sábado, 30 de abril de 2011

Icusagora Riel. El Beaufighter y el Golfo Ranac (VIII).


 No puedo expresar lo mucho que me ha costado sacar esta entrega. 
Bueno si.
"¡Sacacorchos!"

Y ahora, si me lo permitís, voy a exterminar a una civilización.


– Esto es algo que viene de mi parte. Tenía ganas de que despertaras para dártelo. – Sacó un estuche grabado con filigranas del baúl que el capitán guardaba en su cabina.
Icusagora abrió con cuidado la decorada caja y sonrió al contemplar su contenido. Se trataba de una moderna pistola de percusión, unos modelos que hace apenas veinte años que aparecieron en el mercado. Además, casi inmediatamente los ejércitos de medio mundo comenzaron con los pedidos de modelos similares, con distintos resultados. Pero aquella, era una obra de artesanía que no vería ningún soldado medio.
– Es fantástica capitán, pero no sé si puedo acepta…
– Por favor. – Interrumpió con una sonrisa. – Hace algunos años la encargué, pero apenas la he usado. Y es una lástima que se eche a perder.
– Pero, la verdad, no debería aceptar algo así…
– Insisto. – Volvió a interrumpir. – Esto es un regalo. Conseguiste convencerme.
– En ese caso, lo acepto. No desearía contrariar.
– Y hay algunas cosas más. De parte del pueblo, ha llegado algo de gratificación… económica. Pero Plétoq les habló de tus problemas para conseguir munición y bueno, ahora no tendrás que preocupare.
– Ah… – Estaba muy contento, pero no podía expresarse como quería realmente. – De verdad que no esperaba…
– Tranquilo Riel, tranquilo. – El capitán le dio unos golpecitos en la espalda, para tranquilizarlo. – El mediano me ha dicho que sueles ser más bien reacio a ayudar. Generalmente cobras. Y lo he podido comprobar. Y pagar.
El aventurero bajó la cabeza. Era cierto. Siempre había sido desagradable con los posibles clientes. Cosa de educación, en todo caso. Sin embargo, Vercel siempre había tratado de rectificar esa forma de ser, a base de pescozones y algunos golpes duros. Al tiempo, descubrió que el joven no era tan duro como aparentaba y que más de una vez ayudaba a los que el veterano aventurero rechazaba por ser encargos poco productivos o demasiado peligrosos. En todo caso, lo único que exigía era silencio respecto aquello. Lo malo es que Vercel no era tonto en absoluto y en muchas ocasiones había de intervenir.
– Pero también me ha dicho otras cosas. Me dice que en muchas ocasiones pareces un héroe. Y me fío de él. –Esbozó una ancha sonrisa al ver la cara desconcertada de Icusagora. – Además, sólo por lo de ayer, ya merece la pena darte esta maravilla.

lunes, 25 de abril de 2011

Icusagora Riel. El Beaufighter y el Golfo Ranac (VII).

 ¡Muy buenas! 20 días hace que no publico nada nuevo y algo más desde que Icusagora se quedó dónde estaba, tirado en tierra y malherido. Esta es una entrega corta, muy de darme tiempo para preparar más cosas y evitar que mis lectores pierdan interés completamente. Espero que os guste, a pesar de la escasa longitud de lo que hoy publico.

Un saludo. 




Había despertado muy dolorido, incapaz de respirar sin quejarse. Pero estaba vivo y aquello le dio la suficiente energía como para salir a la soleada cubierta. Los marineros se afanaban en cargar la mercancía con la que Ismiz comerciaba. La mayoría ocupaba las bodegas, que no eran muy amplias, mientras que el castillo de popa se reservaba para los camarotes de viajeros. A pesar del dolor, Icusagora se preguntó cómo narices sacaría dinero el capitán del Beaufighter si disponiendo de poco espacio, no lo aprovechaba al máximo. En ese momento hablaba con un hombre bajito pero fornido, de pelo ralo y tez morena, que le mostraba un papel.
– ¡Ah! ¡Estás despierto! – El capitán le saludó con una amplia sonrisa blanca, que destacaba contra su piel curtida por el sol y el mar.  – Me alegra ver que el mediano es capaz de apañaros como toca.
– Gracias, capitán. – Respondió al saludo levantando la mano y mostrando una mueca producida por las heridas. – La verdad es que tiene muy buena mano
– La verdad es que tengo que agradeceros que me convencierais para combatir. – Dijo con la cara enrojecida de satisfacción. – Me han regalado una barbaridad de cartuchos y balas. He tenido que rechazar la mitad…
– Apenas entraban en la santabárbara… – Kovac, le devolvía la mirada a Icusagora, que luchaba por reconocerlo. – No es muy sensato cargar con más pólvora de la que quepa en la bodega.
– Ya, es normal. Una vez a Vercel le reventó uno de los barriletes donde la llevaba almacenada y estuvo un mes de convalecencia. – Sonrió, al recordar al contador que se iba de la lengua con facilidad. – Además, le costó un dineral la recuperación y la broma de volver a comprarlo.
– Si… – Dejó de mirar al joven y se volvió a su capitán distrayendo su atención en limpiar una mancha de tinta de sus dedos. – Capitán, si no necesita nada más…
– Si, si, Kovac, puedes continuar con lo tuyo, gracias. – Despachó con un gesto de mano, antes de acodarse en el pasamanos. – Bueno, joven amigo, lo que decía es cierto. Os lo agradezco, porque he conseguido mercancías gratis y he vuelto a probar el combate.
– Lo que me sorprende es que lo regalen tan alegremente. Sobre todo en cartuchos.
– Ah, bueno, por lo visto, no sólo les hemos salvado la vida, sino la producción y el material de bastante tiempo. Dicen que se pueden permitir regalarnos eso. – Escupió y se alejó de la borda, mientras sonreía. – Además tengo una pequeña sorpresa para ti.

martes, 5 de abril de 2011

Folgore IX


 Y aquí estamos una semana más con una nueva actualización. De nuevo me abstengo de hacer predicciones o conjeturas sobre la próxima, que trae mala suerte. En fin, esta semana poco tengo que anunciar así que doy paso ya a la nueva entrega de Folgore (que será plan ya de comenzar a componer un capítulo como estoy haciendo con los otros).





La avalancha recorría con rapidez la ladera, arrastrándolo todo a su paso. El temblor traía también un grito hasta la falda de la montaña, dónde se encontraban ambos deportistas, que se giraron a mirar y se horrorizaron de lo que vieron. Corrieron desesperados, buscando cualquier abrigo que pudiera servirles, pero no encontraron ninguno. La nieve se acercaba implacable, destrozando la ladera arbolada, llenando de terror a ambos. Y antes de que se dieran cuenta, ya la tenían encima.

Entre la nieve en movimiento algo estalló con fuerza. Salpicaduras de sangre se esparcieron y desaparecieron entre el alud. Y un rayo amarillo salió disparado hacia arriba, levantando polvo blanco a su alrededor. Folgore frenó para cambiar la batería de nuevo, pues la había gastado entera para poder matar a la criatura y pasó inmediatamente a búsqueda activa. Mandó avisos de avalancha por radio en todas las frecuencias, esperando poder alertar a quien fuera necesario y salió disparado porque había encontrado el rastro que buscaba.

Volaban. De nuevo. El olor dañaba la nariz y Folgore ardía. El contacto contra el traje quemaba y que aumentara poco a poco no ayudaba en nada a calmarlos. Gritaban ambos muy seguido y muy fuerte y le daban ganas de soltarlos, porque se estaba agobiando por el calor, que ya comenzaba a doler.
– ¡Parad cojones, parad! ¡Que nos matamos coño!
Abrió la ventilación, que despidió vaho casi inmediatamente y comenzó a descender, pues el corrimiento ya había cesado. Y apenas unos metros por encima, cayeron con fuerza.

Se había hundido bastante en la nieve, derritiéndola poco a poco por la alta temperatura.  Dado que se estaba asando, usó los brazos para sepultarse y enfriar lo más rápido posible el traje, pues ya notaba las quemaduras y el escozor. Se estaba cagando en gran cantidad de cosas cuándo cuatro manos excavaron y lo agarraron con fuerza y decisión, tras tantearle un poco. Estiraron para arriba con el fin de sacarlo a la superficie. La franja amarilla estaba negra, sucia del hollín que salía de algunos puntos del héroe. Despedía un olor muy fuerte a quemado y aún estaba demasiado caliente, pero al menos no parecía que fuera a arder sin venir a cuento.
– ¿Estás bien? – El joven trataba de mirar dentro del casco, para saber si estaba con ellos todavía. – Creo que está bien, pero no dice nada.
– Si, si, perdona. Es que hace… – Se dejó caer para sentarse. Le dolía todo el cuerpo, en especial los miembros y el costado izquierdos, que más castigo habían sufrido. – Hace mucho calor.
– Bien, hemos llamado a emergencias y han dicho que van a enviar un helicóptero.
– Bueno, gracias, pero no hará falta. Puedo volver sólo a casa. – Hizo chequeo de sistema. – Creo.
– ¡Pero si estás hecho polvo! ¿No deberías dejar que te lleven a un hospital?
– No creo que sea necesario, además puedo cuidarme yo mismo, tranquilos.
Se quedaron callados un momento, mientras Folgore se colocaba bien el casco, que con el golpe se le había desplazado.
– Al menos toma esto. – Apuntó apresuradamente en su agenda y le pasó la hoja. – Es mi número de teléfono. Soy psicóloga y antes estaba claro que querías hablar. Si vuelves a necesitarlo, llámame.
Se la quedó mirando. Estaba sorprendido y aunque no se le viera la cara, era evidente hasta para un niño. Ella no se movió hasta que él, con un movimiento suave, se guardó la nota.
– Yo soy Gina y él es Aldo. Encantados
– Yo soy K... Eh. Soy Folgore. Igualmente.