martes, 6 de marzo de 2012

¡No pares! ¡No mires atras! ¡Sigue corriendo! (2 de 2)

Y aquí, por fin, la segunda parte. Ahora me dedicaré a escribir sobre otras cosas, pero antes... Antes... ¡Vuelve la Senda del Interrogador! Y volvemos por la puerta grande, con una maxientrevista realizada a Rafagast (cada vez que escribo su nombre lo compruebo, para que no me pase lo que la última vez) y Toru, en una entrevista de tres horacas. La entrevista estará dividida en varias partes, para que no os agobiéis al leer, que por desgracia, el editarla ha sido arduo y por la tontería de mi pc he perdido lo que llevaba, así que nos veréis cómo si de un directo se tratara.
A pesar de la bochornosa cantidad de tiempo que me ha llevado publicarla.

¡Un saludo!




Corre cómo si los demonios lo persiguieran. Y en cierto modo, es cierto. Pequeñas bocas llenas de dientes desiguales y amarillentos le pisan los talones. Ésos simos son raros en Yavin IV, pero cualquiera que se los topara en la densa jungla podría lamentarse durante el rato que tardaran en devorarlo. Chillan, excitados por la cacería, que siempre les emociona, deseosos de que se defienda, de que escape, y de que falle.
El sudor frío le corre por la frente, pues siente casi treinta animales tras él, que se burlan y ríen cómo locos. Acaba de rebasar el perímetro que no debería haber atravesado desde un principio. En la lejanía, la oscuridad se ríe divertida de la escena, a pesar de que sabe cómo acaba y por tanto ya no tiene emoción. El joven espera que su maestro intuya lo que pasa, porque no es capaz de mandarle un mensaje de ninguna manera. Está tan aterrado que no se domina, sólo corre por puro instinto, guiado por la Fuerza.
Salta de nuevo sobre una rama, coge una liana y se desplaza hacia arriba, tratando de despistarles, pero no cejan.Lo han pillado y va a ser imposible que lo dejen ir. Con apenas catorce años, no está tan preparado cómo creía para éso y no sabe afrontar la situación. Pero les saca ventaja. Poco a poco y sin percatarse, se aleja del grupo, deslizándose cada vez más rápido que el grueso de perseguidores. Vuelve a la superficie, pues intuye que si cae mejor que sea en el suelo, que no a varios metros de él. De la misma forma que hace tres años escapó del templo de Coruscant en pleno genocidio, ahora ignora la lógica y tan sólo deja que su cuerpo haga lo que debe. Y como hace tres años, acude en su ayuda.
Delante de él, algo ruge cómo los truenos, haciendo que la jungla se estremezca. De entre las ramas, destrozándolas, aparece una moto ancha y poderosa, que se abre paso por la pura potencia de sus motores. Al verlo, Jeriaebrek vira y derrapa por el barro para frenar antes que con los simples repulsores. El antiguo maestro jedi salta del vehículo y se dirige hacia su alumno.
-¡Sube y mantenla encendida! - Ordena, con el tono que hce intuir que no hay réplica posible. - ¡Hablaremos luego!
El alumno obedece, sin prestar demasiada atención al hecho de que no trae ningún arma al cinto.
Jerieaebrek se coloca en posición defensiva, imitando a los grandes luchadores desarmados, cuyo arte casi se ha perdido. Siente cómo la horda se acerca, loca por la nueva presa, que no huye, sino pelea. El primero de ellos se le lanza directo a la yugular, pero un manotazo lo aleja en dirección a los árboles. Otro le salta al pecho, pero de nuevo la palma de la mano lo impide, estampándolo en el suelo. Así, poco a poco, van llegando el resto, mientras no dan tregua al luchador, que con las manos desnudas les hace frente, moviéndose con gracia y velocidad, pero sin dar golpes mortales. Recordando que se ha dejado el sable láser en el banco de trabajo, culpa de las prisas.
El alumno no deja de mirar, maravillado por que su maestro sea capaz de aquello. Sabia que tenía experiencia, pero no pensó que pudiera combatir así. Pero la maravilla dura poco. Uno de los simios, consigue llegar hasta la cadera, mordiendo con saña, pero se lo saca de encima con un grito. Otro, aprovechando la confusión le muerde en el brazo, mientras un tercero prueba con su pierna. Jeriaebrek, sabe que se le acaba el fuelle. Ellos no descansan y aquellas heridas le van a hacer mella en breve. Se quita de encima a los que puede, rodando y dando patadas y manotazos, antes de parar de nuevo para volver a enfrentarlos. Pero ya vienen sin cuentagotas. Ahora van de cuatro en cuatro y de cinco en cinco. Está perdido.
Al ver la escena, Vilem no puede dejarlo estar. De nuevo el instinto le dicta. Y lo que le dicta es acelerar la moto, acercarse con violencia hasta su maestro, que se quita de encima como puede a aquellos dientes portátiles. Al parar, éste lo mira con una mezcla de sorpresa y terror. Sorpresa porque nunca pensó que lo desobedecería en un momento cómo ése y terror porque conoce la fama de aquellas bestias. El joven, sin pensar, lo agarra con fuerza y lo sube al asiento trasero, usando toda la fuerza de su brazo derecho, hasta que éste gime y cruje, quejándose del maltrato. Sin percatarse del dolor lacerante que le atenaza el hombro y codo ni del ser que le mordisquea el gemelo izquierdo, enfila el morro hacia arriba, sin soltar a su maestro con el brazo lastimado. Da gas a fondo, sin mediar aceleración previa y los impulsores se incendian en una gran deflagración que consume la selva.
Entre las copas de los enormes árboles, una figura oscura y humeante escapa de las llamas que ya se extienden más abajo, que chillan y crujen por el fuego, mientras los simios arden. Por fin, deja de ascender y se mantiene estable a cierta distancia del suelo. El alumno se da la vuelta para atender a su maestro, que está agarrado al asiento cómo puede. Sangra en algunos puntos, pero no parecen heridas graves, nada que no se cure con un desinfectante y una vacuna, por si las moscas. Lo preocupante es su propio brazo, que siente hincharse poco a poco y alcanzar proporciones espantosas. Le duele una barbaridad y ya no se puede contener. Suelta a Jeriaebrek y se encoge, gimiendo por el intenso dolor. El aumento repentino de G le ha lastimado más allá del esfuerzo realizado y ahora lo está pagando.
- No te voy a reñir ahora, más tarde. Pero quiero que pienses en lo que ha estado a punto de ocurrir. - Le dijo, entre la severidad y la empatía hacia el chico. - Déjame que conduzca y vayamos a casa, antes de que nos metamos en más líos

Una vez tratadas las heridas, maestro y alumno hablaron largamente sobre lo ocurrido. La falta de madurez del joven, el ente oscuro y la tremenda persecución por parte de los simios carnívoros. Aquél era un planeta peligroso, especialmente por los más jóvenes y era hora de cambiar de aires. Llamaron a Ilvael, que se había quedado encargado de encontrar un lugar lleno de vida, apartado e ignorado, dónde medrar sin padecer del Imperio o de las propias formas de vida.

- ¿Dantooine? - Jeriaebrek recordaba, poco a poco, los detalles de sus lluviosas praderas. - Sí, me gusta. Bien, pues comenzaremos a recoger.
- A Nomaie le gustará veros. - Comentó el artesano Twile'k, refiriéndose a su hija. - Supongo que llegaremos en aproximadamente cuatro días.
- Bien, en cuánto traigas el Falange aquí podremos partir. Voy a tener a los chavales ocupados empaquetando, para que no les queden ganas de salir al exterior. Ya no puedo controlarlos como cuándo salimos de Coruscant. Especialmente a él.

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