lunes, 30 de noviembre de 2015

Reissig - Larga senda (3)

El grupo había marchado a paso rápido, dando siempre rodeos antes de subir hacia el norte, reclutando y entrenando a los nuevos soldados y mercenarios que se unían a la campaña del barón Reissig. Habían solicitado paso franco a través de viejas fronteras y en algunos casos se lo habían negado, pues el antiguo mercenario no gozaba de simpatía entre muchos señores y algunos reyes, así que mandaron a los reclutadores solos y esperaron a que volvieran.
–Jefe, otro grupo de veintipico sargentos quiere unirse –a Klethi le había costado un poco tomar el puesto de Matheld. Pensaba que tan sólo dirigía tropas y era especialmente protectora con Reissig, pero entre sus labores se incluían su seguridad real y ejercer como ordenanza–. Dicen que quieren una soldada especial, ya que son auténticos veteranos. Yo digo que eso es auténtica mierda, pero la decisión no es mía.
–Vamos a verlos. Pásame la muleta.
La joven le alcanzó el palo acolchado que usaba todavía para caminar. La herida de la cadera había sido más grave de lo que pareció en un primer momento y además se había infectado a pesar de las continuas atenciones. El caudillo se incorporó con dificultad. Era un mar de debilidad y tuvo que sostenerse sobre la muleta, hasta el punto que Klethi lo cogió del brazo para evitar que se cayera.
–Bien, ya está. Sólo ha sido al levantarme –mintió mientras se preparaba para el largo camino que le aguardaba, aquellos casi 50 metros que había desde su tienda hasta el lugar donde se inscribían a los nuevos–. Estoy bien.
–Jefe, sabe si encargamos una silla con ruedas, la tendrán aquí mañana por la tarde, ¿verdad?
–Sí, lo sé. Pero la mitad de este trabajo, es la apariencia. Se me cae el sarawil, ajústamelo o andaré con el culo al aire y ponme la clámide sobre el lado de la muleta.
–Sire, todos saben que usáis muleta –terció la joven, con una sonrisa socarrona–. Y tampoco es que la tela pueda tapar tanto.
–No discutas y vísteme.
–Claro que sí. Os pondré la verde; he notado que os gusta el verde.
–Le has pedido consejo a Matheld, ¿verdad?
–¿Lo decís por la excelente labor que estoy llevando a cabo?
–No, porque estás contestona.
–Je. Me halagáis, barón.

El día, aunque era otoñal, había amanecido caluroso. A Reissig le costó ajustar los ojos la luz del Sol, a pesar de que Klethi ya había abierto antes la tienda para que se fuera acostumbrando. Con paso lento y seguro, respondiendo a los saludos que le dedicaba su gente, marchó hecho un mar de dolor y agotamiento hasta la zona de reclutamiento para echar un vistazo a aquellos veteranos sargentos que tanto estaban dando que hablar. Su cara estaba como petrificada, pues el esfuerzo de mantenerse aparentemente estable y bien era titánico. Cada paso le dolía tanto que se le entrecerraban los ojos, por lo que dio gracias de que el día hubiera salido tan luminoso y tan sólo pareciera que, como a todos, le molestaba la luz.
–Bien, ahí están esos sargentos –Klethi se ajustó disimuladamente la espada en el cinto y comprobó por última vez que sus dagas arrojadizas se sacaran fácilmente–. Si se acercan más de lo debido, los rajo.
–No pasa nada, Bunduk también está ahí y algunos de los mamelucos se han acercado a echar un vistazo.
–Sólo digo lo que pasará si se acercan. 



Soy un campeón. Me había olvidado de postear las continuaciones.
En fin, ya veis que uno no se cura fácilmente de varios tajos en un mundo donde la medicina va de pobre a directamente "reza para que eso no huela a queso". Y eso sin pasar por pseudomédicos que podían acentuar la agonía.

martes, 24 de noviembre de 2015

El Sindicato de Soldados Profesionales

No sé si recoradeis las entradas anteriores sobre partidas de rol online y toda esa murga que pongo últimamente en lugar de seguir escribiendo.
Entre otras cosas, ando trabajando en algunas organizaciones como la que traigo a continuación, aunque no todas son organizaciones paramilitares. La idea es disponer de unas cuantas que puedan atraer a los jugadores a sumarse a sus filas.
Lo que me falta por terminar, es añadir una pequeña historia sobre su formación y su adaptación a los nuevos tiempos que corren por la Galaxia.

 

Sindicato de Soldados Profesionales, vulgarmente conocido como Sindicato de Mercenarios.
 

El Sindicato: Dispone de centros de formación, naves y navíos propios e incluso fábricas de equipamiento y armas. No forman una facción, ni se posicionan con la que mejor pague. Su tarea en la galaxia, es asegurarse de que sus afiliados estén entrenados, dispongan de lo que necesitan y sobre todo, tengan trabajo y lo cobren. Si un solicitante necesita a cincuenta mil mercenarios para realizar una maniobra determinada contra un grupo enemigo, enviará un pedido con las condiciones del trabajo. A continuación, los expertos del SSP elaborarán un contrato en base a dichas condiciones y lo remitirán al solicitante. Si este acepta, serán seleccionados los cincuenta mil soldados en base a las necesidades del trabajo (por ejemplo, si necesitan buzos, pilotos, soldados de superficie, especializados en el abordaje o una mezcla de estos). Incluso, si se diera el caso, podría incluso movilizar algún navío de transporte de gran tamaño propio, que suelen servir de base avanzada y puesto de artillería. Esto no es algo habitual, pero si el empleador solicita una gran cantidad de efectivos, se incluiría en los costes el desplazamiento de la nodriza y los transportes de desembarco más pequeños.
 
Su organización: Hace siglos que fue creado, pero su organización apenas ha variado, más que para adaptarse a los tiempos.
 
Militar: Toman mucho de ejércitos para poder hacer valer una cierta disciplina en batalla, destinada principalmente al buen hacer de sus miembros y a su supervivencia. Así pues, un recién afiliado, comenzará siendo un recluta. Sepa lo que sepa antes de llegar allí, debe pasar el mismo entrenamiento que todos. Una vez terminado el entrenamiento con su equipo estándar (o después de haber estandarizado el equipo que trajera), pasa a ser soldado profesional (soldado a secas, generalmente) y de ahí podrá obtener ascensos como en un ejército normal; ya sea mediante méritos propios o realizando los distintos cursos que ofrece el sindicato. En el aspecto militar del sindicato, no hay nadie más por encima de los varios generales (a general se llega como todos, desde abajo) que controlan las grandes operaciones o aconsejan qué compañías enviar a qué misiones. Generalmente, no se meten en la parte civil del sindicato, aunque ha habido ocasiones en las que han prestado una inestimable ayuda en ese apartado. Fuera de las operaciones, esta jerarquía deja de tener efecto y no tiene poder real, aunque hay algunos que la mantienen por respeto a sus compañeros (P.Ej: Un comandante que haya combatido codo con codo con la tropa, un capitán que los haya salvado, etc…).
 
Civil: El puesto de mayor responsabilidad lo ocupa el presidente del sindicato, que ejerce de cara pública y portavoz, así de ser el jefe de la entidad. En la junta lo acompañan el secretario, el tesorero y un comisario general.. A estos puestos, sólo se puede acceder mediante votación popular, estar afiliado como mínimo quince años en el sindicato y pasar una prueba psicoelectrónica para valorar si el aspirante es adecuado para el puesto.
El secretario se encarga de registrar lo ocurrido en las asambleas y de mantener estos registros a salvo. Además, es el máximo responsable de la biblioteca de la sede del sindicato, en la que aparece la historia de la propia organización, entre otras cosas. No considero necesario decir que tiene cientos de empleados que le ayudan en dicha tarea.
El tesorero mantiene las cuentas saneadas y se encarga de que todos los pagos se realicen en el tiempo convenido y sean correctos. Maneja ingentes cantidades con la ayuda de sus empleados directos, que son unos pocos en los que confía completamente. La razón de esta confianza es sencilla; los últimos que intentaron robar a los afiliados del sindicato no llegaron a ser atrapados por la Ley, sino por los propios afectados, a los que las leyes galácticas en ocasiones parecen no afectarles.
El comisario general es una de las figuras más importantes y queridas por los mercenarios. Antiguamente comisario de combate, o de operación, se encarga principalmente de atender las quejas de los afiliados y resolverlas de cualquier manera. Hay poco que no pueda hacer un comisario general por su gente (y su gente se cuenta en millones).
Además, en las distintas sedes, hay expertos en muy diversas materias, destinados principalmente a proporcionar asesoramiento, consejo y directamente indicar cuál es la mejor forma de proceder respecto a algo.
Un comisario de combate o de operación, vela para que los derechos de los soldados profesionales se mantengan y que las condiciones del contrato se mantengan. Tienden a ser antiguos combatientes, que tienen demasiada edad para continuar luchando continuamente, pero se niegan a apartarse del trabajo. Acompañan a los mandos, están atentos a sus decisiones y les recuerdan cuando están tomando las decisiones equivocadas. Son muy respetados por la tropa, pues ven a los comisarios como ángeles guardianes. No suelen acompañar a los mandos en solitario y en absoluto lo hacen desarmados, pues harán valer las condiciones del contrato ya sea mediante la directa intimidación, el chantaje o el secuestro y toma de rehenes (generalmente, los propios mandos). No es habitual que esto pase, ya que enemistarse con el SSP suele traer como consecuencia no poder alquilar nuevos mercenarios al sindicato y en muchas ocasiones, que otras entidades similares decidan hacer lo mismo. En contratos pequeños (menos de 5 desplazados, generalmente) no se suele enviar un comisario, así que se designa al veterano para que ejerza como tal).
En cada operación, además del comisario, suele acompañar al grueso de mercenarios un número de administrativos, que varía dependiendo de la envergadura del contrato. Para los menores, es posible que ni siquiera vaya ningún personal civil y símplemente el papeleo lo lleven a cabo los propios soldados.

 
El afiliado: Un aspirante a soldado profesional ha de tener la edad mínima legal (o la edad mínima legal para trabajar con consentimiento de sus tutores legales) para afiliarse al sindicato. Una vez afiliado, sea o no profesional ya del ramo, ha de pasar un ciclo de entrenamiento (que sirve tanto de entrenamiento como para testear las capacidades de cada afiliado) y durante dicho ciclo, usará el equipo estándar (o, si aporta uno propio, estandarizarán el suyo). Además, dispondrá de alojamiento y alimentación (y lo que pueda necesitar para el día a día normal). Todo esto está incluído en la cuota de afiliación y al principio, por falta de liquidez, se suele pagar con los primeros contratos (reteniendo un tanto por cien de varios sueldos). Una vez alcanza el estatus de soldado profesional, un mercenario afiliado puede elegir entre los contratos que el sindicato recibe y recomienda para sus socios (mientras se es recluta, si no se disponen de otros ingresos, el afiliado depende enteramente del sindicato). Una vez selecciona un contrato, puede elegir entre ser transportado en una de las naves comunitarias hasta el lugar de trabajo o ir en la suya propia. Generalmente unos cuantos contratos permiten a un soldado profesional pagar las cuotas que adeuda con el sindicato y disponer además de una buena base económica.
Entre las ventajas ya citadas (entrenamiento, comida y alojamiento en caso de necesidad), el sindicato provee de estas otras:

 
Seguro médico: El seguro médico de un mercenario es complejo y el del sindicato no podía ser menos. No cubre prótesis especialmente complicadas o que requieran una remodelación seria del cuerpo, pero pagará cualquier hospitalización y tratamiento que sufra el asegurado y cualquier prótesis únicamente sustitutiva.
 
Pensión: Un depósito a interés fijo controlado por el tesorero provee de las pensiones para todos aquellos que o bien alcanzan una edad para retirarse, dejan dinero para su familia, o para alguien en particular. En ocasiones, se han llegado a entregar cuantiosas cantidades a mercenarios miembros, amigos de los fallecidos. Esto ocurre porque no todos tienen familia a quién dejar dinero.
 
Cobertura legal: El SSP se caracteriza por un inicio tumultuoso, que siguió una regularización y una necesidad de disponer un buen aparato legal. Si los soldados profesionales dan guerra en campos de batalla, la legión de abogados que trabajan para el sindicato dan guerra en los juzgados. Durante la república tenían una importancia mucho mayor, pues las leyes solían respetarse más, pero durante el imperio su calado ha decrecido. Aún así, la mayor amenaza que puede poner sobre la mesa una organización con millones de soldados profesionales afiliados, es la de un gran número de abogados duchos en el tema que tratan.

Transporte, equipo, armamento y en general, cualquier cosa que pueda necesitar para el desempeño de su trabajo: Cualquier pedido dentro de unos límites aceptables será satisfecho sin coste adicional, a excepción que el pedido sea de algo que ya disponga.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Reissig - Larga Senda (2)

El crepitar de docenas de lámparas y antorchas acompañaban las animadas conversaciones que se daban en el amplio salón del palacio real de Jelkala. El rey Graveth daba una fiesta por la reconciliación entre los sarraníes y su propio pueblo . Los antaño lores enemigos ahora reían sobre las viejas matanzas, las batallas, tal o cual triquiñuela que usaron para despistar al otro. Pero no todos se sumaban al jolgorio, pues tanto los dos soberanos, cómo quién estaba resentido precisamente del resultado de alguna de aquellas triquiñuelas, se mantenía callado e incluso hostil. Matheld, que llevaba años sin asistir a fiestas de aquella clase se mantenía en un aparte, sola, bebiendo el excelente vino poco a poco y procurando mantener el estómago lleno. Era la representante de su señor ante aquella plétora de adversarios mientras él llevaba a cabo un servicio de reclutamiento especialmente arduo antes de que tanto el rey como su mariscal llamaran a la guerra contra el Norte y prefería no ser maleducada a causa del alcohol.
Habían insistido mucho en que vistiera como una dama más, pero ella capitaneaba a soldados a la batalla. Vestía a lo soldado, aunque ciertamente habían elegido finas telas y caros colores, pero mantenía su estilo. Aún así, los había que la admiraban secretamente, más por su exotismo que por su carácter, que tan fiero e independiente era, se hacía desagradable para la mayoría de los de allí y muy mal visto.
–Disculpad mi señora; ¿sois Matheld, la mano derecha del Barón Reissig? –era sarraní, joven, de tez muy oscura y de muy buena familia, a juzgar por sus delicadas vestiduras–. Perdonad mi mal norteño, mi padre creyó conveniente que hablara todas las lenguas de Calradia, pero algunas las aprendí mejor que otras.
–Soy Matheld, sí. Quedáis disculpado, joven, pero si lo preferís, domino el swadiano –bebió para aclararse la garganta. Llevaba tanto rato callada que la voz había sonado áspera. Y era el primero después del rey Graveth que la había tratado con amabilidad–. Si gustáis, aunque no hablemos muy alto, que es el idioma de enemigos ancestrales del anfitrión.
–Lo prefiero y quedo muy agradecido, gracias. Verá, pensaba que estaría su señor aquí y se lo podría agradecer directamente, pero al parecer no podrá ser –desvió la mirada a la mesa, donde reposaban, como soldados caídos durante una batalla, los platillos que la norteña había ido dejando vacíos–. Espero sinceramente que se encuentre bien.
–Sí, se encuentra bien. Ha tenido que ausentarse de la celebración para atender unos asuntos personales –no sabía hasta qué punto podría fiarse de aquél desconocido ni por qué deseaba ver al antiguo mercenario. Pero no sabía qué pensar a esas alturas alturas, pues los enemigos bien habían estado entre los propios aliados–. ¿Y sois?
–¡Oh! ¡Disculpad mi rudeza! Soy Fahd Azîm Salâm, capitán de infantería de lo que solía ser el ejército del traidor Dhiyul, que los dioses torturen toda la eternidad –esto último lo había dicho con auténtico rencor, casi escupiendo las palabras–. Aunque algunos de mis hombres bajo mi mando sufrieron heridas o murieron por nuestra confrontación, si no hubiera sido por la piedad mostrada por el barón, la mayoría habrían muerto. Yo mismo habría muerto con ellos.
Se señaló el costado con la mano, indicando un recorrido.
–Al atravesar la línea de campesinos me hirieron. Si no hubieran permitido que el galeno nos atendiera, yo no habría sobrevivido.
–Entonces brindemos porque mi señor sea más piadoso de lo que cuentan en las esquinas –sonrió divertida Matheld. Recordaba que le había extrañado aquella decisión. Ella era más de dejar que se pudrieran–. Salud.
–¡Sí! ¡Salud! –entrechocaron las copas y las apuraron con rapidez, atentos ambos a la velocidad del otro–. La verdad es que se hace agradable alguien con quien hablar. Prácticamente soy un apestado entre mis compatriotas, por no sólo ser un oficial de un traidor, sino además haber sobrevivido. Y entre nuestros antiguos enemigos, no soy muy bien recibido, obviamente.
–Obviamente. Salud también, por los desgraciados que hacen su trabajo y reciben desprecio por ello.
–Salud.
Bebieron y hablaron durante un buen rato, compartiendo anécdotas y detalles de aquella y otras batallas. Compartían el gusto y la profesión del combate de infantería, aunque cada uno con un estilo distinto. Mientras Matheld era de entrenamiento norteño, escudo redondo de madera, pesada malla, destrales arrojadizas y espada ancha, Fahd dedicaba sus esfuerzos al cuero endurecido y a la tela ligera, el sable curvo, lanza y adarga. El problema del joven, según pudo advertir la experimentada soldado, es que bebía más rápido de lo que comía y lo que comía era demasiado poco. El vino comenzaba a hacer su primer y tal vez más temido efecto deshinibidor y trataba de contenerlo con poco éxito. Tan poco que en un momento dado, ante un atrevido apunte del capitán, no pudo hacer otra cosa más que reír, franca, sonora y muy, muy alto. Éste, embriagado por el vino y tratando de repetir la broma por encima de las risas, alzó la voz más de la cuenta y se escuchó perfectamente la grosería en lengua swadiana en toda la sala, que se sumió en un furioso silencio.
–Por todos los diablos sarnosos que se escapan de Averno... –comenzó a decir alguien–.
–¡Lo que me faltaba por escuchar! !A un guarraní haciendo chanza en swadiano!
El comentario no pasó desapercibido y el ambiente se enrareció perceptiblemente. Varios nobles sarraníes que conocían la lengua de Rhodok se llevaron la mano al cinto y los más osados las posaron donde debían estar sus espadas.
–Oh, vaya –Fahd había cambiado de color. Su morena tez había cambiado por una mortal palidez. La agradable embriaguez estaba volando con terrible rapidez–. Creo que he cometido un grave error.
–Sí, eso me temo –Matheld mordisqueó una pata de conejo con rapidez para asentar el estómago. Había decidido que si alguien le levantaba la mano al joven capitán, ese alguien tendría que buscarla entre el fuego del hogar–. No os dejéis intimidar. Sois de buena familia. Que no pretendan nada menos que una adecuada satisfacción. Y recordad que estoy aquí mismo.
Ahora estaba rojo, porque los nobles sarraníes y el mismo Sultán Hakim miraban hacia él. Sintió la punzada de náusea que le exigía vaciar el contenido de su estómago. Vio los ojos de su padre, que no podían creer que su enorme bocaza le hubiera vuelto a meter en un lío.
–Estoy bien, musitó. Al fin y al cabo, soy  Fahd Azîm Salâm y soy hijo de mis padres. Si alguien se acerca con otra intención más que la de pedirme explicaciones por mi desliz, perderá la mano –se palpó la cintura, donde solía llevar el sable, pero no lo halló. Todos habían entrado desarmados. Buscó una jarra–. O le romperé la cabeza.
El duque Althan de Trimbau se adelantó a buen paso hacia el joven. No venía con cara amable y Fahd se preparó para lo peor, que precisamente era lo que estaba por venir. Ante la aprobación de muchos de sus compatriotas y el asco de los sarraníes, el duque alzó la mano para abofetear. La palma acarició el aire, el capitán agarró su brazo y se lo retorció para que doblara el espinazo hasta dar con la frente despejada en la maciza mesa. El golpe fue tan seco que en toda la sala hubieron un par de segundos de expectación para saber si Althan estaría vivo o muerto después de semejante castigo, pero un quejido y el sorbeteo que siguió confirmó que continuaba con vida.
–¡Estaré gustoso de proporcionar la satisfacción que gustéis, pero no permitiré a nadie que me abofetee como si fuera una… un niño! –mantuvo la presa sobre el duque para impedir que se repitiera–.
Otro más, viendo que tenía las manos ocupadas avanzó rápidamente, pero no llegó a acercarse lo suficiente ni para escupir. Matheld ya se había adelantado, gruñendo y resoplando, en toda su norteña estatura. Interceptó al nuevo contendiente, lo levantó sin esfuerzo y decidió golpearlo con el puño hasta que suplicara que lo soltara o hasta que vinieran más.
–Majestad, mi señor Graveth. Mi amigo ha provocado y con razón la ira de estos hombres –dijo la mujer tras soltar al noble, que había comenzado a llorar ante la aterrada inactividad de sus compatriotas–. Entiendo que a un siervo se le azotara justamente, pero merece un tratamiento de deferencia según su rango.
El rey alzó la vista. Había estado toda la comida como ausente. Pálido, como enfermo. Cansado.
–Tenéis toda la razón. Debéis disculpadme todos, pues me había perdido en el hilo de mis pensamientos –hizo un gesto con desgana–. Quienquiera que se sienta ofendido, puede pedir que se repare la ofensa de la forma que se convenga, a no ser que mi ilustre colega, Hakim, tenga algún problema.
–Ninguno, amigo mío.
–¡Ea pues! Quién tenga asuntos que resolver que los declare aquí y ahora ante todos y no quedará por un cobarde. Quien en silencio quede, que para siempre y para sí se los guarde.
Los murmullos crecieron. El llanto del que Matheld había maltratado casi se había apagado cuando el conde de Raich, alzó una mano, iracundo.
–Este niño nos ha deshonrado a todos. No sólo habla en la lengua de nuestros eternos enemigos; ¡sino que además la usa para decir groserías en estos sagrados salones! Es por eso que exijo que obtenga un castigo justo. ¡Un castigo por nuestra mano!
–¡Eso es una sandez! –respondió uno de los nobles sarraníes, casi sin dar tiempo a terminar–. Hablamos de un joven díscolo y algo maleducado, pero sigue siendo parte de la casa de Sâlam y no tiene porqué recibir disciplina de un sucio amante de los pollos.
El comentario sobre el clásico apego sexual de los granjeros rhodokanos por sus aves de corral no iba en absoluto destinado a calmar los ánimos. A Matheld se le escapó a pesar del esfuerzo en contra, una risilla. La parte de la derecha del salón, donde los de Rhodok se habían agrupado, estalló en protestas.
–Tal vez los señores acepten un combate de honor –la norteña había  recuperado la tranquilidad en su ser–. Si se lo permiten, creo que mi joven amigo podrá proporcionar la satisfacción adecuada a estos casos a quien lo desee.
–Su Majestad, si esta mujerzuela vuelve a hablar cuando no le compete, aseguro que haré que la…
–¿Hará qué, follapollos con ínfulas? ¿Azotarme como si fuera su mujer, o su hija? –espetó, ya sin contener en absoluto la ira–. Yo no soy una débil mujer rhodokana, soy señora de mis tierras, norteña y soldado. Si alguien intenta tocarme aunque sea un sólo cabello, conocerá a su hacedor.
–Estoy con vos señora. Si hay pelea, será contra los dos –Fahd apretó con fuerza la taza y observó cuidadosamente a las personas en la sala–. Puede ser de forma honorable, como acostumbran las formas, o en un estilo más tabernario, si lo prefieren.




Althan, "Duque de Schrödinger".
Hoy un poco más largo. No se me ocurría por donde cortar, así que allá va todo de una.