martes, 24 de mayo de 2011

Bill Red. ¡Guerra!(I).

Muy buenas. Tiempo hace que no actualizo. Cada vez tengo menos acceso del que me gustaría al pc, pero por suerte tengo aún 20 libretas y muchos bolis. Esto es algo que llevo días escribiendo (no está todo) en honor del primer personaje de la Llamada de Chtulhu que sobrevive a una partida (tengo mala suerte, que le vamos a hacer). En números no es un gran personaje, pero me ha gustado mucho rolearlo. En parte de porque de nuevo, le he puesto a un pejota mi nombre. Qué ególatra soy.
Se trata de una serie de relatos cortos, de unas cuantas entregas cada uno, que irán salteados en el tiempo. El que os presento aquí, comienza en la Primera Guerra Mundial. Aunque a primera vista pueda parecer un relato histórico, que en parte lo es, no pretendo ser riguroso. Ni siquiera correcto (no puedo andar investigando todo lo que me gustaría), así que si a alguien le choca, algo, lo siento, pero no pretendo cambiar nada. Ni el frente de batalla existió, ni el regimiento, ni ninguno de los personajes que muestro. Ni las acciones que llevarán a cabo. Así que dejáos de críticas en este aspecto. Las leeré, como hago con todo, pero no considero que una crítica a mi poca rigurosidad me sirva de algo teniendo este aviso por delante (puedo aprender algo, evidentemente).
Después del pedazo de tocho, os dejo ya con la historia. Espero que os agrade la primera parte, que será la más corta.





Una mañana cenicienta en el frente de Champaña se levanta ante las trincheras inglesas. En ellas, moran gran número de voluntarios norteamericanos, agrupados por los franceses en lo que llamarían el regimiento République. Especialmente, se agrupaban en la primera trinchera. Allí Bill Red, con la despoblada barba sin afeitar, da la sensación de ser jovencísimo. Y así es. Ha falseado su edad para poder venir como voluntario, ingresando en la tropa aérea. Allí sirvió como explorador y más tarde como explorador armado, armado con pistola, una carabina y bombas de mano, que lanzaba a las trincheras alemanas cuándo tenía oportunidad. Después de aquello sintió que debía cambiar de destino, porque allí no hacía nada, en su opinión. Ahora lamentaba aquella decisión. Con lo bien que se estaba en el aire… Pero no se atrevía a abandonar a sus compañeros. A ver cómo se iban a apañar sin él.

Una pequeña fogata calienta los fríos y húmedos huesos de los soldados, que se entretienen contando los piojos que coleccionan y lanzándolos al fuego, dónde estallan para el regocijo de los hombres.
– Jódete, cabrón. – Espeta uno, resentido del parásito – Ese ya no se me come más.
– Si, ese ya no… – Bill sonríe con guasa, imitándolo. – Y los otros doscientos tampoco volverán. ¿Eh, Sam?
– Silencio chaval. – Le echó una mirada chispeante. – A ti te han sacado ochenta más.
– Eso es que mi sangre es de primera calidad. Je.
– ¡O porque no te lavas! – Terció el sargento del pelotón, un neoyorquino enorme, de apellido King, palmeando con fuerza la espalda del joven. – ¡Ja, ja, ja, ja!
– ¡Eh! ¡Que no nos lavamos ninguno! – Se revolvió, picado y algo dolorido. – Los putos gangosos nos tratan como a mierda.
– Si, esa es la excusa de todo el regimiento.
Y aunque no el batallón, sí que todo el pelotón estalló espontáneamente en risas, que se contagiaron hasta que toda la compañía reía por no llorar. Alguien, en francés, ordenó silencio. Rieron todavía más alto.
– Aún pretenderán quitarnos el sentido… – Comentó Sam, hasta que se interrumpió. – Aw, mierda. El puto…
Acababa de aparecer un oficial que se empeñaba en llevar un par de medallas en el pecho, así como el casco nuevo y reluciente en primera línea. Así se sentía más aguerrido.
Arrêter de se comporter comme...! Dejó de hablar y consideró a quién estaba gritando. – ¡Son soldados por el amor de Dios! ¡Disciplina!
Sus botas eran  nuevas y media sección las miraba con envidia. Lástima que fueran a echarlo en falta.
Un estampido solitario se escuchó venir desde la línea alemana. Inmediatamente todos se agacharon o se apretaron contra la trinchera, o las dos cosas. Todos excepto el coronel, que no solía estar durante los combates. Éste observó un instante la reacción de los soldados.
– ¿Eso ha sido…? – Comenzó a decir, pero no le dio tiempo a terminarlo. Estalló unos metros delante de la trinchera, arrojando sobre esta tierra y trozos de roca. El francés dio un grito y se arrojó al fondo, empapándose en barro y meados.
Otro estampido. Esta vez, cayó más allá. Alguien de la segunda línea gritó. Todos se dieron cuenta, antes incuso de que King lo gritara, de lo que significaba aquello.
– Preparación Artillera! ¡Todo el mundo a cubierto! – Agarró al oficial y lo estampó contra la pared de la trinchera, justo después de darle un fusil. – ¡Están ahorquillando! ¡Señor, defienda la línea!