viernes, 27 de abril de 2012

Hoy no hay entrega.

No me voy a extender. Me encuentro soberanamente mal y no he sido capaz de escribir demasiado, ni demasiado bien. Mañana doble y si no, el domigo cuádruple.

Disculpen las molestias

jueves, 26 de abril de 2012

Folgore XIII.


 ¡Uf! Casi no llego a ésta entrega. Agradecedle la putada al catarro, que me tiene completamente idiotizado.



Klaus estaba boquiabierto. Evidentemente, no era la primera armadura que de ese tipo que caminaba por el planeta, pero era la primera que tenía tan cerca.
– Aún hemos de ponerle la cobertura de aleación, pero es operativa y está prácticamente acabada. – Johann no podía ocultar su orgullo por el aparato creado por los tres. – Será bastante duro, eso sin duda.
– ¿Es rápido? – Preguntó el joven, sin recordar que ya se lo habían dicho antes de mostrárselo. – ¿Cuánto alcanza?
– Todavía no hemos podido hacer las pruebas de campo. – Sonrió Kurt, maravillado por la buena respuesta de su jefe. – Pero debería alcanzar Mach 2 con facilidad, sin forzar los sistemas.
– ¡Es estupendo! – El millonario no cabía dentro del arnés de la satisfacción que sentía. – ¿Está equipado cómo Folgore?
– Dispone de los sistemas tradicionales del propio Folgore, claro. – Dijo Sandro, intercambiando miradas con el aparato que se alzaba ante ellos, imponente. – Hemos añadido dos generadores de campo quinético extras, que crearán un escudo protector, para complementar el blindaje físico.
– Pero… ¿No se podían añadir directamente a Folgore?
– No, la fuente de energía es demasiado grande, aunque ofrece la que necesitamos y más. – La voz ya no sonaba metálica y la armadura estaba entrando en posición de apagado. Se abrió una placa trasera. – En ésta maravilla funcionará perfectamente y no tendremos tanta limitación a la hora de añadir equipamiento nuevo.
– Oh, Dios, tengo que probarlo. – Comenzó a quitarse presillas, ante la sorpresa general. Se lo impidieron. – Kurt, así no sale, es exactamente al revés de cómo lo estás haciendo.
– Claro que es al revés. – Terció éste, sonriendo, mientras volvía a apretar las presillas. – Y está usted herido, además de que no está completamente acabado.
– Uhm… Ahora que lo pienso, ¿cómo demonios lo puede pilotar él? – Se sorprendió. – Pensaba que el enlace neural era indispensable.
– Y lo es, lo es. – Sandro miró a su colega, que descendía del monstruo metálico. – Por eso Johann lo lleva. Es nuestro piloto de pruebas.
– Señor, no le íbamos a dar una maravilla experimental sin haberla probado antes. – Dijeron los tres, a unísono, mirándose sorprendidos.
– Oh venga, no me podéis dejar así. Hasta yo sé que puede volar. – Suplicó, esperanzado. – Si lleva escudos telequinéticos, no necesita de la carcasa exterior para que sea aerodinámico.
– Señor Glucciani, usted pagará, pero también hemos de mirar por su salud, al fin y al cabo. – Dijo Kurt, inflexible. – Hasta que no esté completamente recuperado, no pilotará éste o Folgore.
Klaus lo miró dolido. Sabía perfectamente que no podía, pero estaba tan contento como el día que la empresa aeronáutica le llamó para comunicarle que había terminado con la reproducción de su B-25. Tuvo que volver a la realidad y admitir que no estaba en su mejor momento, antes de disculparse por haber perdido un momento los papeles.
Hablaron durante horas, sobre sus capacidades, posible nuevo equipamiento, incluso armas de energía, que actualmente estaban desarrollando para el ejército estadounidense, aunque estaban en unas etapas muy primerizas de desarrollo. Hablaron hasta que se hizo de noche e incluso cuándo llegaron las pizzas, continuaron.

Friedrich midió con la mirada al hombre que tenía delante. Era enjuto, vestido de negro y no sonreía en absoluto. Le ponía nervioso.
– Entonces, ¿qué? – Dijo, inclinándose sobre la mesa en toda su alta estatura. – ¿A  por quién he de ir?
– Se trata de Folgore, un superhéroe suizo que apareció hará como medio año. – Tenía una voz suave y agradable, que apenas se escuchaba por encima del estruendo del pub. – Dado que hace unas semanas que no da señales de vida, queremos que salga a la luz. De paso, comprobaremos si nuestras teorías. Sabemos que opera en la zona de Lugano, aunque por fuerza mayor se desplaza a otros lugares.
– Muy bien, pues iré y lo macha…
– No. Irá a Frankfurt y comenzará a hacer lo suyo. – Hizo un ademán un tanto despectivo. – Ya sabe, destrozos y todo eso. Y de paso, buscará a dos personas, que son de carácter fundamental para nuestra organización.
– Ajá, y las mat…
– No. Se limitará a encontrarlas y a secuestrarlas. – No hizo ningún gesto al decirlo, como si fuera una estatua de cera. – Después declarará ante las cámaras, usted se ingeniará el cómo, que si no viene Folgore antes de dos horas, las asesinará en directo.
– ¿Dos horas? – A Friedrich aquello no le cuadraba nada en absoluto, dado que iba a hacerlo solo. – Media Alemania se me echará encima. Soy poderoso, pero hasta yo tengo en cuenta mi límite.
– De las fuerzas de seguridad nos encargaremos nosotros.
– ¡Y de los otros súper?
– Le aseguro que tendrán otros motivos para distraerse. Usted es nuestro mejor activo. – Añadió, siniestro. – No el único.
– Bien, y cuándo llegue el tal Folgore, si tiene redaños…
– Se limitará a humillarlo. No lo matará ni lo incapacitará ya que es muy necesario dentro de nuestros planes. – Volvió un momento la cabeza, para hacerle una señal al camarero. – Después de hacerlo se irá del lugar a dónde se esconda habitualmente. Y matará a sus dos rehenes.
– Muy bien, así lo haré. – Le miró, interrogante. – ¿Puedo saber qué han hecho esos desgraciados?
– Algo que tiene que ver con nuestras finanzas. No se preocupe. – Sacó una nota de papel y se la entregó. – Son éstos dos. ¿Podrá recordarlo? Hay que destruir la nota.
– Así que Kurtz Rot y señora, ¿eh? – Incineró el papel con el mechero que le pasaba su contratante. – Creo que éstos dos lo van a pasar mal.

miércoles, 25 de abril de 2012

Folgore XII.


¡Y aquí lo presentamos! Espero que os guste el nuevo "personaje", porque hace tiempo que estaba pensando en él.


Fueron dos semanas de intenso trabajo, mientras Klaus se recuperaba de sus lesiones. Había ido un par de veces a verlos, con ese andar rígido que le confería el arnés y la misma sonrisa de siempre. Habían quedado en no decirle nada de Blitz hasta que hubieran terminado un primer prototipo, para que no objetara nada hasta que ya diera igual. El objetivo era mantenerlo a salvo dentro de la armadura hasta que pudieran mejorar Folgore para que fuera más seguro. Kurt había comentado que el joven usaba de vez en cuándo el campo telequinético como medida defensiva adicional, ante la imposibilidad de esquivar un golpe. Lo hacía de forma casi instintiva, así que decidieron añadir dos generadores quinéticos que ejercerían de proyectores de escudos, para no tener la necesidad de un blindaje físico mayor, aunque no dejaron de usar una aleación de titanio y wolframio con otros metales para el recubrimiento externo, por si en algún momento los sistemas no funcionaran como debían. Sería menos ágil, pero con el equipamiento que le estaban añadiendo sería una pérdida menor, en comparación con las nuevas capacidades.

Klaus estaba muy aburrido. No había podido moverse con normalidad en ningún momento y había requerido el uso de un asistente, pese a que le gusta su solitaria tranquilidad e independencia. El teléfono sonó de pronto, impidiendo que se durmiera del todo en el sofá. Luchó con todas sus fuerzas para incorporarse y por fin llegó hasta el aparato, que descolgó con urgencia.
– ¿Diga? Ah, Kurt, sí, dígame. – Frunció el ceño. – ¿Hoy? Sí, sí claro, no tengo problema. Aunque no puedo conducir, así que llegaré un poco tarde. Ah, gracias, no hacía falta, pero gracias. Bueno, ahora nos veremos allí.
Colgó extrañado. Kurt no lo había llamado nunca a su casa y menos tan animado. Aunque Kurt era amable y educado, de suave voz a pesar de su espeluznante aspecto de malo de película, no es que fuera precisamente el alma de una fiesta, si alguna vez había pisado alguna. Mientras esperaba al chófer que debía venir a recogerlo, se quedó mirando cómo atardecía, con todos los  barquitos surcando el lago con calma. Era uno de esos paisajes que relajarían a cualquiera, pero él estaba algo preocupado. No era el Kurt de siempre.

El chófer le había ayudado a entrar en el coche, aunque eligieran un todo terreno. Había blasfemado un par de veces al chocar el arnés contra la carrocería y al ponerse el cinturón no había podido sin ayuda. Si hubiera ido atrás, habría tenido más espacio, pero prefería una conversación más cercana, que desde detrás no escuchaba bien. Cuándo llegaron a la central de Lugano salió un excitado Kurt a recibirlos. Le echó una mano al bajar e incluso pagó una generosa propina al chófer, que se fue encantado. Guió el científico al millonario hasta la sala insonorizada, antes de abrir uno de los pasillos que llevaba a las cámaras de pruebas de acceso restringido. Allí sólo cuatro personas podían entrar, pero tan sólo vio a Sandro, que le estrechó la mano jovial, en medio de la penumbra general.
– Verá señor, hemos conseguido una mejora. – Comenzó el regordete científico, ante la cara de sorpresa del joven. – Siento el misterio, pero nos gusta impresionarle. Y sabemos que le gusta que le impresionemos.
– Hemos conseguido mejorar la capacidad energética enormemente, señor, aunque… – Kurt se paró un momento antes de seguir, inseguro de pronto, consciente de que habían actuado sin permiso. – Eh… Bueno, aunque ha habido que replantear por completo el sistema.
– ¿Eh? ¿Qué…? – Comenzó Klaus, incapaz de reaccionar.
– Quiere decir señor, que hemos rediseñado el traje. – Sonó la voz de Johann, metalizada, en algún lugar de la oscuridad de la gran cámara de pruebas. – Es más grande, pero estoy más que seguro que no supondrá ningún problema, en cuánto lo vea terminado.
– ¿Más grande? – Comenzó el empresario, buscando la fuente de la voz, inútilmente. – Johann, alguien, me lo podrían decir sin más preámbulos?
– Oh, claro que sí. – Dijo, mientras un suave pitido indicaba que los sistemas de repulsión se habían conectado. – Enseguida me acerco, aunque no puedo salir entero de la sala.
– ¿Tan gr…?
Lo interrumpieron las luces, que lo deslumbraron y no le permitieron enfocar la enorme sombra que se acercaba flotando hacia él. Era humanoide, seguro, pero no veía nada.
– Creemos que puede alcanzar el Mach 2 sin demasiados problemas. – Dijo Kurt, emocionado. – Y su autonomía es mucho, muchísimo mayor, mientras no se sobrecarguen los sistemas.
– Y le aseguramos que no es fácil sobrecargarlos.  – Sandro continuó, sonriente como siempre. – Aprovechando que nos sobra muchísimo espacio, hemos aumentado su eficacia y rendimiento, además de que su resistencia al estrés por el uso es mucho mayor que con Folgore.
– ¿No es un Folgore? – Preguntó Klaus, abriendo mucho los ojos.
Debía de medir entre tres metros y medio y cuatro. Tenía un aspecto un tanto raro, con el esqueleto mecánico y los conductores eléctricos a la vista. Dentro de las barras de titanio había una cápsula de aspecto resistente, dónde acababa todo el circuito. Desde el sarcófago, Johann manejaba el aparato.
– No señor. – Dijo, con esa voz metálica espeluznante. – Ésta maravilla es Blitz.

Charles amigo... (2).


 Y aquí la segunda y última entrega del bueno de Charles. Recordad que ayer por la noche publiqué la onceava de Folgore, en la anterior entrada. Un saludo a todos, espero que os guste.




Se acercó a la entrada de la puerta con ánimo cauteloso. Lentamente, alargó la mano, para comprobar si estaba abierta. No había suerte. Alguien desde el otro lado dio un respingo cuándo el peso del ex-soldado hizo crujir una tabla del porche.
– ¡Muérete viejo cabrón! – Dijo la persona que estaba tras la puerta. – ¡No creas que nos asustas! ¡Somos una legión aquí dentro, gringo asqueroso!
Siguió gritando y lanzando imprecaciones. Cerca, por lo visto. Charles chocó los nudillos contra la puerta, como llamando.
– ¡Jajajaja! – Rió la voz, gozosa. – ¡Ahora el pinche cree que le voy a ab…!
Dejó de reír después de que el furibundo padre apoyara la Colt en la puerta, a una altura adecuada y disparara. Desde el otro lado, se escuchó la frase quebrada y el grito de espanto que lo siguió. Volvió a enfundar la pistola y sonrió, malévolo, mientras sacaba del bolsillo de su chaleco una barra oscura de la que sobresalían dos cables. Los conectó a un cebador manual, que llevaba un carrete doble.
La puerta voló sin encontrar resistencia por parte de las bisagras. Cayó dentro entre el estrépito de cristales rotos, gritos variados y el propio estruendo de la explosión. Entre el polvo y las astillas levantadas, apareció una gruesa forma, que se movía endiabladamente rápida. Sin pararse a analizar la escena, de izquierda a derecha soltó una ráfaga sin dejar de apretar el gatillo hasta que sus enemigos se habían escondido. O estaban muertos, con las entrañas desparramadas.
– Lo diré por primera y última vez. – Sentenció, iracundo. Estaba atento a todos los que continuaban quejándose. – Decidme dónde está, o traédmelo, u os mataré a todos.
Nadie respondió. Un par lo miraron incrédulos, otros no eran capaces de escucharle, como se veía por la sangre de sus oídos. Sólo el par que aún estaba en condiciones por disparar se dieron cuenta de sus palabras y vieron en su cara la veracidad de ellas. Y trataron de coger sus armas, inútilmente. La ráfaga los destrozó en el mismo sitio dónde se encontraban, convulsionando sus cuerpos. Los que pudieron huyeron torpemente, pero algunos cayeron por las nuevas ráfagas. Avanzó hasta uno de los heridos, al que ahora le corría una sombra oscura por el pantalón, incapaz de contenerse. Lo agarró por el cuello y le acercó el cañón de la pistola a la sien. Seguía atento al resto, por si las moscas.
– ¿Creo que no me he explicado bien, no? – Sonrió de nuevo, con una expresión espantosa. – Dime dónde está. O te juro por el altísimo que no respondo de mí mismo.
Aterrorizado, le comenzaron a temblar las piernas. No sabía nada más que balbucear. Con los ojos miró hacia las escaleras. El antiguo Ranger miró.
– Ah, claro. – Ejecutó al sicario. – Está arriba, qué típico.
Sin dejar de dar la cara hacia el interior, retrocedió con la ametralladora preparada, por si salía alguien más. Como efectivamente ocurrió. La m249 volvió a rugir en cuánto asomaron por la puerta superior, destrozando el marco y a los hombres que aparecieron tras ella.
– ¡Veo que seguís sin comprenderme! – Rugió de nuevo, subiendo con cautela las escaleras. – ¡No hay nada que podáis hacer! ¡Nada! ¡Excepto devolverme a mi hijo!
Se acercó a la puerta de acceso al pasillo superior. Asomó ligeramente un pañuelo y retiró la mano antes de que se la volaran. Sacó otra granada del bolsillo, cilíndrica. Le quitó la anilla y la hizo rebotar contra las paredes. Se cubrió tras la puerta y esperó la leve detonación y el suave siseo del humo saliendo. Corrió hasta la primera habitación, cubierto por la densa humareda. Estaba vacía, pero escuchaba voces en la siguiente, así que se le ocurrió una broma que les encantaría.
Al otro lado, atado en un sillón, estaba su hijo Erik. No podía gritar, ya que estaba fuertemente amordazado y tenía los ojos vendados, pero podía escuchar perfectamente el estrépito. Oyó que tocaban a la pared que tenía enfrente. Los sicarios y el narcotraficante se giraron hacia ella cuándo dejaron de tocar y ya la aporreaban. Un cuadro cayó y se hizo añicos contra el suelo.
Apenas los cristales dejaron de esparcirse por el suelo, dispararon a la pared sin control Aquí y allá, los matones y el narco vaciaban pistolas fusiles y subfusiles, con la esperanza de asesinar al intruso. Cuándo el silencio se hizo patente y nada más se escuchaba, sonrieron confiados.
Desde la puerta, les llegó un sonido escalofriante. El suave roce del cañón metálico contra la cincha de sujeción hizo que se les erizara el cabello de todo el cuerpo. Antes de que reaccionaran del todo, la ametralladora rugió, hambrienta. De izquierda a derecha, de nuevo, disparaba una y otra vez, en una interminable ráfaga que llenó la sala, desparramando sesos y tripas por ella. Excepto los del narco, que ahora temblaba en el suelo, con el arma a sus pies, incapaz de cogerla. Se acercó Charles, poniendo a su espalda el humeante m249 y sacando la pistola de nuevo.
– Y esto, es lo que pasa cuándo crees que estás por encima de la ley. – Le hablaba en voz baja, para que su hijo no lo escuchara. – Que llega un momento que cabreas al que de verdad está fuera de la ley. Porque… ¿quién me condenará? ¿Qué juez en su sano juicio, en el estado de Oklahoma se atrevería a condenar a un hombre que ha destruido a una importante banda traficante, para rescatar a su hijo secuestrado? No, nadie.
Le apoyó la pistola contra la sien, apretando con fuerza.
– Nunca pensáis a quién estáis jodiendo hasta que resulta que despertáis a Némesis. No te daré la oportunidad de rehacerte. No te daré la oportunidad de hacer más daño. Hoy, y quiero que me escuches bien, acaba tu vida. Serás el ejemplo para toda la escoria como tú. Mala suerte.
Lo último que pasó por su cabeza, fue una bala del calibre 45, que le abrió el cráneo cómo un melón maduro. Charles se levantó tras ejecutar al narcotraficante y se propuso desatar a su hijo. Las explicaciones vendrían luego, de momento sólo sentía la satisfacción de encontrarlo sano y salvo. Algo magullado, pero vivo y entero, al fin y al cabo.

martes, 24 de abril de 2012

Folgore XI.


 Ni imaginar podéis la sensación de triunfo que me embarga ahora mismo. Creo que lo de la votación y la promesa de la semana de actualizaciones diarias me ha venido bien. No me estoy sentando lo que me gustaría para escribir, pero cuándo lo hago, me sale casi sólo. Lo que viene dentro de unas cuantas entregas espero que sea uno de los momentos más espectaculares desde que comencé con Folgore.
Por cierto, dos cosas. La primera es mi disculpa por el tochazo "técnico" con éste trío calavera. Es una entrega de transición, para mostrar cosas y algo explicativa. Precisamente, porque quería hacer lo que leeréis en breve y porque de vez en cuándo hay que hacer algo así.
La otra cosa, es que tened en cuenta que no soy científico. Soy curioso hasta el extremo y me leo lo que sea por puro placer (física nuclear incluída), pero la aplicación que pueda dar, no se ha de tomar como algo realista. Así que no lo hagáis. Y no seáis muy críticos con ello, recordemos que es un mundo dónde la gente vuela, tiene superfuerza y además las esfinges se levantaron de las arenas del Sáhara para volver a trotar por sus dunas. Es ficción fantástica.

 (Mañana por la mañana, seguiremos con Charles, que hoy es muy tarde).




Estaban los tres científicos en la sala insonorizada del edificio de Industrial Glucciani, trabajando en las mejoras de Folgore. Estaban algo estresados, porque no había forma de lograr una fuente de energía estable y potente, lo suficientemente pequeña para colocar en el traje. Las conexiones de plata eran la única opción viable por el momento como conductor, así que se centraban en mejorar las baterías y aumentar el rendimiento de los sistemas.
– Podríamos volver a fabricar el traje de tela, pero añadiendo dos capas más. – Sandro, pasándose la mano por la calva, exponía una posible solución, aunque no lo tenía del todo claro. – Una capa formada por células fotorreceptoras, que tal vez podrían suplir parte del gasto de la batería. Y otra capa de kevlar transparente, para reforzarlo.
– Uhm, igual es demasiado restrictivo, contando con las protecciones que ya usa. – Terció Kurt, mirando sus papeles. – Podríamos hacer un poco más gruesa la última capa y retirar algunos de los refuerzos interiores, para aligerarlo y que no sea tan incómodo.
– Lo de las receptoras está bien. – Se metió Johann, el más joven de los tres, con las gafas deslizándosele hasta la punta de la nariz al echar un vistazo a los stocks que poseía la empresa. – Evidentemente, las baterías podrían recargarse durante el rato de Sol y dotarle de más autonomía.
Aunque Klaus quería más velocidad, también habría que pensar en la autonomía, que a pesar que para un uso estándar era adecuada, con una duración de batería de hora, y llevaba diez, que no le estorbaban. El problema del sistema es cuándo se le sometía a estrés, como acelerar por encima de la velocidad recomendada o combatir contra casi cualquiera. Los últimos acontecimientos les habían demostrado que el sistema en un combate prolongado no era tan buena solución. Sobre todo en el cambio de baterías, pues la interna sólo tenía energía suficiente para uno o dos minutos de rendimiento estándar o bajo. Con toda la potencia conectada, apenas dispondría de veinte segundos, en los cálculos más optimistas. Y en los más pesimistas podría desconectarse casi inmediatamente.
– Deberíamos mejorar el sistema de cambio. Propongo situar la bahía de conexión en el centro y que cambie automáticamente cuándo se acabe, en un cinturón estanco. – Dijo el científico, sin dejar que sus dos compañeros terminaran de pensar en lo de la recarga. – Igual podríamos ponerle baterías mayores, cubiertas por el propio traje.
– Sí, es buena idea. Las tres lo son. – Kurt apuntó su aguileña nariz en dirección al joven, que sonrió tímidamente. – Pero hay algo de lo que me gustaría hablaros.
Ambos científicos lo miraron expectantes. Sabían que Kurt había estado más pensativo de lo habitual los últimos días y eso significaba que les iba a proponer alguna cosa nueva.
– Sé que al señor Glucciani le gusta Folgore tal y cómo está, pero dadas sus experiencias, hemos comprobado que no tiene suficiente protección para los desafíos habituales. – Abrió su carpeta, con algunos bocetos sencillos, seguidos de hojas y más hojas con cálculos y anotaciones. Se los pasó a sus colegas. – Folgore es un ejemplo de miniaturización excelente. Cualquiera de sus componentes, medían metros antes de trabajar seriamente con ellos. Aquí os propongo integrar sus sistemas en un entorno protegido más grande, para aprovechar el espacio sobrante.
– Seguiremos necesitando una fuente de energía, además de que es más peso. – Terció Sandro, que no estaba del todo convencido, aunque sí que apoyaba la idea de un aparato más grande en el que trabajar. – Y el peso es lo que más nos estorba, aparte del tamaño.
– Ya había pensado en ello. Y se me ha ocurrido una forma de librarnos de las baterías, aunque no son un mal sistema de apoyo. – Aunque habría que encontrar la forma de encastrarla, podríamos intentar usar una cámara Catatumbo. Sería cómo si estuviéramos animando al monstruo de Frankenstein, pero con una fuente propia de rayos.
– Lo veo un poco complicado. Una cosa es un edificio que se dedique a la producción de energía de esa forma y otra es acoplárselo a un sistema personal. – Johann revisó todos los datos, admirado. Pero el punto del tamaño no lo acababa de ver. – No sé hasta que punto hacerlo más grande es una solución al problema.
– Creo que con el espacio que tenemos de sobra podríamos hacer una miniatura. –Sandro seguía algo escéptico, pero la idea le gustaba lo suficiente como para plantear posibles soluciones. – Teóricamente en un tamaño menor, no deja de funcionar, el problema es que esto es incluso demasiado pequeño… Pero bueno, también todo era demasiado grande para ser posible hasta y sin embargo aquí está.
– Bueno, dada la cantidad de dinero que se desvía a la investigación de Folgore, no pasaría nada si cogemos un poco para éste. – El joven había decidido al menos intentarlo. – Dado que todo depende de la energía, miniaturicemos todo lo posible una cámara de Catatumbo. Y después construimos alrededor.
– Me parece buena opción. – Sandro se levantó, señalando una de las anotaciones. – Me gusta el nombre de Blitz y además es adecuado.
– No lo había pensado como nombre, sino como concepto. – Kurt sonrió, halagado. – Pero sí, también creo que es adecuado. Blitz entonces.