerina.
–¡Ese es el que amenaza vuestra tranquilidad! –dijo, arropado por la distancia, sabiéndose seguro–. ¡Secuestra y mata a los vuestros!
Nuevos murmullos. Alguna palabra de apoyo airada. Alguna en contra, casi más airada.

ESTOY HARTO. YA VOY YO.


La figura avanzó varios metros en un parpadeo. Hendió el cuerpo de un paleto de un terrible tajo de sable y mientras la curva hoja aún cortaba carne y el hombre gritaba alarmado, moviéndose con una agilidad y velocidad sobrehumanas, giró para imprimir velocidad al golpe y hundió el hacha en el pecho de otro. Asombrados por la demostración, le fueron encima con un grito de furia. Se apiñaron, golpeando, pinchando y zarandeando. Muchos retiraron manos llenas de sangre, cuándo allí continuaban. Se revolvía cómo un ser del Averno, cortando a diestro y siniestro, sin necesitar siempre sus armas. Las cuchillas corporales hacían mucho trabajo y los pueblerinos lo sentían aterrados. Atravesó a uno y se alzó, rugiendo bestialmente al cielo. Vomitó fuego por los ojos e incendió a un desgraciado, que cayó retorciéndose aullando. La Bestia se abalanzó de nuevo, sajando y trinchando, golpeando con puño, pie o rodilla. Girando sin parar, seguro de que su defensa era el ataque, sumergiéndose en la masa, en la amarilla oscuridad, de oscilantes sombras que las antorchas favorecían. De vez en cuándo sentía un pellizco, una hoja allí, en blando. Pero no importaba.


¡NO SOIS NADA! ¡TEMÉIS A VUESTRA SOMBRA! ¡Y YO, SOY LA SOMBRA!


Volvió a arremeter, furioso cómo estaba. La muchedumbre era menos densa y peleaba menos, sin ganas. Buscaban la salida.


¡SOY AQUELLO QUE SIEMPRE TEMERÉIS! ¡A MÍ NO PODÉIS CONJURARME! ¡SÓLO PODÉIS TEMERME!


Las palabras resonaban en los recovecos de sus mentes, atormentándolos. De pronto, cómo milagro, alguien encontró la salida, que se había mostrado esquiva a todos. En tropel, atropellando a heridos y muertos, corrieron hacia ella y hacia el bosque. Los lobos darían cuenta de ellos, si no se daban prisa. A los que aún respiraban, los acuchilló allá dónde yacían, abandonados por sus amigos y familiares. A todos menos a uno. Era un cuarentón, en razonable estado de salud, al que sólo había cortado en la mejilla al propinarle un codazo. Bestia hizo un gesto con la mano y de la nada apareció un corcel negro, de ojos infernales.


CABALGARÁS HASTA TU GENTE Y LLEVARÁS EL MENSAJE. LIBERARÉIS A BELLA, O ME LLEVARÉ A UN NIÑO DIARIO. NADA NI NADIE PUEDE IMPEDÍRMELO. SI ELLA VUELVE, SERÉ CLEMENTE Y NO SABRÉIS NADA DE NOSOTROS, SI NO TRATÁIS DE REPETIR ESTO. HOY SÓLO HE DADO UNA LECCIÓN, NO QUERRÁIS QUE VAYA A LA GUERRA.


Cuándo el corcel se hubo perdido a la velocidad del viento, la figura negra se giró en redondo. Había visto cómo Gastón entraba a hurtadillas en el palacio, con claro ánimo de arramblar con cualquier cosa de valor. A esas alturas, el palacio ya habría escondido lo que hubiera de valor.


ESTÁS DENTRO. TE PUEDO SENTIR.


Gastón se frenó en seco. No había oído la voz, pero estaba muy seguro de haberlo hecho. Miró por una de las ventanas del segundo piso, dónde estaba. La figura estaba rodeada de muertos por doquier. No había pasado ni un minuto desde que entrara allí. Estaba seguro de que los pueblerinos habían flaqueado mucho antes. Los maldijo. Volvió a maldecirlos cuándo vio cómo Bestia se apresuraba a entrar, para iniciar la persecución.


TE SACARÉ A RASTRAS, LADRÓN.


Gastón sudaba a chorros. No sabía cómo, pero no encontraba las escaleras para bajar. Fuera parecía que fuera caía el cielo sobre la tierra. Relámpagos de varios colores destellaban en el cielo, seguidos de atronadores explosiones, que no sonaban en absoluto cómo los truenos normales. La lluvia era un aullido extraño que no paraba. Abrió una puerta.


NO HE DICHO QUE TÚ VAYAS A SALIR. DEBERÍAS ATENDER A LO QUE DICE TU ANFITRIÓN.


La puerta daba a una terraza muy superior, que discurría sobre algunos de los altos tejados del palacio. La lluvia era demencial, con todos aquellos relámpagos y ruidos. El viento silbaba malévolo y no invitaba a envolverse en él. Escuchó pasos apresurados tras él. Pasos pesados y metálicos. Pasos peligrosos. Salió a la lluvia y cerró tras él, tratando de atrancar la puerta con su espada tras lo cuál, corrió buscando alguna otra salida, alguna forma de escapar de allí. Los tejados negros parecían de escamas y cada gárgola se movía cómo si estuvieran vivas.


TE HAS DEJADO LA ESPADA.


Giró en redondo. Nadie. Volvió a su dirección y se cortó contra un pecho lleno de púas y cuchillas negras. Cayó de espaldas, gritando aterrado. Debía de medir medio metro más que en el patio de entrada. Era enorme, negro y con los ojos candentes. Bestia resopló, divertido.

CREO QUE TE LA HAS DEJADO DÓNDE YA NO PUEDES ALCANZARLA.

Señalaba a una zona inferior. La terraza de abajo, tenía una puerta y en esa puerta estaba la espada.


CREO, QUE ESTÁS ATRAPADO.


Dejó caer el hacha con cuidado. Se alejó unos metros, con el sable preparado.


CÓGELA. ATÁCAME.


No se atrevió a moverse.


NO TENGO TODO EL DÍA.


Con dificultad se irguió. Avanzó inseguro hasta el hacha y la recogió, cómo quien recoge un animal muerto.


AHORA. ATÁCAME.


Gastón lloraba. Tenía las piernas temblorosas y las cruzaba en una posición muy característica.


DEJA DE MEAR Y ATÁCAME.


Con terror, alzó levemente el hacha y la dirigió contra Bestia. De un sablazo lo desarmó.


RECÓGELA OTRA VEZ.


Repitió la operación de recogerla y acercase de nuevo. Bestia también lo desarmó.


BUENO. CREO QUE YA TENGO BASTANTE PLACER.


Señaló el arbotante más cercano con un dedo, despreocupado de que Gastón pudiera intentar nada.


¿LO VES BIEN? PUES ESE VA A SER EL LUGAR DESDE EL CUÁL TE COLGARÉ.


El joven comenzó a sollozar.


CON LO VALIENTE QUE ERAS, JOVEN GASTÓN. NO TE ARRUGUES HOMBRE, QUE NO VOY A HERVIRTE EN CERA O DESOLLARTE VIVO.


El llanto ya era desconsolado. Bestia suspiró levemente, mientras anudaba la soga que había salido de la nada. La echó alrededor del arco de piedra y la aseguró con un lazo.


VAMOS. ¡ENTEREZA! YA QUEDA POCO.


No dejó de llorar en ningún momento, incluso cuándo le pasó el nudo por el cuello, asegurándose de que no se partiría el cuello. Era fuerte, aquél cuello aguantaría.


YA QUE VAS PARA ALLÁ, DILE A LUCIFER QUE NO ME ESPERE DESPIERTO, QUE LLEGARÉ A MI RITMO. NO QUERRÁ QUE VAYA ANTES DE HORA. LA ÚLTIMA VEZ, NO LE GUSTÓ.


Bella llegó al galope. Ante ella, el majestuoso palacio se elevaba entre los jardines de la entrada. Tocó dos veces en el gran portón y se abrió sólo, como tantas veces. Dentro, envuelto en seda, esperaba Bestia, con el rostro oculto por aquella máscara.

Ella se acercó, tímida.
–¿Ya ha acabado? –preguntó, esperanzada–. He montado tan pronto ha llegado el señor Murat.
Bestia asintió, mientras descendía escalón a escalón, hasta alcanzarla. La abrazó lentamente y ella se dejó abrazar.
–Sí.

miércoles, 11 de julio de 2012

Sniper Alley (2).

Y así continua el relato sobre algunos de los personajes de Sueño Africano, el webcómic que pasito a pasito, preparamos blacksanz y yo. Espero que os entretenga y os intrigue.





–Vuelto –Barega aún se estaba acostumbrando al inglés y le costaba en ocasiones. Ahora, recortado contra la ventana por la que solía acceder, pronunciaba con cierta dificultad las pocas palabras que se sabía–. Agua. Dos latas. Munición.
–Ah, hola Barega –uno de los acompañantes bosnios a los que Barega protegía, odiaba a los serbios, pero con aquella mujer había hecho una excepción–. La serbia ha repetido el mensaje, a ver si conseguimos que vengan del puesto avanzado de la O.T.A.N.
–Bien. Voy limpiar arma –el gigantón dejó la PKM que llevaba a la espalda en el suelo y comenzó a desmontarla–. Come.
–Sí, sí. Gracias.
Cerca, sonaron disparos. No iban dirigidos a ellos y parecía que se producían detrás de aquél edificio de diez plantas de enfrente. Se tranquilizaron antes de seguir con lo suyo.

A Hermann se le iba a caer el corazón de la boca. Cuándo Dean llegó hasta la furgoneta, un tiro resonó en la calle, perdiéndose el eco en la ciudad. Y cuándo él intentó llegar, saliendo desde el otro lado, se quedó corto y ahora se escondía en un portal, atento a posibles amenazas desde arriba. Un tiro le había roto una de las presillas del costado, pero no había llegado a herirle, milagrosamente.

–¡Jefe! ¿Quiere ayuda? –Dean se ofrecía voluntarioso, pues tenía ganas de gresca. Muchas ganas–. ¡Lío un Cristo en cuánto me diga!
–¡No! ¡Mantén la cabeza agachada, no te asomes! –apretó el pulsador del micro antes de hablar de nuevo–. Y no hace falta que grites, usa la radio. En todo caso, mantente ahí, voy a intentar subir al primero de este edificio, a ver si tengo ángulo para darles un susto.
–Copio.

El alemán abrió violentamente la puerta, descargando su peso sobre la madera quebradiza hasta que cedió con gran ruido. Apuntó la carabina dentro, por si saliera alguien a saludar. Ante él, una escalera, flanqueada por dos puertas. Un diseño funcional y barato de producir, típicamente comunista. Avanzó en calma reponiéndose del susto inicial y tratando de hacer el mínimo ruido posible al caminar por restos de yeso y cristales rotos. Subió las escaleras sin dejar de vigilar el siguiente piso, no fuera a ser que apareciera alguien, cosa que no ocurrió. La puerta de la derecha del primero estaba abierta y la ventana de la escalera yacía en el suelo, reventada de un morterazo. Al llegar a la puerta, miró al interior con disimulo. No vio a nadie y calculó que los tiradores no tendrían ángulo. Continuó hasta el cuarto piso, repitiendo la operación tantas veces hizo falta, para evitarse malos encuentros. Por fin, tras derribar la puerta de una patada, avanzó agachado entre cascotes y vidrios, hasta una posición desde la que observaba el edificio del otro lado de la calle, que sobresalía y acentuaba el solar que tenían entre medias. Por fin podía ver a los tiradores. Eran cinco, dos armados con probablemente algo similar a un zastava m76 y el resto con una curiosa variedad de fusiles de asalto. Desde allí, sin miras podría abatir a uno, si no lo veían antes. Dos, si eran lentos, pero poco más. Decidió subir un par de pisos más, mientras radiaba a Dean la posición.


El joven norirlandés usó el espejo en la esquina. Un tiro lo reventó a los dos segundos, pero se pudo hacer una ligera idea del asunto. Ya sabía lo que tenía que hacer. Ajustó las alzas del lanzagranadas a la distancia e hizo lo mismo con las del AK. Suspiró levemente y pulsó el botón del micro. “Listo jefe”, dijo. Casi inmediatamente, desde el sexto de la casa en la que Hermann había entrado, llegó el ruido que armaba el fusil del alemán, disparando en ráfagas cortas, tomando por sorpresa a los tiradores, que lo creían más abajo. Los disparos en respuesta no se hicieron esperar y la ventana por la que el mercenario había aparecido hervía bajo los disparos, alcanzada por varios calibres distintos, excepto por los de las balas explosivas serbias, que no habían abierto fuego.

Dean se asomó, con el lanzagranadas preparado y casi sin pensar, alineó las miras, frenó su impulso en una décima de segundo y oprimió el disparador. Inmediatamente, se arrodilló, dejando caer el m79 al suelo y afianzado su fusil, al tiempo que una de las ventanas explotaba con violencia y parte de la fachada se venía abajo. Una ráfaga partió desde la furgoneta en la calle, intentando hacer que el otro tirador, que no estaba cerca de la ventana que había volado agachara la cabeza un segundo y esperando que dejaran a su jefe tranquilo el tiempo suficiente para hacer lo suyo.

A Hermann le habían temblado los dientes con el pelotazo, que había sido tremendo. “Ya ha estado trasteando otra vez con la munición, el muy…” pensó, algo contrariado, antes de levantarse entre el polvo que entraba por la destrozada ventana. Apuntó de nuevo entre el humo y calculó por dónde debía estar el otro tirador, al que por el ruido que había, Dean hostigaba también. Disparó tres veces, justo antes de una ráfaga larga, de casi medio cargador hacia las otras ventanas. Volvió a agacharse, casi seguro de que el francotirador superviviente ya no lo era, pero por si las moscas, sacó una de aquellas granadas, excedentes del ejército chino, que ahora pululaban por la mitad de los mercados de armas de medio mundo. Era un modelo anticuado, de palo, pero venía al pelo si había que tirar una más lejos de lo habitual. Y cruzar un solar de un solo lanzamiento y colarla por dónde quería, era más de lo que podría hacer con una piña clásica. Cuándo Dean volvió a disparar de nuevo, aprovechó, desenroscó el seguro y tiró de la anilla, justa antes de tomar un poco de impulso y lanzarla a la ventana de enfrente, que estaba un piso más abajo. Con un ruido seco, estalló, arrancando un escalofriante grito y una vida.


Dean recargó el lanzagranadas y volvió a salir ahora que se fijaban de nuevo en Hermann. Apenas asomó, dos disparos tocaron cerca y un tercero rasgó el aire dónde había estado su cabeza. “Parece que ya han aprendido” pensó el joven, que si no se ponía en marcha, se quedaría en el paro. Así que tomando aliento, se concentró un segundo y se preparó mentalmente. Se puso de frente a la furgo que se interponía entre los tiradores y él y tras preparar el lanzagranadas, dio varios saltitos hacia atrás, descubriéndose a la vista. Sin dejar pasar ni un momento, en cuánto vio la ventana, levantó el arma y disparó, dejando que el retroceso lo tirara de espaldas.

martes, 10 de julio de 2012

Sobre el Spam

Mientras sigo con lo de Sniper Alley, el fanfic para ReinaCnl y demás cosas, os entretendré un poco con una entrada que se me ha ocurrido redactar con el reciente spam que he "sufrido".

Es necesario anunciarse. Es necesario y lo más normal del mundo. Hay muchísimas formas de hacerlo. Postear más a menudo para aparecer en la portada, comentar mucho en otros sitios, que la firma del foro lleve a tu obra, hacer hilos adrede para fomentar su lectura y muchas cosas similares. A mí se me ha ocurrido empezar a promocionar mi primer webcómic con un relatito corto y estoy pensando el tema de hacer guiones cortos de humor con los personajes. Como digo, muchísimas formas.

Pero si hay una horrible, es la de ir de perfil en perfil, o comentando únicamente para decir: "Eh, échale un vistazo a mi blog/cómic/loquesea". Es deleznable. Evitable. Avergonzante. No es que estemos hablando de publicidad de algo que se vende (de la que sí recibimos en correo, ordinario o electrónico), sino que es algo por amor al arte.
Meterse en perfiles ajenos y decirles que se pasen a ver tu cómic sin mirar lo que allí hay hecho, es una falta de educación enorme, suprema. Casi más que hablar con una pésima ortografía. Pero ya es intolerable cuándo encima, el spam es de algo que no avanza, que es una absoluta mierda o que acaba de empezar y tiene una entrega (que además puede ser una explicación en texto, si es un webcómic).
Lo único que conseguirán conmigo es mi repulsa hacia la obra, pese a que es posible que no tenga nada de malo, excepto un autor que tiene prisa por ser famoso dentro del mundillo. En lugar de esforzarse, se dedican a spamear a las buenas gentes de la red, cuándo podrían aprovechar ese tiempo en mejorar la calidad, o añadir más contenido chachi.

En serio, hacednos y haceros un favor. A nosotros porque dejaréis de spamear y a vosotros porque alcanzaréis el estrellato. Meteos en 4chan y enseñad la chorra, o lo que sea. De una forma u otra, un montón de gente os conocerá y a nostros nos dejaréis, de una maldita vez, en paz.

lunes, 9 de julio de 2012

Sniper Alley (1).


Bueno, aquí va un pequeño relato que espero no se alargue más allá de las tres o cuatro entregas. Se trata de una historia que tiene mucho que ver con el webcómic que ando guionizando, ya que los tres protagonistas que aparecen son tres de los protas de dicho cómic, sólo que unos cuántos años antes. Además, hacía tiempo que quería escribir algo sobre la guerra de Bosnia y la disolución de Yugoslavia (que yo viví siendo un chaval y sin ser del todo consciente de lo que allí ocurría) y creo que el marco es adecuado a los personajes. Espero que los disfrutéis y os sirva para conocer mejor a los personajes.


Hacía semanas que estaban allí. Dean y él ya se conocían de hacía un par de años, cuándo visitó a un amigo en Ulster y desde entonces el alemán había insistido en que trabajaran juntos. Yugoslava se descomponía violentamente y ellos trataban de buscarse un hueco, entre la mala sangre y las atrocidades que allí ocurrían. Al final habían encontrado a un serbio adinerado que les había pagado para buscar a su mujer, que estaba en un edificio de Sarajevo, en el bulevar Zmaja od Bosne. Un lugar peligroso, desde el que la señora había mandado una señal de socorro a través de una centralita de radio que todos creían desconectada. Según su mensaje, allí había cómo media docena de personas, que no se atrevían a salir por la amenaza de francotiradores que campaban por todo el bulevar. Hermann entendía perfectamente aquello, ya que cada paso había que planificarlo, repensarlo bien y efectuarlo.  Y aún así no era seguro al 100% que no recibieran alguna de aquellas balas explosivas.

Barega estaba echado en el suelo, tratando de dormir un poco. Desde que había salido de su aldea natal  en el Gran Desierto de Victoria, no había visto otra cosa que guerra y cine, así que después del infructuoso intento de acabar en Holywood, se había embarcado en un mercante con destino a Europa. Una vez en Bosnia, había conseguido armas mediante el noble arte del contrabando y la amenaza y ahora estaba allí, varado en plena Sarajevo, tratando de conseguir que sobrevivieran aquellas personas. Por suerte, una de ellas que decía tener mucho dinero fuera de la guerra, era aficionada a la electrónica y creía haber enviado un mensaje usando el aparato de radio de una antigua emisora yugoslava, que ahora estaba llena de cristales rotos, sin más electricidad que la que conseguía un pequeño generador diésel. Bebían el agua que traía Barega de fuera, desde el río, pero las pastillas potabilizadoras del aborigen se estaban agotando y no podrían mantenerse mucho más allí, si no encontraban una fuente de agua potable, o más pastillas. La comida también era importante, pero disponían de suficientes latas para mantenerse al menos cuatro días más sin problemas. El joven mercenario apenas bebía y sólo se permitía un bocado diario, a pesar de ser tan excepcionalmente grande. Debía de medir con facilidad los dos metros de alto y era tan corpulento que dos personas lo habrían tenido complicado para rodearle con sus brazos. La oscuridad de su piel había tomado un tono ceniciento, no ya por la falta de Sol o la mala alimentación, sino por las toneladas de polvo que allí había.

Hermann estaba seguro de que en el edificio de enfrente habría al menos cuatro de ellos. De lo que no estaba seguro era del armamento que tendrían. Algún 47, que montara una mira anticuada, si había suerte. Lo más probable es que aquellos hijos de puta tuvieran al menos un Zastava, que combinado con las armas automáticas de sus compañeros, sería muy eficaz. El Zastava atrae, los otros acaban el trabajo. No es que no pudieran disponer de un Dragunov, pero su munición especial lo hacía menos accesible. Sopesó la posibilidad de dar un rodeo, pero sería demasiado. El mapa, si era correcto, indicaba que tras aquél edificio ruinoso de diez plantas, estaba la antena y la antigua emisora. “Lo más seguro, es que nos acerquemos con cuidado y pasemos lo más cerca posible” pensó, mientras miraba con el espejo que se había traído adrede.
– Dean, tenemos que movernos. Vamos a acercarnos al diez del otro lado y lo sortearemos por abajo –dijo al irlandés, que aguardaba algo intranquilo–. He contado dos, así que serán cuatro. Quinto piso, ventana tres y tercer piso, ventana seis. El resto, ni idea.
–Creo que desde aquí puedo meterle un chuzo al del tercer piso –Dean se ajustó la gorra y la correa del AK74SU, un modelo corto del fusil de asalto–. Para el del quinto, habrá que acercarse.
–Mejor no, al menos, no si no nos ven –el alemán se irguió, de espaldas al container en el que se cubrían en ese momento. Toda la calle estaba bloqueada de la misma manera, o con vehículos y escombros–- Desearía haber ido por otro lado.
–Bueno, jefe, tampoco habían muchas más opciones –Dean agarró fuerte el lanzagranadas monotubo y miró por el espejo que Hermann aún mantenía en la esquina–. Hay una furgo cruzada. ¿Quién va primero?
El alemán se giró. Miró de arriba abajo a su compañero y aguantado su fusil AK104 con la diestra, avanzó el puño izquierdo. Dean hizo lo mismo y los sacudieron tres veces antes de sacar cada uno su opción. Lo repitieron otras tres veces hasta que Dean resultó vencedor,  mientras Hermann se persignaba.

jueves, 5 de julio de 2012

Folgore XVI

A ver si puedo terminar el arco argumental que me ocupa ahora al pobre Folgore. A partir de ahora, toca combate, cómo imaginaréis, espero que todo quede bien y sea claro, porque vamos a ver a peña que vuela sacudirse zambombazos.





Las noticias daban un programa especial, muy preocupante. Zerstörer, el supervillano más poderoso de Europa y uno de los del mundo, la había emprendido con un barrio residencial de Frankfurt al atardecer.
–Parece gritar algo en alemán, pero no oímos bien lo que dice –la radio apenas se oía por encima del ruido de los rotores, que ahora funcionaban a máxima potencia–. Ya tenemos una traducción: “Folgore, te estoy esperando. Ven, o morirán” Oh, Díos mío.
–Seguiremos en contacto para traerles la última hora de éste suceso –el locutor trataba de aparentar tranquilidad, pero no podía estarlo. Tenía familia en Frankfurt–.

Klaus hacía rato que no escuchaba la música de la radio, empeñado en conseguir que los motores funcionaran a la máxima potencia sin que dieran problemas. Había pasado mucho rato con ello y ahora estaba decidido a intentar conectar la potencia de emergencia. Conectó y sintió al avión entero estremecerse, tratando de liberarse de las cuñas las abrazaderas que lo mantenían en el suelo. Sonrió, y bajó un poco la palanca de gases, mientras desconectaba la auxiliar. Aquello había ido bastante bien y no quería sobrecargar más al pobre avión. Apagó definitivamente y se quedó un par de minutos sentado, antes de levantarse para salir por la escotilla del bombardero. Se volvió a inclinar de nuevo al salir de debajo del fuselaje y se estiró en cuánto tenía zona para hacerlo. Se masajeó los riñones, mientras miraba un armatoste grande, que estaba cubierto por una lona. Justo encima, había una polea, para poder montarlo en el avión en caso necesario, aunque se necesitarían algunos operarios. Dejó de pensar en eso para buscar la radio. Había volado, al parecer, lejos del avión. Estaba ahora estampada contra la pared, con algunas piezas sueltas.


El millonario la recogió del suelo con aire de fastidio. No es que fuera cara, o fuera un regalo, pero quedarse sin música le incordiaba hasta lo más profundo. La carcasa se había desencajado, pero no era nada que no solucionara un poco de pegamento rápido no pudiera arreglar. Y un par de pilas nuevas, porque las que llevaba no aparecían. Rebuscó entre las herramientas y no encontró nada. Había decidido pasar la noche allí, dentro del Mitchell, pero no se la iba a pasar sin música. Recordó que había pilas nuevas en la avioneta que esperaba fuera. Se puso el abrigo y salió decidido al frío atardecer.


Kurtz estaba viendo las noticias, tranquilo, mientras cenaba. La destrucción en Frankfurt le preocupaba, pero no le inquietaba especialmente. Aquello era el modus operandi habitual de cualquier supervillano común. Llegaban a un sitio, la liaban parda y luego intentaban cobrar un rescate por el lugar. A la mayoría le caía encima algún grupo de respuesta rápido, especializados en metahumanos revoltosos, o algún metahumanos distinto, o grupo de ellos.

–Repetimos el mensaje traducido: “Folgore, te estoy esperando. Ven, o morirán” –el científico dejó el bol con arroz con carne en la mesa de centro, olvidando usar el mantel individual que usaba siempre–. También han sido identificados los rehenes; se trata de Kurtz Rot y su mujer Serilda Rot. Él es un banquero adinerado, así que sup…
Kurtz había desconectado la voz, justo antes de lanzarse al teléfono, para localizar a su jefe.

Más de dos horas llevaba ya allí. Cómo habían prometido, aquello estaba desierto, pero tampoco aparecía Folgore. Los rehenes, entrados en la cincuentena, estaban arrodillados, mirando al suelo, impotentes ante él. Sintió admiración por sus contratadotes. Desde luego, nadie excepto la policía había acudido y a esos los había eliminado con facilidad, como siempre, además de hacerlo soltando sus habituales perlas de ególatra recalcitrante.

De pronto, un rayo amarillo llegó a toda velocidad, sin hacer ningún ruido, excepto el que hizo al golpear al villano, que se estampó contra unas casas cercanas. En el oscuro atardecer apenas se podía ver la figura de Folgore, flotando dónde había estado su enemigo.
–¡Esto acaba ahora! – se giró hacia Kurtz y Serilda, para hablarles con aquella voz extraña y metálica del héroe. ¡Salgan de aquí, deprisa!

miércoles, 4 de julio de 2012

Resultado concurso.

Tal y cómo dijeal final de éste post, he sorteado un fanfic de al menos diez páginas en dinA5 en Times new Roman tamaño 10 entre todos los seguidores que tengo (los que me siguen por Blogspot también han sido contados, tranquilos), así que después de escribir cuidadosamente en papelitos (soy un tío legal), meterlos en un trasto de cristal, agitarlos y sacar un papel, ya tengo un nombre (después, he descubierto una página que hace lo mismo y más rápido, pero me va el rollo artesanal). La ganadora, pues es ganadora, se trata de ReinaCnl, que publica Anne Marie / Jezzabel Avery en Subcultura, por si no lo sabíais. Así pues, me pongo en breve en contacto con ella para avisarle del resultado (por si no lo ve antes por aquí) y me pongo con el fanfic.

martes, 3 de julio de 2012

Sueño Africano

Bueno, tenía ganas de escribir una entrada, pero cómo no sabía de qué exactamente, he decidido hacer público el nombre del webcómic que estoy produciendo en el que blacksanz se encarga del dibujo. Es una chorrada, lo sé, pero como digo, me apetecía escribiros algo y para variar, que no fuera en medio de un acceso de cólera de los que me dan últimamente.

Se llamará "Sueño Africano", nombre que me ha venido a raíz de Arturo Pérez-Reverte, que en el último artículo suyo que he leído, se caga en la gente que se ofende con imágenes desagradables sobre las guerras que cubren medio mundo (están ahí, aunque no queramos). Habla sobre el sueño suicida en el que vivimos, en el que queremos ver gente sonriente, sálvame y el fútbol. Al margen de sus declaraciones, me doy cuenta de que lo que reivindica (la imagen de la guerra no se ha de censurar, o anular), es lo que yo pretendo con éste cómic. No se trata de realismo en cuánto a las armas, o el comportamiento de los vehículos. Me esfuerzo en dicho aspecto, claro, pero si hay algo que quiero contar, aparte de la historia que llevo pensada, es la crueldad de la guerra y en especial de las guerras africanas.

Las atrocidades que mostraremos, serán exactamente las que ocurren (aunque realmente, no va a haber tanto, mostramos sólo un pedazo de la guerra). No es gore, no siempre una imagen gore es la que hiere la sensibilidad y precisamente, es lo que pretendo. Herir sensibilidades. Dar una muestra de cómo se pelea en otros sitios (y eso que en España, de pelear, tenemos unos cuántos siglos de experiencia) y de lo cruda que es la realidad en cuánto plantas un pie en un lugar dónde dos pueblos que se odian a muerte comparten país, gobierno y elecciones. Dónde tomarse mal el perder contra el partido contrario no es poner mala cara o insultar, sino montar una guerra e intentar exterminar al pueblo rival, hasta últimas consecuencias.
Podría haber sido alguna guerra en los balcanes. Pero en África parece que siempre hay alguna montada. Así que siempre tienen la pesadilla de la guerra. Así que ya tengo pretexto para llamarlo "Sueño Africano", título sarcástico, pero que creo le va a venir al pelo. Me ha costado un mogollón, sinceramente, sacar un tíitulo decente para el webcómic, pero por fin está.

Ahora el resto de personajes, el resto del guión, la explicación de entorno, el estudio de armamento y vehículos de guerra, las poses y posiciones de combate. Y muchas, muchas dosis de violencia cruda. Y todo para unas (espero) entre cuarenta y sesenta páginas de webcómic bélico, de drama de acción y humor negro. De cínicos combatientes, ingenuos periodistas y una guerra en la han caído.