domingo, 14 de noviembre de 2010

Más allá de Selene. Trabajo en Venus (I).

 Bueno, bueno, bueno. A punto he estado de no llegar a la hora. Una cosilla rápida y podréis leer.
En este capítulo conoceréis al protagonista, y para conseguir otro lector más, diré que se llama como dicho lector, al cuál como podéis imaginar, estoy sobornándolo. Como otros antes que yo.

Un saludo!





Alejandro Gisbert maniobraba su pequeña nave, esquivando los disparos de sus perseguidores. Un trabajo que se había salido de madre y ya estaba de nuevo con el agua al cuello. Aunque al cuello no estuviera el agua, sino una niña de chillido agudo y penetrante, que comenzaba a dejarlo sordo. Estaba aterrorizada y muy mareada por todas las piruetas que se veía obligado a realizar. El plexiglás blindado tenía un aspecto horrible, lleno de vómito, así como el salpicadero y la espalda del investigador. Y la niña no dejaba de gritar y dar arcadas y gritar. Y gritar. Y gritar.
En la bahía del cabo Cod, cercana a Boston, el caza realizó otro quiebro seguido de un doble tonel. Mientras llevaba a cabo la maniobra se formó a su alrededor un disco de vapor de agua condensado, producido por la onda de choque y un estruendo llenó el aire. El piloto advirtió la velocidad y agarró a la chiquilla, antes de que el compensador inercial dejara de actuar a causa de la alta velocidad en atmósfera. Se la puso en el pecho y la apretó para sí, ignorando sus gritos. Pensó que le volvería a vomitar, pero no importaba, porque de aquí a diez segundos no importaría nada.
A ras del agua, cuándo alcanzaba la velocidad de Mach 3.2 sostenida, conectó el postquemador que catapultó la nave hasta el 8.5. El agua se elevaba tras ellos en un surtidor enorme y se alejaban a gran velocidad de sus perseguidores. En cuánto entraron en acción los postquemadores, las fuerzas G superaron el límite que el compensador podía paliar y los comprimió en el asiento hasta el punto de casi perder el aliento. La niña, a modo de protesta, devolvió en su cara, pero estaba tan aturdido por el brusco cambio de velocidad que le daba igual. Creía estar en la dirección correcta y el piloto automático los mantendría nivelados mientras durase aquello. Pero no había contado con algo. Un piloto rojo, con señal de alerta se iluminaba en pantalla. Los perseguidores habían abandonado la persecución, y por eso lanzaron un par de misiles aire-aire, capaces de alcanzar cualquier cosa que volara. El indicador brillaba, especificando la distancia, que se reducía ostensiblemente. Seguir a aquella velocidad sólo los retrasaría un poco, tenía que desplegar las contramedidas y no sabía si funcionarían correctamente. Se arriesgó.
Un abanico de bengalas y desperdicio metálico salieron despedidos en el aire, con objeto de confundir a los proyectiles que se acercaban. Pero a aquella velocidad, se desperdigaron demasiado y los misiles no variaron su rumbo. Alejandro se asustó, pero no mantuvo la velocidad. Dudaba seriamente de que tuvieran un sistema de seguimiento que no fuera laser. Y considerando que los habían lanzado y habían abandonado la persecución, significaba que eran autónomos. No tenía tiempo. Descendió más todavía, levantando el agua varios metros tras de sí. Cuándo llegaron hasta la nube de agua en suspensión, estallaron ambos, proyectando metralla hacia delante y alcanzando a su objetivo.

2 comentarios:

  1. El soborno está sobrevalorado, te lo digo yo.
    Desde luego, me resulta extraño leer el nombre de Alex en este tipo de textos.
    Otra cosa, ¿lo has escrito con prisas? Lo digo porque parece que no le has dado un repaso para eliminar varios errores tipográficos.

    ResponderEliminar
  2. Si, coincido.

    Y la verdad es que no suelo revisar tanto los escritos como ahora (a no ser que sea para editarlos en pdf) y la verdad es que sí que tengo fallos tontos que no suelo cometer. Iba con prisas si, para actualizar en Domingo, pero me sorprende igual.

    ResponderEliminar