lunes, 18 de julio de 2011

Un soleado día de verano.


Mika:Buenas a todos. Me presento. Soy Mika; el otro perpetrador, desde hoy de este blog. Espero que os guste lo que escribo, porque si no Dios matará un gatito. Esto es solo el inicio de la historia, la semana que viene espero tener algo más y más largo que colgar.
Un saludo a todos.



Vilem: Supongo que es un poco tarde para decir: ¡Sorpresa! En fin, mi hermano se suma al equipo para iniciar las andaduras con un personaje más de nuestra tierra. Espero sinceramente que os guste tanto como a mí. Prometo sorpresas para más adelante.


Era un soleado día de verano. Los animales hacían de las suyas en el bosque, mientras un poco más allá un granjero pasaba su tractor. Una escena idílica, unos niños jugaban tranquilos en el jardín trasero de una casa; persiguiéndose con los brazos extendidos, dando vueltas mientras a lo lejos crecía un rumor. Cada vez se acercaba más. Más y más alto hasta convertirse en un rugido atronador que se materializó en dos sombras que pasaron casi a la altura de la copa de los árboles estremeciendo la tranquilidad de la campiña inglesa y a los dos niños. Un Spitfire trataba de librarse de la peligrosa compañía de un bf 109 de morro amarillo; el inglés subía y bajaba, cambiaba de dirección inútilmente. El boche seguía allí como un tiburón, esperando el momento perfecto. El motor Merlín daba lo mejor de si mismo mientras las alas elípticas del avión inglés se movían arriba y abajo de forma histérica.
Mientras tanto otro Spitfire cortaba el viento a más de 400 km/h.
-No no, no, no, no. No puedo perder al novato, no puedo.- pensaba Jaime. -Se merece un susto pero no morir de esta manera-. El motor de su caza rugía mientras no dejaba de vigilar la temperatura con un ojo y el cielo con otro. No había en la cabeza del joven piloto español otra cosa que encontrar y salvar a su punto.
Moviendo la palanca hacía delante suavemente hizo pasar el caza bajo una nube, descendía muy rápido y eso se notó cuando alabeó hacia la izquierda para seguir buscando a su punto y al nazi que lo perseguía. Al Spitfire no le gustaba la baja cota.
Volvió a comprobar los instrumentos, todo seguía dentro de lo aceptable, pero si no encontraba pronto a Roger tendría que abandonar.
Y en el preciso instante en el que se disponía a desistir los vio. Eran una pareja, a las 10 por bajo, el primero se movía arriba y abajo, dando tumbos; mientras el segundo apenas corregía ligeramente su trayectoria con cada bandazo. El morro amarillo del perseguidor ponía muy fácil la identificación. Habría unos 1000 o 1500 metros hasta ellos.
De pronto, justo cuando Jaime se preparaba para picar, el 109 lanzó varios fogonazos; que tuvieron su replica en el caza ingles. Jaime incrustó la palanca de gases en el tope.
Cuando el Spitfire se elevó para esquivar una pequeña colina el bf 109 disparó con eficacia. Dos impactos se abrieron en el costado derecho del Spit. Uno casi a la altura de la cabina y otro peligrosamente cerca del motor, que empezó a humear y a renquear.Las ametralladoras rugieron de nuevo, haciendo que pequeños trozos del ala saltaran en todas direcciones. Estaba claro, que el gato estaba disfrutando mientras hacía sufrir al ratón. Y ese pobre ratón ascendía ligeramente, lentamente, con su piloto conmocionado e indefenso, haciendo lo posible por no caer. De forma casi perezosa, como aburrido, el boche se situó tranquilamente a las seis; no tenía prisa, estaban solos y nadie los molestaría. El piloto pasó el dedo por el disparador, paladeaba el derribo. Súbitamente el aire comenzó a estallar, llenándose de impactos y chispas por todas partes, un segundo Spitfire acudía a salvar a su compañero; el motor de este rugía encolerizado al ver a su hermano herido, el Messerschmit rompió dando un bandazo a la izquierda pero el caza inglés no cejó, siguió al alemán disparando ráfagas cortas, pero incesantes, que impactaban una y otra vez., el bf 109 aceleró para alejarse de su perseguidor, más en vano, una nueva ráfaga abrió un boquete en el motor db 601 haciendo que el aceite empezara a manar como la sangre de las arterias y una nueva ráfaga lo incendió. Siguió disparando el Spitfire hasta que el 109 derivó hacia la izquierda e impacto contra el suelo quedando reducido a un amasijo de hierros humeantes. Jaime se reclinó un instante en el asiento, aunque dando un respingo comenzó a buscar alemanes por todas partes, después reduciendo la velocidad para que el pobre motor Merlín respirase, viró a la derecha para buscar a Roger. El pobre se había llevado más de lo que se merecía cualquier novato, y ese hijoputa alemán le había dado bien. Rogaba porque estuviese vivo, porque su pobre avión se mantuviera en el aire.
Empezó a llamarle por la radio. –Turbant 7, aquí Turbant 6. Turbant 7 responde por el amor de Dios. Roger…- Entonces vio el caza por la parte derecha del parabrisas. Aceleró el Spitfire, y sus pulsaciones, no quería perder al chaval, se acercó lentamente al avión de su punto hasta que vio la cabina. El piloto giró la cabeza y le saludo, con un movimiento de mano indicó que no tenía radio y el pobre Jaime se relajó. Roger le hizo entender que estaba herido y corto de combustible. Jaime asintió, intento orientarse, estaban lejos de su zona normal de operaciones. Al encontrarse con esos 109 y entrar en combate Roger había terminado saliendo en desbandada, desbocado como un caballo loco y ahora no sabían por que zona podían estar.
Jaime desplegó un mapa buscando puntos de referencia, una iglesia, un castillo o algún río. Se elevó ligeramente y empezó a otear el horizonte en busca de lo que fuera.
La suerte estaba de su parte, a lo lejos, tras una ciudad divisó un aeródromo. Al contactar resultó ser Andover. Hogar de unos cuantos canucks. Avisó de que llegaban y que había un herido. Tendría cojones salvar al chico de eso y que nos mate la antiaérea.
- Andover. Aquí el teniente Jaime Ferrer del 37 Escuadrón-.
- Aquí Andover. ¿Podemos serle de utilidad? Jaime suspiró y se cagó mentalmente en la flema inglesa.
- Sería un placer que no nos disparasen mientras aterrizamos, mi punto esta herido y apenas se mantiene.-
- Recibido, la pista es suya. Corto-.
- Gracias Andover-.
Deslizó su caza hasta situarse junto a su compañero; Roger le miró con algo de esfuerzo mientras Jaime, con señas, le indicó que le siguiera para aterrizar. Dieron una vuelta alrededor del aeródromo, se alejaron ligeramente, viraron de nuevo y comenzaron el descenso.Al Spitfire de Roger le costaba trabajo mantenerse y aterrizó de muy malos modos, sin tren de aterrizaje, posando la panza de golpe después de que la cola hubiese tocado el suelo arrastrándose una buena centena de metros antes de detenerse. Por su parte Jaime se posó con muy pocos miramientos por su caza, tratando de aminorar tan rápido que casi consigue volcar.
Casi no había parado cuando abrió la cúpula y salio corriendo campo a traves hacia el avión de Roger. Había mucha sangre en la cabina, el chico estaba medio inconsciente, tenía heridas en el torso y en las piernas. En la derecha de hecho tenía un trozo de metralla. Toda la zona derecha de la cabina esta destrozada de los cañonazos.
Los sanitarios lo sacaron del Spitfire, y el bueno de Roger aún tuvo fuerzas para murmurar “lo lamento” antes de que se lo llevaran en la ambulancia.
-¿Qué ha sucedido muchacho?-. Al girarse, Jaime vio a un impecable oficial canadiense. Se aclaró la garganta, que acababa de descubrir que estaba seca como la mojama, se cuadró y saludó de esa forma rara que tienen los súbditos de Su Majestad.
-Teniente Ferrer señor, del 37…-
-Se quien es, teniente, le pregunto por lo que le ha pasado-.
- Boches, señor, nos los encontramos cuando nos dirigíamos a interceptar una formación de Stukas, eran muchos y a mi punto uno lo aisló y ha estado a punto de derribarlo.-
-¿Y qué ha sido del boche?-
- Derribado y en llamas, me ha pagado el susto.-
- Me alegro, déjeme que le invite a un trago. ¿Es su primer derribo?-
- El quinto señor.-
- Celebremos que es un as y que ha salvado a su compañero.-
-Será un placer.-

domingo, 17 de julio de 2011

¡Lanza y falla! El tito Vilem dándose el leñazo padre.

Bueno. Bueno. Hace algo más de una semana, anuncié que al incicio de ésta misma, comenzaría una ronda de post diarios, sobre cualquier tema. Los primeros días, la cosa fue bien e hice incluso un par diarios. Después me relajé un poco y continué con lo mío.
Ayer no llegué a publicar nada relevante (tan sólo otra disculpa) y anuncié que hoy sin falta colocaría una actualización de Ira y un guión-prueba de folgore que estoy preparando. Sin embargo, hoy no habrá nada de eso. Si queréis una razón, sencillamente os diré que he llegado tardísimo a casa, así que comprenderéis que va a ser que no.
Eso si, no he estado de campo y playa.

Y que hoy no llegue, no quiere decir que no vaya a sacar nada mañana.

En todo caso, supongo que termina oficialmente esta "¡Semana del Gilipollas!" Haciendo cuentas, no ha habido una espectacular subida de visitas (al menos en blogger, en subcultura no tengo ni idea) aunque algo se ha hecho.

¡Un saludo!

sábado, 16 de julio de 2011

La actualización de hoy...

... no tendrá lugar. A parte, claro está de la que estoy escribiendo ahora mismo. Me he pasado el día fuera y ahora mismo no tengo ganas de na. Pero de na, na.

Mañana colocaré si acaso la nueva actualización de Ira y el ejemplo de guión para Folgore que estoy preparando como final de la Semana del Gilipollas.

viernes, 15 de julio de 2011

Ira. Prólogo (IV).


 Hoy traigo al límite del día la nueva entrega de Ira. De nuevo, espero que la disfrutéis leyendo tanto como yo la disfruto de escribir.






Ira pudo ver claramente cómo Mike peleaba con el enganche que mantenía unida la carbonera y la locomotora al resto del convoy. Había agarrado una palanqueta y golpeaba con energía los pernos de sujeción. De pronto, el convoy entró en una curva e hizo trastabillar al joven, cayendo por el lado por el que los asaltantes se acercaban. Consiguió agarrarse por los pelos a la baranda del vagón, pero quedó colgado sobre los raíles, que pasaban velozmente bajo sus pies. Intentó subir, pero no era capaz de auparse con los brazos ni de encontrar pie. Miró alrededor desesperado, mientras daba cortos gritos, más por el esfuerzo que por el miedo.
El bandolero, al ver el problema en el que se había metido el joven, picó espuelas con violencia, azotando el cuello del animal con las riendas, mientras extendía la mano derecha.
– ¡Cógete a mi mano! ¡Chico, maldita sea! – Se había inclinado mucho, alargándose todo lo posible. – ¡No puedo bajar más!
Mike alargó el brazo, pero la baranda cedió ligeramente y rozaron sus botas con las vías. Se aferró de nuevo al gimiente tubo de hierro y soltó un sollozo leve. Ira masculló algo, pasó la pierna por los cuartos traseros de su caballo y apoyó el pie izquierdo en el estribo, mientras se sujetaba a la silla con la zurda. Trataba de mantenerse en el sitio, a pesar del continúo traqueteo y el saltar de piedras, que lo incomodaban. Escupió polvo, pues su boca estaba llena y volvió a extender el brazo.
– ¡Cógete ahora! – Ordenó, con terrorífico tono. – ¡Por última vez, agárrate!
A pesar del incesante traqueteo y en parte gracias a la voz de Ira, se estiró todo lo que pudo y se agarró a su muñeca. Justo en ese momento, cedió completamente la baranda y el chico cayó. El bandolero hizo fuerza para tratar de subirlo, pero tal  como estaba fue insuficiente para otra cosa que no fuera mantenerlo alejado del suelo. El caballo, al tener todo el peso en su costado, venció hacia la derecha. Habrían dado con sus huesos en el polvo, si Ira no hubiera apoyado su bota en el vagón. Estaba entre el caballo y el convoy, abierto de piernas y sujetando tras él al chico, que aún se debatía por subir. El brazo crujió y cabecilla gruñó. En ese momento, el chico, tocó pie en el suelo, Ira soltó la pierna derecha y con el impulso, como volando tras la grupa, Mike aterrizó exactamente en la silla.
– ¡Suéltame maldita sea! – Rugió su jefe, irritado por lo ridículo de la situación y el dolor. – ¡Ahora!
El joven tembloroso le hizo caso y masculló una disculpa. Ira, a punto de salirse de sus casillas, pasó a la unión de los vagones y la emprendió a golpes con los pernos, que bajo la fuerza propinada, liberaron el convoy. El bandido, se ajustó el pañuelo y entró en el vagón, frotándose suavemente el brazo derecho, que le dolía a rabiar.
– Muy bien. El jefe ha dicho que ustedes podrán irse en cuánto terminemos. – Lo dijo en su tono habitual, aunque desmejorado por el esfuerzo que había realizado. – Lamento no poder quedarnos más, en vista de las hermosas mujeres que viajan hoy.
Un par de jóvenes muchachas se intentaron esconder de la mirada lasciva e insolente del bandolero. Las mujeres más mayores ahogaron los comentarios despectivos cuándo la mirada de serpiente pasó por el vagón al completo.
– ¡No podemos consentir este atropello! – Un joven e idealista joven se irguió, como arengando a sus vecinos. – ¡Debemos…!
Un disparo en el estómago lo derribó de espaldas, lanzándolo contra los pasajeros de atrás. El humeante Remington estaba en la mano de Ira.
– ¡Hoy estoy de humor! – Gritó, como si su audiencia fuera mucho mayor, dirigiéndose a ella con desidia. – ¡Así que ese joven es posible que sobreviva! ¡Pero no sean así, taponen la herida! Que poco civismo.
Se quedó mirando al yaciente que gemía aún, tratando de mantener dentro sus tripas. E Ira, sonrió para sí.

jueves, 14 de julio de 2011

Ira. Prólogo (III).


 Nueva actualización de Ira con motivo de esta semana del Gilipollas. Espero que os esté gustando toda esta tanda de gilipolleces varias (que me acabo de dar cuenta de que en Subcultura hay un post de más, aunque nada serio), porque aunque a veces voy un poco ajustado de tiempo, en general estoy contento porque todos los días hay al menos una entrada, sea de lo que sea.







– Hijo, será mejor que dejes a ese hombre. – Uno de los alguaciles se había agachado para poder convencer con calma a los muchachos. – Si lo sueltas ahora, seréis perdonados.
Mike tenía al pasajero agarrado por el cuello y lo echaba hacia atrás, arruinándole la camisa, de la que saltaban botones. Su Colt Navy cromado, gemelo del de su hermano, apuntaba con un leve temblor al hombre, que bajo el mostacho y los ojos grises, sonreía. El joven parecía dudar bajo el pañuelo que ocultaba su identidad.
Tom se le adelantó y descerrajó un par de tiros más, de nuevo a una velocidad asombrosa para usar un simple acción con una sola mano. El alguacil se distrajo y la mano de Mike dejó de temblar. Al del mostacho, lo último que le pasó por la cabeza fue una bala del .36, que le reventó el occipital y dejó trozos de cerebro por todo el vagón. Inmediatamente, amartilló de nuevo y acertó a otro más, mientras su hermano saltaba de su cobertura y abría fuego contra otros cuatro. Entre los gritos y lamentos, recargaron con calma, al no encontrar más oposición.
– ¡Señoras y caballeros! – Mike disparó de nuevo para atraer la atención. – ¡He dicho atención! Gracias.
– Como habrán adivinado, esto es un asalto. – Continuó Tom, sonriendo bajo el ajedrezado que tenía sobre la cara. – Así que por favor, deseamos que depositen todo lo que puedan llevar de valor en los sacos que mi hermano les entrega a los primeros de la fila.
– Yo ahora me iré a convences a los amables maquinistas de que lo mejor es hacernos caso. – Se giró y le dio un golpecito en el pecho a su hermano. – Espero comprendan que Tom se queda con ustedes por si alguno intenta alguna cosa. Excuso decir que puede matar a seis de ustedes antes de caer.
El moreno se agachó, agarrándose el sombrero con la zurda y recogió uno de los revólveres que había por el suelo. Lo cargó de nuevo con los cartuchos de se dueño y volvió a apuntar a los pasajeros.
– Ahora puedo cargarme a doce. – Todos notaron una mueca cuándo hizo un gesto con el arma derecha. – No se olviden de los cartuchos, que van caros.

miércoles, 13 de julio de 2011

Ira. Prólogo (II).

Por fin la nueva actualización de Ira. Después de tanta tontería ya podéis seguir leyendo.








Ira, ya está casi aquí. – El chico, de apenas veinte años de edad, se volvió sonriente a su jefe. – El par no debería tardar en ponerse en acción.
– Más les vale… – Comentó, lúgubre. – ¡A los caballos!
Se colocaron los pañuelos al cuello y esperaron a que la locomotora pasara velozmente por su lado. Espolearon a sus monturas ante las atónitas caras de los fogoneros mientras comenzaban con los gritos y algún disparo aislado, acercándose todo lo posible al tren.

Los pasajeros se agacharon al escuchar los tiros y se pudieron oír gritos de terror, tanto de mujeres como de hombres. Los que no se cubrían hacían exactamente lo contrario. Algunos hombres, que no eran otra cosa que guardias de alquiler, de los que la guerra había producido en masa, se dispusieron a repeler el ataque. Ira pudo ver como uno de ellos abatía al joven de delante con maestría. Por eso nunca era el primero. Al primero lo solían cazar mucho, con facilidad. Apuntó con calma su Remington del 58, rayado y de aspecto gastado y derribó de un certero tiro al que acababa de disparar. Cambió a la otra mano para disparar con el su Colt Army, que ya estaba amartillado y alcanzó a otro, que había disparado un par de veces en su dirección. Sonrió con calma al ver el jaleo que comenzaba a montarse en el interior del vagón. El par acababa de llegar.

De la puerta que conectaba la primera clase, aparecieron dos jóvenes, muy muy jóvenes, que incomodaron a todos con sus gritos.
– ¡Todo el mundo con las manos en alto!
Un par se giraron. Otro par rieron estruendosamente ante el ruego de los chicos. Todos dejaron de sonreír al ver que los dos empuñaban armas y daban muestras de haberlas usado. Al ver que los hombres comenzaban a apuntarles, el rubio interpuso a un hombre para cubrirse. El moreno, se lanzó a la izquierda disparando con rapidez.
– ¡Nunca nos toman en serio Tom! – Dijo el rubio, después de obligar a su escudo a arrodillarse. – Deberías hacérselo pagar.
– ¡Ya lo veo ya! – Dijo el moreno, que recargaba en las rodillas de un pasajero, que yacía desmayado a causa del codazo que le habían propinado. – ¡Vamos a enseñarles Mike!

martes, 12 de julio de 2011

Temario de Técnico en informática.






Fullas y demás mentiras.

Estafas y coladas (cuenta doble).

Cómo montar tu tienda y hacerla quebrar en una semana (cuenta doble).

Engaños, desvaríos y malmontaje.

Morirse de hambre a pesar de haber estudiado una profesión.




No necesitáis más.

lunes, 11 de julio de 2011

Ira. Prólogo.

 Una primera entrega algo corta. pero sentida. Se trata de algo que llevo rumiando un tiempo. Siempre me ha gustado el rollo del Oeste, las pendencias y su violencia. Así que voy a plasmar un poco de eso a partir de ahora. Disfrutad!



 

El tren avanzaba veloz atravesando el espeso polvo, rodeado por el desesperante calor del desierto. Un valle extenso que sólo se rompía por aisladas rocas  y la  visión de unas lejanas montañas. El infierno del exterior, no tenía nada que envidiar de lo que ocurría en la locomotora, un moderno aparato capaz de cruzar aquello a una velocidad asombrosa. Los fogoneros descansaban, resoplando a causa del calor de la caldera, que ardía intensamente gracias a su trabajo, que no era poco en aquellas condiciones.
En los vagones, los pasajeros trataban de relajarse y de protegerse de la asfixiante temperatura. En primera clase, unos perezosos ventiladores ayudaban a las bebidas frías que servían los ajetreados camareros, mientras que en los otros vagones, el más afortunado disponía de un abanico chino. El resto se apañaban como podían, en su viaje al Oeste. El Oeste, del que todos habían conocido sus historias y todos sabían de los riesgos. Pero nadie se imaginaba que les fuera a pasar a ellos.

Ocho jinetes esperaban tras una de las rocas del valle. De variopinta vestimenta y mala catadura, portaban armas como para montar un ejército y algunas de ellas salían de allí, con la guerra tan cerca. Los comandaba un hombre, de aspecto siniestro y terrible, que hacía llamarse Ira. A pesar del asfixiante calor que hasta a los caballos hacía resoplar, vestía muy cubierto y de negro, tocada su cabeza por el sombrero de amplia y recta ala.
– Muy bien muchachos. – Su voz, como una cuchilla de afeitar que pasara por el cuello de sus seguidores, se hizo oír por encima del estruendoso silencio del desierto. – En unos minutos pasará por aquí. Ya sabéis que hacer.
Los hombres sonrieron, malévolos. Ira, les mostró la sonrisa de una serpiente y se volvió al escuchar el distante y monótono sonido de la locomotora acercándose.
– Ya casi tenemos nuestros sueldos.

¡Da comienzo la Semana del Gilipollas!

Bueno, hoy empieza, hasta el Domingo, una semana entera de post diarios (a razón de un post por día, aunque pueden ser más). Si esto sale bien, el año que viene por estas fechas lo repetiré, pero de momento ya os aviso de que la actualización de hoy (no es esta, no soy tan cabrón) será algo tardía, cuándo finalice el MOOOORTAL KOOOMBAT! por el control del pc.

Saludos!

viernes, 8 de julio de 2011

¡La semana del Gilipollas!

¡Muy buenas! Hoy, que estoy de buen humor y con ganas de pegarme un tiro literario, he decidido anunciar la Semana del Gilipollas.

Semana, porque será una semana de posteo diario sin interrupción.
Gilipollas porque lo soy, anda que organizar algo así cuándo no tengo tiempo...




Eso si, no he dicho de que será el post. Esperáos cualquier tontería. O nuevas actualizaciones.

miércoles, 6 de julio de 2011

Bill Red. ¡Guerra! (III).

He vuelto! Otra vez.

Hoy vengo para traeros la tercera y corta entrega de Bill Red en sus andaduras en el frente francés. Hay un par de frases en irlandés. No creo que me pase, pero si alguno de los que me leen saben algo, no seáis malos. Que tengo que andar echando mano de traductor.
En fin, espero que lo disfrutéis.





Bill vio venir una sombra entre el humo, que se comenzaba a dispersar y disparó. La figura desapareció y sonrió. Otra sombra, con la que repitió el proceso. La tercera ya no tuvo la certeza de que fuera suya, porque en la trinchera tronaba ya el fuego continuado de la fusilería aliada y los gritos del sargento para indicar blancos, comenzaron a escucharse casi al mismo tiempo que la artillería ligera, propia comenzaba a disparar contra los atacantes. El nuevo y poderoso estruendo llenaba de satisfacción los corazones aliados, en lugar del temor anterior. Los alemanes heridos gritaban como cerdos en el matadero y algunos de los soldados voluntarios les coreaban como si así lo fueran.
Un casco alemán apareció rodando entre el espeso humo que se levantaba por las explosiones. Bill lo apartó con el cañón y gruñó, mareado por el olor a pólvora y muerte, que ya inundaba todo el valle. Le escocían los ojos y los oídos se le apretaban contra la mandíbula, que le dolía a causa del retroceso del arma. No sólo la boca, que ya sangraba ligeramente, sino el hombro y la espalda le estarían torturando si no fuera por que la urgencia le obnubilaba completamente, además del humo. Escupió un poco de rojo y continuó disparando a todos los objetivos que pudiera ver. Que no eran demasiados. Porque no veía una mierda.
Bajó un momento para respirar algo del pútrido aire del fondo de la trinchera, que era algo más respirable que el que había fuera. Casi antes de que se terminara de agachar, un oficial, con estridentes chillidos en francés, le azotó repetidamente con una vara.
– Muc salach! – El norteamericano estaba airado y se le escapó el insulto en irlandés. No le gustaba que le pegaran y menos aún alguien que no era capaz de hablar su idioma con un tono claro. – Téigh bhuail do mháthair!
Volvió a su puesto todavía enfadado, ciscándose en el oficial que ahora hacía amigos en otra parte y recibía insultos en varios idiomas.
Disparaba de forma mecánica, sin cambiar las alzas de 0 y casi sin apuntar, por que ya no era capaz ni de ver la punta de su propio fusil. Pausaba un momento para introducir cada nuevo peine hasta que se le acabaron y aquellos momentos de recarga se hacían cada vez más largos, porque apenas atinaba a introducir las balas en el arma. Maldijo.
Una eternidad después de comenzar con la ofensiva, los alemanes perdieron fuelle y sus hombres comenzaron a chaquetear entre el humo y los muertos. Desde las trincheras aliadas, salieron vivas y risas, así como disparos para abatir a los que aún se distinguían. Bill y Sam se reconocieron entre el humo y se dieron un apretón de manos, mientras el incombustible sargento recorría la trinchera.
– Muy bien chavales, fenómeno. – Decía King. – Me alegra que no tenga ya que estar encima de vosotros para que disparéis como toca. Casi nunca.
– Les hemos dado suficiente para varios meses. – Comentó el llamado Keeper, bajito y despierto. – ¡Así no vuelvan!

Y aquella mañana no volvieron. Ni por la tarde. Ni los días siguientes.