martes, 28 de diciembre de 2010

Una Navidad fresquita...

Bueno, hace más de dos semanas que no actualizo con nada y creo que ya era hora, así que supongo que me disculparé para los lectores que me siguen. Lo siento nenes.

Además del estrés y el cabreo malrrollero que suelo coger con esta fiesta (es tan inherente en mí como el color de mi pelo), que son poderosas razones para no aparecer por aquí, hay que sumar que estoy corrigiendo el relato de StarWars para terminar el primer arco de una maldita vez (que es cosa larga y llevo dos años con ello), así como otro en el que debía revisar el tiempo verbal, lo hice, no me gustó y ahora he de dejarlo como estaba (o tratar de mejorarlo). Realmente no estoy tan ocupado, es sencillamente que no me puedo pasar el día con el editor de textos, forzando mi... por así decirlo, maltrecha vista. Espero seáis comprensivos.


Y no, no tiene nada que ver (pero nada) que entre otras cosas, esté disfrutando de una pantalla enorme y toda la resolución jueguil que me da.
En absoluto.

He dicho.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Icusagora Riel. El Beaufighter y el Golfo Ranac (IV y medio).

 Bueno, dado que esta es más cortita, he decido que será parte de la 4ª entrega. Si os preguntáis el porqué de esta decisión... Esque el tal y como acaba... Merece la pena dejaros un día así.
¡Ale, que os aproveche!



-¡Capitán! -El segundo oficial señalaba hacia tierra, catalejo en mano. -¡Ha de ver esto!
-A ver Hal, dime qué ocurre. -Se llevó el pequeño tubo desplegable que le tendía al ojo y lo ajustó, antes de mirar en la dirección indicada. -Oh, diablos.
En tierra, justo a la salida de la pequeña playa dónde habían embarrancado, los scandios se estaban agrupando para atacar al pequeño grupo, que en ese momento se afanaba en la sangría que llevaba a cabo en la escorada cubierta del snekkar destrozado. Habían discutido por aquello, antes de lanzar el ataque. Habían solicitado que algunos marineros los acompañaran, pero Ismiz se había opuesto completamente. “Son marinos, no luchadores.” Es lo que les había dicho. Ahora dudaba, pues se daba cuenta de que al repeler el abordaje se habían comportado como auténticos infantes de marina. Pero había sido contra un grupo pequeño de aquellos piratas, no en tierra y contra tantos. En todo caso, ya había prometido actuar en caso de necesidad y desde luego que iba a actuar. Aunque le costara una fortuna.

Bajaron hasta la arena teñida en sangre, los cuatro guerreros. Todos resoplaban por el esfuerzo, excepto Hoplas, que parecía estar encantado con la situación.
-¡Aaaah! ¡Por mi vida que hacía tiempo que no me divertía tanto! -Se estiró, zarandeando las hachas que blandía en cada mano. -¡Ni siquiera he necesitado el escudo!
-Oh diantres. -Icusagora había seguido la mirada fiera de Careila, hasta el grupo que se concentraba en la playa. -Oh mierda, mierda, mierda.
-Bueno, ahora si que tendrás que usar ese escudo grandullón. -Espinoso se ajustó las correas de sus armas y se arrimó al enorme luchador. -Hazme el favor y cúbreme un poco. No todos somos capaces de llevar una armadura así.
-¡Pletoq! -Riel se hizo escuchar por encima del fragor de las olas. -¡No te reveles hasta que termine todo el combate!

Todos estaban preparados para el que sería el combate de sus vidas. Enfrente suyo habían al menos una veintena de precavidos y organizados guerreros scandios, deseosos de devolver cada uno de los golpes infligidos a sus compañeros de armas. Aquello no era como las anteriores luchas. A todas luces iba a ser una masacre. Y no tenían mucha certeza.
-Muy bien, “héroe”. -Espinoso estaba sarcástico, algo que lo hacía muy odioso, dado su timbre de voz. -¿Y ahora cómo salimos de esta?
-Chitón mono de feria. Si Ismiz me hubiera hecho caso, esto no sería un problema.
-Riel, con mis los respetos. A Ismiz, que es mi amigo, le cuesta mucho perder marineros. -Hoplas había dejado una de sus hachas en tierra y estaba desenganchando el escudo redondo que llevaba a su espalda. -Y para maniobrar su barco los necesita. No crea que lo hace por gusto, pero él no es un aventurero, sino un pacífico comerciante.
Icusagora no replicó. Se limitó a aspirar, oliendo a sal y mar, preparándose para la carnicería que iba a seguir a todo aquello. El jefe de los enemigos estaba invocando a sus dioses con voz de trueno. Sus hombres lo coreaban con entusiasmo, aunque alguno miraba a los cuatro asaltantes y fruncía el entrecejo. De pronto, en mitad de la exhortación, el líder elevó los brazos al cielo, entregando a los Hados la vida de aquellos insensatos a los que iban a exterminar. Y murió.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Icusagora Riel. El Beaufighter y el Golfo Ranac (III).

 Y allá otra nueva entrega de Icusagora, para vuestro gozo y disfrute. Espero.

(PENDIENTE DE REVISIÓN).

Ningún scandio atendía a la batalla que se desarrollaba en el mar, entregados al pillaje en el pueblo costero. Tampoco notaron cuándo el bergantín-goleta y el snekkar ponían proa hacia la costa, aprovechando el viento. Lo que sí que vieron, desde lo alto del pequeño acantilado, es que el snekkar dejaba atrás al Beaufighter y se dirigía rápidamente a la playa dónde estaba varado el otro, por dónde habían desembarcado para sitiar el lugar. Sin aminorar velocidad, chocó violentamente contra la embarcación scandia, destrozando el dragón de proa y la popa de aquella, inutilizándolas a ambas. Zozobraron las dos en la arena, incapaces de mantenerse en pie a causa de los desperfectos. Por todo el lugar volaron tablones y cabos, peligrosos proyectiles, tantos que muchos agradecieron no estar allí. Para cuándo el polvo se asentaba, llegaron los primeros enviados del jefe scandio, mientras el resto organizaba a los prisioneros para controlarlos.
El lugar estaba devastado. Ninguno de los dos barcos iba a ser navegable hasta que no se reparasen y aquello los enfurecía, porque no les permitiría disfrutar a tiempo del Nurem Deglah, o la fiesta de los fuertes, una depravada celebración scandia, donde casi todo valía. Los guerreros se acercaron, con muchas ganas de trocear al responsable, o de trocear a alguien, por el tiempo precioso que les iba a hacer perder. La gente pensaba en los habitantes de Scandia como una fuerza del caos. Pero no lo eran. Siempre cumplían los plazos propuestos y odiaban los mínimos retrasos, así que aquello, en la escala de aquellos corsarios, era una catástrofe comparable a la muerte de los dioses y el efecto de ésta sobre el mundo.
La cubierta del snekkar estrellado estaba llena de restos humanos desperdigados por doquier. La sangre lucía pisoteada y era evidente que allí habían combatido. El olor a muerte los llenaba todo, ahora que la estela se asentaba en el lugar. Por aquí y por allá, maltrechos cadáveres scandios estaban atados o directamente clavados con sus propias armas. Era algo que impresionaba a cualquiera, pero desde luego, no conseguiría asustar a los corsarios. La cubierta escorada no permitía un paso correcto y firme, pero varios intentaron llegar hasta el palo mayor, dónde habían visto a alguien moverse.
Era una mujer, apoyada contra contra el palo, que estaba inclinado hacia proa, merced de una grieta que se abría en la base. Ella estaba salpicada en sangre y parecía herida de verdad, pero el experto ojo de los scandios les permitió ver el engaño, pues la mayoría de sangre no era de ella. El que había a su derecha trató de cogerla por la cintura. Había decidido hacerle pagar todo aquello y además tenía pensado pedísela al jefe de su tribu para disponer de ella cuánto quisiera. Pero no tuvo más pensamientos similares. Aunque logró girarla y comenzar a desatarse los calzones, escuchó detrás suyo un chasquido y un ligero silbido, al mismo tiempo que notaba un violento golpe en la nuca. Se sumió en la oscuridad sin un grito, llevándose al otro lado la imagen de la mujer agarrando por el cuello al que tenía delante.
Careila sopesó el peso de su enemigo con ambas manos y decidió soltar la diestra para poder empuñar la espada. Ésta había caído, así que uso los pies para llevarla de nuevo a la mano. El que tenía aferrado luchaba por liberarse, incapaz de respirar bien bajo la poderosa presa de la muchacha. Entretanto, varios chasquidos más se habían podido escuchar alcanzando a otros oponentes, que cayeron con sendos virotes incrustados. Icusagora apareció de debajo de un cadáver y un poco más allá la enorme figura blindada de Hoplas emergió de entre los muertos amontonados, acompañado por el pequeño Espinoso. Careila hizo crujir el cuello del scandio, hasta que dejó de patalear en el aire y se lo arrojó a los que venían. La sangre comenzó a chorrear de entre los escudos y por los imbornales.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Más allá de Selene. Trabajo en Venus (II).

Esta ha sido una semana acaparada por las ganas de nada y mala leche. Aunque ha tenido algunas cosas buenas la verdad, ya tocaba. En fin, espero que la siguiente sea mejor, para todos.
Un saludete.





A cientos de kilómetros de la costa norteamericana, en un pequeño aeropuerto instalado en una destartalada isla artificial construida en una enorme montaña submarina, un perro labrador descansaba sobre la manta acolchada que le hacía de cama. Era un día caluroso, pero el perro no parecía molesto por la temperatura. De hecho, al perro lo que le molestaba era un desagradable sonido que llevaba escuchando desde hacía unos segundos. Levantó las orejas y miró en la dirección aproximada.
-¿Rog? ¿Qué ocurre chico? -Un anciano controlador de vuelo salía de la caseta en el momento en el que su mascota movía la cabeza. -¿Has visto algo verdad?
Se limpió las manos en el mono que llevaba hasta la cintura y se puso bien la visera de la gorra, que estaba vuelta hacia atrás. Entornó los ojos y echó una ojeada, tratando de superar el resplandor solar. No vio nada.
-Maldito radar... -Miró furibundo la antena parada, atascada por la suciedad que llevaba el viento en la zona. -Debería comprar uno circular.
Entonces lo escuchó. Un leve petardeo, que debía de venir con toda seguridad del Nor-Noroeste. Ahora lo podía ver también, gracias a una oportuna nube, que atenuaba la luz. Un punto en la distancia se aproximaba a gran velocidad, dejando un evidente rastro de humo negro y combustible ardiendo. Walter, pues así se llamaba el único encargado de aquella solitaria estación, se quedó helado, mientras su mente decidía rápidamente que hacer. Entre las posibilidades estaba el iniciar el encendido de las agarraderas repulsoras, para frenar la nave, ir a buscar el jeep contra incendios o llamar a los equipos de emergencia, que consistían en el inexperto Tim Simmons y el sarcástico Jack Lompero.
En los márgenes de las pistas, los pivotes de repulsión tomaron un color azul eléctrico, señal de que funcionaban correctamente, al menos en su mayoría. Walter estaba controlándolos desde el panel y llamando por teléfono a los médicos de guardia.
-¡Cierra la boca Jack y preséntate aquí cagando leches! ¡Dile a Tim que se pase por el garaje de la plaza y que traiga el 4X4! -Colgó con un gruñido y puso otra vez atención a la aeronave que se acercaba. Venía ladeada, incapaz de mantener un rumbo más de dos segundos seguidos y lo que más impactaba era la enorme cantidad de agujeros que tenía a lo largo del fuselaje gris azul. De muchos de ellos salía una densa humareda gris, que se mezclaba con el resto hasta dejar un rastro negro tras de sí, iluminado por el incendio que amenazaba su motor de estribor.
Algo explotó en un costado y se desprendió, impactando sonoramente contra la metálica superficie de la isla y provocando una fluctuación energética, que hizo que Walter temiera por la continuidad de las unidades repulsoras. Además, la nave comenzó a escorarse todavía más a su banda de babor, luchando su piloto por mantenerla equilibrada en la entrada en pista. Su angulo era extraño, pues mientras que el morro miraba en una dirección, la aeronave parecía obstinada en seguir otra, directa a la caseta de control. Pero el veterano controlador estaba acostumbrado a aquellas cosas y no se asustó, como sí que hizo su perro, Rog, que salió corriendo en cuánto sintió el aparato demasiado cerca.
-Maldita sea, pierdo energía... -Hablaba consigo mismo, oprimiendo interruptores y manejando los sticks de control con habilidad. -Te voy a meter en vereda majadero.
Justo cuándo parecía inevitable que Walter fuera arrollado en su casamata, aceleró los repulsores adecuados y desvió la nave en dirección al centro de la pista, compensando el esfuerzo con los del otro lado. Estaba decidido a aterrizarla con suavidad para poder apagar un incendio concentrado y no una línea enorme de combustible y piezas ardiendo. Luego era un coñazo raspar los trozos de la pista.
Antes de que pudiera detener el aparato para poder posarlo suavemente, se cortó la corriente y éste dio con el fuselaje en tierra, resbalando varias decenas de metro, arrancando asfalto y dejando componentes en el camino. Pronto el anciano no podía ver la nave accidentada, porque la humareda ya era muy densa, pero a través de ella pudo vislumbrar como saltaba la cabina, muy lejos y hacia atrás, proyectada por el sistema de eyección. Justo cuándo pensaba que el asiento cohete tardaba mucho en salir, pudo ver entre el humo a un chico corriendo, alejándose del lugar del accidente, hasta parapetarse detrás de los pivotes repulsores. Llevaba un bulto grande agarrado en el pecho. Y el bulto se movía.
Walter sintió un sudor frío por su espalda mientras corría hacia el piloto y escuchaba el sonido de la ambulancia acercarse por detrás. También escuchó el espeluznante estruendo del jeep anti-incendios conducidos por el inútil de Tim.