miércoles, 11 de julio de 2012

Sniper Alley (2).

Y así continua el relato sobre algunos de los personajes de Sueño Africano, el webcómic que pasito a pasito, preparamos blacksanz y yo. Espero que os entretenga y os intrigue.





–Vuelto –Barega aún se estaba acostumbrando al inglés y le costaba en ocasiones. Ahora, recortado contra la ventana por la que solía acceder, pronunciaba con cierta dificultad las pocas palabras que se sabía–. Agua. Dos latas. Munición.
–Ah, hola Barega –uno de los acompañantes bosnios a los que Barega protegía, odiaba a los serbios, pero con aquella mujer había hecho una excepción–. La serbia ha repetido el mensaje, a ver si conseguimos que vengan del puesto avanzado de la O.T.A.N.
–Bien. Voy limpiar arma –el gigantón dejó la PKM que llevaba a la espalda en el suelo y comenzó a desmontarla–. Come.
–Sí, sí. Gracias.
Cerca, sonaron disparos. No iban dirigidos a ellos y parecía que se producían detrás de aquél edificio de diez plantas de enfrente. Se tranquilizaron antes de seguir con lo suyo.

A Hermann se le iba a caer el corazón de la boca. Cuándo Dean llegó hasta la furgoneta, un tiro resonó en la calle, perdiéndose el eco en la ciudad. Y cuándo él intentó llegar, saliendo desde el otro lado, se quedó corto y ahora se escondía en un portal, atento a posibles amenazas desde arriba. Un tiro le había roto una de las presillas del costado, pero no había llegado a herirle, milagrosamente.

–¡Jefe! ¿Quiere ayuda? –Dean se ofrecía voluntarioso, pues tenía ganas de gresca. Muchas ganas–. ¡Lío un Cristo en cuánto me diga!
–¡No! ¡Mantén la cabeza agachada, no te asomes! –apretó el pulsador del micro antes de hablar de nuevo–. Y no hace falta que grites, usa la radio. En todo caso, mantente ahí, voy a intentar subir al primero de este edificio, a ver si tengo ángulo para darles un susto.
–Copio.

El alemán abrió violentamente la puerta, descargando su peso sobre la madera quebradiza hasta que cedió con gran ruido. Apuntó la carabina dentro, por si saliera alguien a saludar. Ante él, una escalera, flanqueada por dos puertas. Un diseño funcional y barato de producir, típicamente comunista. Avanzó en calma reponiéndose del susto inicial y tratando de hacer el mínimo ruido posible al caminar por restos de yeso y cristales rotos. Subió las escaleras sin dejar de vigilar el siguiente piso, no fuera a ser que apareciera alguien, cosa que no ocurrió. La puerta de la derecha del primero estaba abierta y la ventana de la escalera yacía en el suelo, reventada de un morterazo. Al llegar a la puerta, miró al interior con disimulo. No vio a nadie y calculó que los tiradores no tendrían ángulo. Continuó hasta el cuarto piso, repitiendo la operación tantas veces hizo falta, para evitarse malos encuentros. Por fin, tras derribar la puerta de una patada, avanzó agachado entre cascotes y vidrios, hasta una posición desde la que observaba el edificio del otro lado de la calle, que sobresalía y acentuaba el solar que tenían entre medias. Por fin podía ver a los tiradores. Eran cinco, dos armados con probablemente algo similar a un zastava m76 y el resto con una curiosa variedad de fusiles de asalto. Desde allí, sin miras podría abatir a uno, si no lo veían antes. Dos, si eran lentos, pero poco más. Decidió subir un par de pisos más, mientras radiaba a Dean la posición.


El joven norirlandés usó el espejo en la esquina. Un tiro lo reventó a los dos segundos, pero se pudo hacer una ligera idea del asunto. Ya sabía lo que tenía que hacer. Ajustó las alzas del lanzagranadas a la distancia e hizo lo mismo con las del AK. Suspiró levemente y pulsó el botón del micro. “Listo jefe”, dijo. Casi inmediatamente, desde el sexto de la casa en la que Hermann había entrado, llegó el ruido que armaba el fusil del alemán, disparando en ráfagas cortas, tomando por sorpresa a los tiradores, que lo creían más abajo. Los disparos en respuesta no se hicieron esperar y la ventana por la que el mercenario había aparecido hervía bajo los disparos, alcanzada por varios calibres distintos, excepto por los de las balas explosivas serbias, que no habían abierto fuego.

Dean se asomó, con el lanzagranadas preparado y casi sin pensar, alineó las miras, frenó su impulso en una décima de segundo y oprimió el disparador. Inmediatamente, se arrodilló, dejando caer el m79 al suelo y afianzado su fusil, al tiempo que una de las ventanas explotaba con violencia y parte de la fachada se venía abajo. Una ráfaga partió desde la furgoneta en la calle, intentando hacer que el otro tirador, que no estaba cerca de la ventana que había volado agachara la cabeza un segundo y esperando que dejaran a su jefe tranquilo el tiempo suficiente para hacer lo suyo.

A Hermann le habían temblado los dientes con el pelotazo, que había sido tremendo. “Ya ha estado trasteando otra vez con la munición, el muy…” pensó, algo contrariado, antes de levantarse entre el polvo que entraba por la destrozada ventana. Apuntó de nuevo entre el humo y calculó por dónde debía estar el otro tirador, al que por el ruido que había, Dean hostigaba también. Disparó tres veces, justo antes de una ráfaga larga, de casi medio cargador hacia las otras ventanas. Volvió a agacharse, casi seguro de que el francotirador superviviente ya no lo era, pero por si las moscas, sacó una de aquellas granadas, excedentes del ejército chino, que ahora pululaban por la mitad de los mercados de armas de medio mundo. Era un modelo anticuado, de palo, pero venía al pelo si había que tirar una más lejos de lo habitual. Y cruzar un solar de un solo lanzamiento y colarla por dónde quería, era más de lo que podría hacer con una piña clásica. Cuándo Dean volvió a disparar de nuevo, aprovechó, desenroscó el seguro y tiró de la anilla, justa antes de tomar un poco de impulso y lanzarla a la ventana de enfrente, que estaba un piso más abajo. Con un ruido seco, estalló, arrancando un escalofriante grito y una vida.


Dean recargó el lanzagranadas y volvió a salir ahora que se fijaban de nuevo en Hermann. Apenas asomó, dos disparos tocaron cerca y un tercero rasgó el aire dónde había estado su cabeza. “Parece que ya han aprendido” pensó el joven, que si no se ponía en marcha, se quedaría en el paro. Así que tomando aliento, se concentró un segundo y se preparó mentalmente. Se puso de frente a la furgo que se interponía entre los tiradores y él y tras preparar el lanzagranadas, dio varios saltitos hacia atrás, descubriéndose a la vista. Sin dejar pasar ni un momento, en cuánto vio la ventana, levantó el arma y disparó, dejando que el retroceso lo tirara de espaldas.

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