lunes, 9 de julio de 2012

Sniper Alley (1).


Bueno, aquí va un pequeño relato que espero no se alargue más allá de las tres o cuatro entregas. Se trata de una historia que tiene mucho que ver con el webcómic que ando guionizando, ya que los tres protagonistas que aparecen son tres de los protas de dicho cómic, sólo que unos cuántos años antes. Además, hacía tiempo que quería escribir algo sobre la guerra de Bosnia y la disolución de Yugoslavia (que yo viví siendo un chaval y sin ser del todo consciente de lo que allí ocurría) y creo que el marco es adecuado a los personajes. Espero que los disfrutéis y os sirva para conocer mejor a los personajes.


Hacía semanas que estaban allí. Dean y él ya se conocían de hacía un par de años, cuándo visitó a un amigo en Ulster y desde entonces el alemán había insistido en que trabajaran juntos. Yugoslava se descomponía violentamente y ellos trataban de buscarse un hueco, entre la mala sangre y las atrocidades que allí ocurrían. Al final habían encontrado a un serbio adinerado que les había pagado para buscar a su mujer, que estaba en un edificio de Sarajevo, en el bulevar Zmaja od Bosne. Un lugar peligroso, desde el que la señora había mandado una señal de socorro a través de una centralita de radio que todos creían desconectada. Según su mensaje, allí había cómo media docena de personas, que no se atrevían a salir por la amenaza de francotiradores que campaban por todo el bulevar. Hermann entendía perfectamente aquello, ya que cada paso había que planificarlo, repensarlo bien y efectuarlo.  Y aún así no era seguro al 100% que no recibieran alguna de aquellas balas explosivas.

Barega estaba echado en el suelo, tratando de dormir un poco. Desde que había salido de su aldea natal  en el Gran Desierto de Victoria, no había visto otra cosa que guerra y cine, así que después del infructuoso intento de acabar en Holywood, se había embarcado en un mercante con destino a Europa. Una vez en Bosnia, había conseguido armas mediante el noble arte del contrabando y la amenaza y ahora estaba allí, varado en plena Sarajevo, tratando de conseguir que sobrevivieran aquellas personas. Por suerte, una de ellas que decía tener mucho dinero fuera de la guerra, era aficionada a la electrónica y creía haber enviado un mensaje usando el aparato de radio de una antigua emisora yugoslava, que ahora estaba llena de cristales rotos, sin más electricidad que la que conseguía un pequeño generador diésel. Bebían el agua que traía Barega de fuera, desde el río, pero las pastillas potabilizadoras del aborigen se estaban agotando y no podrían mantenerse mucho más allí, si no encontraban una fuente de agua potable, o más pastillas. La comida también era importante, pero disponían de suficientes latas para mantenerse al menos cuatro días más sin problemas. El joven mercenario apenas bebía y sólo se permitía un bocado diario, a pesar de ser tan excepcionalmente grande. Debía de medir con facilidad los dos metros de alto y era tan corpulento que dos personas lo habrían tenido complicado para rodearle con sus brazos. La oscuridad de su piel había tomado un tono ceniciento, no ya por la falta de Sol o la mala alimentación, sino por las toneladas de polvo que allí había.

Hermann estaba seguro de que en el edificio de enfrente habría al menos cuatro de ellos. De lo que no estaba seguro era del armamento que tendrían. Algún 47, que montara una mira anticuada, si había suerte. Lo más probable es que aquellos hijos de puta tuvieran al menos un Zastava, que combinado con las armas automáticas de sus compañeros, sería muy eficaz. El Zastava atrae, los otros acaban el trabajo. No es que no pudieran disponer de un Dragunov, pero su munición especial lo hacía menos accesible. Sopesó la posibilidad de dar un rodeo, pero sería demasiado. El mapa, si era correcto, indicaba que tras aquél edificio ruinoso de diez plantas, estaba la antena y la antigua emisora. “Lo más seguro, es que nos acerquemos con cuidado y pasemos lo más cerca posible” pensó, mientras miraba con el espejo que se había traído adrede.
– Dean, tenemos que movernos. Vamos a acercarnos al diez del otro lado y lo sortearemos por abajo –dijo al irlandés, que aguardaba algo intranquilo–. He contado dos, así que serán cuatro. Quinto piso, ventana tres y tercer piso, ventana seis. El resto, ni idea.
–Creo que desde aquí puedo meterle un chuzo al del tercer piso –Dean se ajustó la gorra y la correa del AK74SU, un modelo corto del fusil de asalto–. Para el del quinto, habrá que acercarse.
–Mejor no, al menos, no si no nos ven –el alemán se irguió, de espaldas al container en el que se cubrían en ese momento. Toda la calle estaba bloqueada de la misma manera, o con vehículos y escombros–- Desearía haber ido por otro lado.
–Bueno, jefe, tampoco habían muchas más opciones –Dean agarró fuerte el lanzagranadas monotubo y miró por el espejo que Hermann aún mantenía en la esquina–. Hay una furgo cruzada. ¿Quién va primero?
El alemán se giró. Miró de arriba abajo a su compañero y aguantado su fusil AK104 con la diestra, avanzó el puño izquierdo. Dean hizo lo mismo y los sacudieron tres veces antes de sacar cada uno su opción. Lo repitieron otras tres veces hasta que Dean resultó vencedor,  mientras Hermann se persignaba.

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