sábado, 31 de julio de 2010

Icusagora Riel. El principio (VIII).

En fin, los calores dejan de ser tan asfixiantes y parece que la migraña tiene la curiosa habilidad de hacerme escribir (en las treguas que me da claro). Espero que la nueva entrega os guste aunque haya poca acción en ella. Pretendo ser más descriptivo, aunque voy a evitar pasarme tres pueblos de primeras e ir poco a poco.



Habían pasado la mayor parte de la recuperación de Icusagora discutiendo sobre si deberían o no deberían acompañarle. Espinoso estaba completamente en contra, argumentando e insultando a partes iguales. El mediano disentía que estaba harto de aquél pueblo y había olido un par de heridas que en poco tiempo iban a suponerle un problema bastante grave, no por su diagnóstico que era más que correcto, sino porque los pueblerinos tendrían problemas para asumir que un barbero y curandero puede fallar. Y Careila mantenía su decisión con silenciosa determinación y no estaba dispuesta a cambiar. Al final el aventurero tuvo que aceptar la compañía a regañadientes.
Además de que la curación y la estancia las pagaba el generoso y aliviado alguacil, al final también hubo algo de tintineo extra en la bolsa de los dos héroes del lugar, pues las gentes de la encrucijada sabían que habían arriesgado el tipo frente a un sierpe espectacular. Los aclamaban mientras andaban por la calle y les daban dulces, pequeña cosa comparados con los excelentes pagos que iban a recibir de las caravanas que vendrían. Pues la sangre de las sierpes ahuyentan la mala suerte y a los entes malignos. Todos lo saben.
En puerto esperaba la goleta de 30 metros “Beaufighter”, que esperaba a zarpar a la marea de la mañana, que es favorable para la salida. Llevaba anclada 4 días, mientras descargaban las mercancías de otras tierras y subían el cargamento que debía llevar a Mirina. Era una bella embarcación, llamada así en el lenguaje de los habitantes de los aboin, de los piratas y de los ladrones, por ser rápida y dura de pelar. De hermosas y suaves formas, estaba pintada en un ajedrezado rojo y negro, como los buques de guerra de Isparii, cuya crueldad guerrera sólo se veía superada por la valentía de sus hombres y capitanes, así que solía provocar que casi cualquier vela diera un gran rodeo en lugar de situarse a su alcance.
Pero el capitán del “Beaufighter”, Ismiz Velind, si bien recibió a bordo con gusto a sus inesperados pasajeros y animales (y cómo no, a sus buenos dineros) y los agasajó en su cabina a la hora de la cena, necesitaba de algo y creía que el pintoresco grupo podría ayudarle.

-En definitiva.- Icusagora bebió con tranquilidad de su vaso y lo colocó con calma sobre la mesa, apartando las miguitas en el proceso. -Pretende señor que me infiltre en la casa del prestamista Acadi, libere y ponga a buen recaudo a un secuestrado que sabe a ciencia cierta que está allí, pero que no puede hacer nada porque la autoridad está enterada y sobornada. Y que sin dicho personaje, no puede hacerse a la mar. ¿Me equivoco?-
-Talmente lo dice.-
Volvió a beber con calma. Saboreó el vino, que estaba muy bueno y miró pensativo el techo. “¿Qué he hecho yo para merecer esto? Sólo quería unas jornaditas libres, sin trabajo, relajándome en cubierta, leyendo cómodamente tumbado en una hamaca, para variar” pensó. Pero claro, no dijo nada.
-Podemos rescatarlo entre todos.-
La voz de Plétoq le sacó de su ensimismamiento.
-Ni en broma. No tienes ni idea de realizar asaltos ni organizar saraos nocturnos.-
-Pero Careila y yo si.- Espinoso por una vez parecía adulto de verdad, adelantándose con los brazos cruzados. -Si no hay inconveniente claro.-
-Pensaba que veníais a aprender de Vercel, no a enseñar.-
-A aprender algunas cosas, que no todo.- Careila le dio la razón con un movimiento de cabeza.
-Bueno, entonces vosotros dos si, pero el matasanos se queda aquí.-
-¡Eh..!- Comenzó protesta, pero no pudo seguirla.
-A callar. Plétoq, eres buen curandero, buen cirujano y mejor conversador, pero demasiados ya un trío, no imaginemos cuadrilla. Mejor quédate aquí por si nos trinchan a alguno y necesitamos un apaño en las tripas.-
-¿Entonces aceptáis?- A Ismiz se le había iluminado la cara. -¡Por favor! Es un gran amigo mío y creo que se lo debo. ¡No os cobraré el pasaje, e incluso os pagaré!-
-Dado que no hay peor enemigo que un avaricioso prestamista, además de lo del pasaje, os cobraremos 4 escudos de oro y 12 de plata.-
-Un poco caro, pero me hacéis muy feliz. ¡Muy, muy feliz! Mi amigo lo agradecerá seguro.-
-Bien, pues comencemos con el plan.-

miércoles, 28 de julio de 2010

Él (III).

 En fin, ahí va otra. Parece que la migraña de esta tarde ha potenciado mi capacidad creativa de la noche. Voy a muy buen ritmo la verdad. Para l que es habitual claro. 
En fin, que me enrollo un poco demasiado. Espero de nuevo que os guste esta nueva entrada.

P.D: Me estoy dando cuénta de que tal vez debería dejar el ritmo habitual, pero... ¡Que carajo!
5 de Abril.

-Thomas “Terror” Harkin nos delató. Pero hay pruebas de que no fue por su propia voluntad.- Hablaba Johan Ronson, dirigiéndose a sus tres asociados.  -En su sangre habían restos muy leves de barbitúricos. Pero son tan leves que los investigadores no pueden hacer nada.-
-Sabemos exactamente de dónde salen esos restos.- Continuó. -Y precisamente por ello no podemos comunicárselo a las autoridades. Por lo que debemos resolverlo nosotros mismos.-
Su audiencia continuaba callada. Se alisó el grasiento pelo e inspiró profundamente.
-¿Votos a favor? Bien, comenzaremos a buscarlo. Que nuestros abogados se encarguen del desaguisado que ha montado.-


10 de Abril.

Llovía. Y mucho. La ciudad tragaba con dificultad el enorme torrente de agua que caía del cielo sin compasión. El barrio residencial tenía un buen alcantarillado, pero no podía con tanto. La lluvia se hacía más desagradable todavía por el excesivo calor que emanaba de los coches parados en el embotellamiento, causado por una mala planificación de las carreteras. A él le venía muy mal que hubiera tanta gente por allí, pero debía terminar 3 trabajos antes de ir a por los de arriba y se iba a quedar sin tiempo rápido.
De pronto, echó mano a la guantera, sacó una bolsa de vómito, como las de avión y devolvió dentro. Tuvo varias arcadas y el desagradable olor a bilis subió. Había investigado un poco y ya sabía el porqué de aquello, así que tomaba precauciones. Por eso no había llegado a más.

Melinda Pívano entró en su casa seguida de sus niños. Y él había visto llegar los cuatro paraguas. No esperaba al marido, que estaba de viaje. Llegaba mañana. Exactamente para aquello. Perfecto para la venganza.

Vio como se iluminaba el salón. Cómo los niños ponían expresión de horror y a su madre se le salían los ojos de las órbitas. Debían estar viendo el vídeo. Y leyendo las letras grabadas en la pared. Apretó el botón y aparentemente nada ocurrió. Hubo barahúnda, la madre los llevó a otra habitación y ella volvió al salón. Por la mira telescópica notó que cabeceaba un poco. El gas comenzaba a hacer su efecto y ya se había dado cuenta de que algo olía raro. Melinda escuchó atentamente, tratando de orientarse. Estaba claro a esa distancia que no era capaz de pensar con claridad y además el vídeo que no había llegado a quitar la turbaba. De pronto se agachó debajo del sofá y sacó un bidón. Exactamente igual que los que habían repartidos por toda la casa. Lo sujetó con dificultad frente a su cara.
-Ah, por fin lo encuentras.-
Apretó con suavidad el gatillo. Había colocado una placa de pedernal en la pared por si no llegaban a encontrarlo. Pero no hizo falta. El tiro salió, silencioso desde el siniestro tubo negro que apenas asomaba de los cristales tintados del sedán. La lluvia podía suponer un problema, pero lo tenía todo calculado.
La bala atravesó el cristal e impactó de lleno contra el pequeño bidón. Inmediatamente la casa estalló en llamas, devorando con facilidad cualquier cosa que hubiera dentro. Cerró con cautela la ventanilla y se puso al volante. Todos estaban pendientes del fuego, corriendo a salvar a quien pudieran. Tan pendientes que no se dieron cuenta de que él ya había torcido en la primera calle y se metió en una casa que tenía vista directa a la que era asolada por el fuego.
Observó pacientemente los esfuerzos de los bomberos. La pesada lluvia ayudaba bastante y que el gas se consumiera rápidamente había evitado que se desmoronara. Apagaron las llamas, buscaron los cadáveres entre los restos. Todos miraban al suelo, entre los restos, hasta que resolvieron apartarlos. Y encontraron las letras escritas bajo la moqueta el día anterior mientras estaba la familia fuera. Grabadas con una suerte de zumo de limón superresistente. Y llamaron a la policía, que acordonó la zona y comenzó las pesquisas, haciendo fotos de casi todo.
Y cuándo estaba amaneciendo apareció Paul Pívano. Estaba deshecho, mirando la casa con ojos rojos y llorosos.
-¿De qué lloras?- Se extrañó. -Pensaba que no sentías nada. “Frío asesino es el mejor asesino”como decías. Y lo mío no lo hiciste en frío. Espero que te guste.
Apoyó la culata en el hombro. Respiró profundamente y esperó a que saliera corriendo hacia el interior de la vivienda. Vio las letras que brillaban, fosforescentes. Y se espantó.
“Al igual que la señora Harkin, tu mujer supo exactamente qué ocurrió.”
Paul cayó y aún así podía verlo. Se llevaba las manos a la cara mientras un sanitario le instaba a salir de allí. La cara del sanitario se manchó de sangre cuándo el disparo atravesó la garganta de Pívano. Y otro su corazón. Y otro le hizo estallar las sienes.

martes, 27 de julio de 2010

Él (II).

Bueno aqui vengo con la continuación. He tardado poco. Y creo que no me llevará demasiado. Incluso menos de lo que pensé, espero que os guste.   



Dos meses después. 25 de Mayo.

Había comprado mucha munición y explosivos. Todo escondido en un cuchitril con un horrible garaje que apestaba a meados de gatos y vagabundos. No importaba. Era adecuado.
Dos días después de incendiar el piso había llegado a la conclusión de que necesitaría balas especiales. Se había fabricado en el pequeño taller miles de cartuchos del 5,56X45, de dos tipos, que iba a mezclar llegado el momento. Uno era perforante de alta capacidad y la otra variante era de punta de mercurio, explosiva. Además había adquirido una M249 con muchos tambores de munición, que rellenó con paciencia de los preciados cartuchos caseros, alternándolos. Calculó la cantidad que podría llevar encima del chaleco antibalas y el resto lo metió en una mochila que él mismo había confeccionado. Le daba capacidad de sacar las cajas de munición con relativa facilidad. Aquello terminaba esa misma semana. De una forma u otra.
Recordó con frialdad cada una de las pequeñas venganzas que había llevado a cabo contra los verdugos de su familia. A los cerebros les reservaba el glorioso final. Los verdugos eran avisos.


Vistazo al pasado: 3 de Abril.

Había vigilado la casa el tiempo suficiente. Sabía en qué momento se iría a trabajar. Y su familia quedaría sola.
Sonaron tres golpes en la puerta, no muy fuertes, pero firmes. La señora Harkin abrió la puerta sin temor, pues por la mirilla había reconocido una cara afable, como de religioso puerta a puerta.
-Buenos días señora.- Levantó el sombrero negro que usaba y se inclinó levemente. -Hay algo que me gustaría contarle sobre su marido.-
-¿Está liado con otra?- Miró recelosa la cinta de VHS que sujetaba en las manos. -¿Ese vídeo lo delata?-
-En cierto modo.-
-Pase, por favor. Y muéstremelo.-
-Por supuesto. ¿Tiene hijos?-


-¿Nena?- Entraba por la puerta cargado con un pequeño jarrón floreado. -He traído el jarrón para las margaritas. ¿Nena?-
No hubo respuesta. Tan sólo el sonido de la estática de la televisión del dormitorio. Dejó la carga en la mesa y se dirigió hacia allí. Antes de entrar pudo ver el televisor encendido, pero sin emisión y sobre la cama atisbaba la pierna desnuda y sensual de su esposa.
-Nena, me alegra que tengas ganas, porque yo estoy cali...-
No pudo continuar. Su mujer estaba tendida boca arriba en la cama, ensangrentada la garganta, de dónde salía un afilado cuchillo de cocina. Tenía cara de estupefacción y aspecto de haber llorado. Tenía el vestido roto, con la falda destrozada por el esfuerzo de arrastrarla a la cama. El sicario olió la sangre y no pudo evitar el vómito.
-Vaya. Qué poco estómago.-
Había aparecido por detrás y antes de que pudiera reponerse, disparó a sus rodillas, ahogados los tiros por el silenciador. Dio un grito y trató de apoyarse en la mesita de noche. Con una violenta patada en la cara, lo lanzó contra la televisión, derribándola y causando un mar de chispas.
-No tuviste problema alguno en hacerle cosas peores a mi familia. Total. Le enseñé el vídeo y le conté quién eres. En qué círculos te mueves. No puedes imaginar lo mucho que te odió antes de morir.-
-Bastardo...-
-Silencio sabandija.- Escupió en su dirección. La mano le temblaba. No por miedo. O incertidumbre. Sino ira. -Como decía, maldijo tu nombre. Y antes de que pudiera darse cuenta ya le había pinchado con el veneno. No te preocupes, murió muy rápido, casi ni lo notó. Ella es sólo el medio. No la voy a hacer sufrir más que lo necesario.-
-Los jefes...-
Le disparó de nuevo. Esta vez al hombro. Otro grito, otra patada.
-He. Dicho. Silencio.- Acercó su cara. Sus facciones parecían malvadas a esa distancia. -Los jefes ya me dan igual. Me da igual todo. Tu vas a llevar el mensaje. Eso me alegra. Recuerdo exactamente lo que le hiciste a mi bebé. Mi. Bebé.-
Le agarró del cuello y apretó con fuerza inhumana. Un hilillo de sangre le recorrió la mano. El contacto tibio del líquido con su piel le recordó el objetivo. Soltó a su presa.
-No, no debes morir. No todavía.- Sacó un botecito, una jeringuilla con aguja y algo de algodón con desinfectante. Le mostró el bote. -Mira. Que mires coño. Esto es un preparado que le arranqué a un químico en la silla de tortura de los jefazos. Te hará muy sugestionable. Y te permitirá escribir una confesión escrita por tus crímenes. Además de destapar los de tus jefes. Sus abogados tendrán mucha faena.-
-A mí no me metes eso.-
Se llevó la mano útil a la axila, buscando su pistola. Con un rápido movimiento lo bloqueó y lo puso boca abajo.
-No. No. No escuchas. No te estoy pidiendo permiso puta.- Llenó la jeringuilla hasta la mitad y sacó otro bote. -Ah, por cierto, si lo junto con este otro liquido, además de esos efectos, deja muy poco rastro de narcóticos y permite una muerte lenta, lúcida y te lo aseguro, dolorosísima. No tengo problemas porque puedas decirle a nadie sobre nuestra pequeña charla. Dudo que puedas hacer nada en el estado en el que vas a estar los próximos dos días.
Adiós.

sábado, 24 de julio de 2010

Él.

 Bueno. Después de casi 20 minutos delante de la hoja con la continuación de Folgore, me han entrado ganas de escribir lo que sigue. Tengo pensado como va a acabar. Y va a ser lo primero que escribo que tenga un final claro. Espero que os guste.


Nada en su vida había sido fácil. Desde pequeño había sido considerado un paria, alguien que no gozaría jamás del favor de la gente. Y comenzó con los trabajos sucios, llenando su vida con violencia y sangre, manteniéndose en movimiento para no pensar. Para no pensar en el porqué había sido odiado, apartado, excluido. Con el tiempo comenzó a ser temido y le gustó. Al menos no le pegaban o trataban de aprovecharse, porque más de una vez había asesinado. Y no siempre por encargo. Y así subió de escalafón, ganándose la confianza de los capos, la admiración de sus iguales y el recelo de sus superiores. Y en ese mundo de crímenes inenarrables. Ella.

La conoció de casualidad, cuando ella lo invitó a una copa justo después del trabajo. No pertenecía al círculo habitual, sencillamente estaban en el mismo bar al mismo tiempo y ella debió de ver algo en él. La sensación le gustó. Se intercambiaron los números con promesas de hablar más adelante. Un par de citas y ya era íntimos, quedaban después del trabajo de ella, cuándo él no tenía un encargo especial. No le había revelado nada, diciéndose a sí mismo que era para protegerla, pero en su interior sabía que se protegía a sí mismo de su rechazo. Y con el tiempo, se prometieron. Y se casaron. Y fueron felices.

Se casaron en una pequeña iglesia de su ciudad. Él nunca había profesado fe por nada, pero comenzaba a hacerlo. Y una iglesia le parecía tan buena idea como un juzgado. Y a ella le gustaba. Su luna de miel duró varios meses, con las bendiciones de sus jefes. Y cuándo volvieron el retomó con energías renovadas el trabajo.

 Vivían con ilusión. Él marchaba de vez en cuándo ha realizar encargos. Ella no sospechaba nada, en su ingenuidad, candidez, amor. Sabía que los hombres de negocios viajaban mucho. Pero él volvía siempre con una sonrisa, para amarla siempre, para siempre. Y se quisieron mucho. Y tuvieron una niña.

Por aquél entonces él había modificado su forma de actuar. Era menos venal, sangriento, temible. Se ceñía completamente a los términos del encargo sin extralimitarse como antaño. Eso no gustó, porque sus excesos aseguraban la total cooperación de los “clientes” de sus jefes. Decidieron, aprobaron, ejecutaron.

Su casa abierta al volver de uno de sus viajes. El inconfundible olor a sangre, sudor, suciedad. Ella, horriblemente mutilada yacía en el suelo con la ropa rasgada. En la cuna apenas quedaba nada que pudiera abrazar. En el salón, un vídeo reproduciéndose constantemente, con lo que le habían hecho a su esposa y su bebé. Los gritos. La violación perpetrada por cuatro hombres. Lo vio entero, apretando los dientes, quebrándolos, rompiéndolos.  Reconocía el pantalón demasiado apretado de uno. La cadena de oro de otro. Sabía quienes eran. Y sabía que no eran capaces de orquestar nada así por sí mismos. Aunque estaba claro que les había encantado.

sábado, 10 de julio de 2010

Se hace saber...

Bueno, tengo la desagradable noticia de que esta semana tampoco va a haber actualización de ninguno de los dos relatos (aunque el parón ha conseguido espolear mis ganas de escribir Star Wars, así que en el foro de Nhi estarán contentos... Pero por poco tiempo, que sigo atascado). Hoy me he puesto delante de la pantalla con los escritos abiertos, leyéndolos para ver si me daban ganas y aunque algo ha caido, no es ni de lejos suficiente como para publicar. Supongo que ahora le echaré la culpa al tremendo calor que hace en mi habitación (pese a la ventana abierta, pero es que mi pc es una maldita estufa. De hecho, me está quemando la pierna que tengo cerca), pero la verdad es que esto es cosa de mi propia forma de ser. Por eso comienzo mil cosas. Para ir cambiando de una a otra y viceversa y no estar inactivo nunca.

Pero esta vez es distinto. De todo lo que hay por escribir, no tengo nada que me apetezca. Que me haga tilín. Estas líneas las escribo sin demasiadas ganas la verdad. Es que hace mucho calor. De veras.
Pero me complace anunciar dos cosas:

La primera e importante. Estoy decidido a darle al mundo de Icusagora una profundidad que mis relatos no suelen dar, así que emulando al Narrador, voy a comenzar a expandir el universo en el que vive este personaje. Evidentemente es fantasía medieval algo sucia. Tal vez sea un género muy gastado, pero me da igual iré haciendo cosillas y posteándolas según salga (De Folgore no hago de momento nada porque lo supongo en un planeta tierra con superhéroes. Miráos cualquier cómic).
Y la segunda y no tan importante. Voy a comenzar a escribir posts de críticas sobre videojuegos. El que haya gritado "¡ORIGINAL!" que me dé un penique. Ya sé que hay millones de páginas que se dedican a eso mismo pero no voy a dar unas puntuaciones serias. Ni voy a ser imparcial. Voy a criticar los juegos que me apetezcan y que hayan pasado por mi ordenador y comenzaré por uno de mis juegos favoritos.
Con estas medidas pretendo cumplir mi promesa de un post semanal, al ampliar las opciones publicables. Si no es una, será otra.

Bueno, hasta aquí esta semana... ¿Qué? He dicho un post semanal. Y éste es de ésta semana.

Peculiares Saludos.