lunes, 5 de marzo de 2012

¡No pares! ¡No mires atras! ¡Sigue corriendo! (1 de 2)

Dado que estoy muy decidido a seguir el consejo de mi buen amigo Narrador para quitarme el atasco que estoy padeciendo en las teclas (mientras el inhalador hace su papel con mis pulmones). Llevo mucho más de los dos últimos meses sin escribir nada realmente nuevo y estoy hasta los huevos.
El consejo es que termine algo, pero cómo he estado un buen ratito sin poder terminar "Él", "la Última Batalla" o de los cortos, el que sea, he decidido empezar el que leéis a continuación, que podría decirse que es un trailer de los fanfics de Star Wars que escribo (aunque hace tiempo que no). El lugar, cómo algunos adivinaréis, se trata de la espesa jungla de la cuarta luna de Yavin, el emplazamiento de aquella base rebelde que destruyó la primera Estrella de la Muerte.
En fin, gracias por leer y comentar muchachada.





Una selva interminable se extiende ante él. Es joven, demasiado incluso para éste mundo, en el que todo son amenazas para el incauto. Pero ya no es incauto y aunque parece desarmado, no lo está.
Ha parado un momento para retirarse con la mano el sudor que le cae del cabello castaño, que lleva suelto hasta los hombros. Al mirar el dorso de la mano comprende que no es sólo sudor, sino la humedad asfixiante del planeta, que se le pega al cuerpo. Se anuda un pañuelo a la cabeza y continúa con su camino. El maestro le ha dicho que lleve cuidado, pero que ha de comenzar a internarse sólo más allá de su refugio.
Salta como una liebre, esquivando ramas, recorriendo aquellos gigantescos árboles sin tocar el suelo, atento a los puntos más resbaladizos. Su mentor le ha indicado que ha de cerrar sus ojos físicos, confiar en la Fuerza. Allí no puede encontrarlos, aunque se sombra es larga, pero la del lugar... La del lugar es apabullante. Hay varios templos de construcción extraña, que desprenden una oscuridad que agota. Pero también hay otra cosa en ellos. Tiene la sensación de que pueden ser usados para un gran mal, o un gran bien, dependiendo de quién los despierte. Pero ellos no lo harán. No se acercan.
Algo ha saltado por encima de él y lo ha sentido perfectamente. Sus habilidades de rastreador crecen cada día, pero no su disciplina. Se ha salido de los límites conscientemente. Quiere practicar más allá de la tutela del maestro. Vuelve a parar, respira profundamente. Su cuerpo todavía no se ha desarrollado completamente, pero su mente es fuerte. Aunque no todo lo que debiera.
Cierra los ojos. Siente el calor en su piel, la sequedad de la boca y el ruido que los animales hacen a su alrededor. Poco a poco, deja de ser consciente, con algo de dificultad, porque la selva es densa en aquella zona y no alcanza a diferenciar bien lo que le rodea. Vuelve a avanzar, sirviéndose de la Fuerza para maniobrar. Es más torpe, golpea en algunas ocasiones, resbala. Mantiene la compostura, hasta que algo, algo lo llama desde uno de los antiguos templos. Algo quiere que penetre en sus secretos, algo que quiere realizarse a través de él.
Cae al resbalar con una liana. Siente el vacío, muy real abrirse entre él y el suelo, que sabe que se acerca rápidamente. Abre los ojos, mientras manotea en busca de otra liana, como tantas veces ha hecho. Tras un tiempo interminable, consigue sostenerse merced de la misma que lo ha hecho resbalar.
Desciende con suavidad, mientras traza un arco hasta la resbaladiza superficie verde que hay entre los árboles, que cualquiera confundiría con el suelo. Las raíces de dichos árboles están tan hinchadas que la tierra a su alrededor está abierta. Respira tranquilo, tomando todo el oxigeno que puede, incrédulo de lo que ha sentido hace sólo unos momentos. Algo lo ha visto y se ha puesto en contacto con él. Aquello ya es de por sí suficientemente malo, pero además ha visto. No era una imagen clara, sino más bien un cúmulo de sensaciones. Un tormentoso mundo que pelea contra sí mismo, otro lleno de seres de un sólo ojo irreconocibles. Visiones de batallas, de huídas y victorias. De aventuras, traiciones y sorpresas.
También sabía de gente a la que no conocía, pero que debía conocer. Y por encima de ello, dolor. Dolor físico, emocional y de cualquier tipo. Aquello le intranquilizaba sobremanera. Le dolía el pecho, el lado derecho y todo el brazo. Su cabeza, su pierna, prácticamente no había punto de su joven cuerpo que no doliera en distinto grado, hasta que casi quería gritar. Hacerse consciente de que el dolor podía venir del futuro pasó desapercibido por aquella omniosa sensación de pérdida.
Se descubrió llorando, incapaz de controlarse. No era tanto como que fuera a pasar algo malo, sino la certeza de que no sería sólo una cosa. No venía algo grande, sino muchas cosas, de distinto grado. Era incapaz de determinar mucho más y prefería no hacerlo. Tampoco es que pudiera, pues escuchó un rumor escalofriante a su espalda. Parecían miles de serpientes siseando, pero sabía que no eran serpientes. Lo tenía muy claro

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