viernes, 30 de mayo de 2014

Pollito Wars: Filii Belli. Epílogo FIN. (15)


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Aubrey clasificaba las órdenes del Almirantazgo en su datapad. La idea de que el Beaufighter fuera desguazado lo enfurecía, pues había perdido a amigos, subordinados y partes de su propio cuerpo en las cubiertas de esa nave. Era casi una extensión de sí mismo y no concebía demasiadas torturas peores que saber que lo enviaban a desguace.
Alguien tocó a la puerta. Tres golpes secos y seguidos.
–Adelante.
–Disculpe que me venga sin pedir cita señor.
–Queda disculpada, capitán –señaló a una pequeña pila de sillas que había cerca–. Siéntese por favor.
Cogió la silla de más arriba, limpió con suavidad el pequeño poso de polvo y tierra del asiento y se aposentó. No era demasiado joven y aunque no llegaba a la quinta del vicealmirante debía de haber visto una buena cantidad de acción. El pelaje rojizo, que en otro tiempo había sido mucho más intenso ahora estaba apagado y reflejaba los añolaikas pasados en activo. La mirada inteligente lo escudriñó un momento, admirada de la estatura de Thomas y de sus recias formas, a pesar de la edad.
–¿Qué necesita? –Aubrey no estaba de humor para andarse por las ramas–.
–Señor, nosotros hacíamos una ruta de entrega desde los astilleros Quack hacia la flota –bajó la voz, confirmando las sospechas del almirante de que el destructor que allí se había estrellado no era en absoluto normal–. Transportamos montado un dispositivo de salto experimental. No podíamos dejar que cayera en manos yagui y por eso decidí que lo mejor era encontrar ayuda. O destruirlo antes de entregarlo.
–Parece alto secreto. ¿He de suponer que su mando directo ha autorizado que me revelara esta información?
–Supone bien señor. Es de vital importancia que este tema no se airee más que lo justo y necesario, así que debo advertir de que he dispuesto que el reactor entre en masa crítica si el dispositivo y su software de uso son comprometidos de cualquier manera.
–Comprendo.
–Si los yagui se hubieran hecho con esta tecnología, pasarían de ser una molestia a ser un problema casi peor que los pollitos –le pasó el datapad con la información que le atañía–. Mi tripulación se comportó de la mejor de las maneras, pero en última instancia habría tenido que sacrificarnos para evitarlo. Gracias a su gente, no sólo el prototipo no ha caído en malas manos, sino que se ha salvado, al igual que mi tripulación.
–Me alegro entonces que decidiera visitarnos. Aunque debo decir que los que contraatacaron en superficie eran tropas del ejército regular. No estaban bajo mi mando directo, no más que los artilleros y jefes de las baterías de superficie.
–Algo he oído. Tengo entendido que se han suicidado para no tener que responder por su incompetencia.
–Sí… Se han suicidado –había dudado al principio y dio gracias por estar leyendo aquello, pues prefería no contar nada a otros que no fueran sus leales oficiales–. Nos impidieron que les echáramos el guante, por desgracia.
–Sí, suele pasar. No hay nada mejor que un buen consejo de guerra para los incompetentes. Lástima que no los pudiera capturar a tiempo, capitán.
Tuvo muy claro que la capitán sabía perfectamente lo que había ocurrido, pero ella también tenía muy claro que en oficiales de su edad, lejos de la justicia del grueso de la flota, bien podrían imponer la suya, discreta y eficaz, de una forma que no sería difícil averiguar qué habría ocurrido, pero que sin embargo, nadie podría probar.

Tenía casi tres horas de paz hasta su cita con el psiquiatra civil y las aprovechó para poder hablar con Aubrey. Lo visitó en el barracón que servía para la oficialidad y los veteranos, donde reinaba un ambiente silencioso.
–¿Me puede atender, almirante? –preguntó ella, cuadrandose en toda su musculada estatura–.
–Tome asiento, por favor –respondió Aubrey, incapaz de dejar de lado su animosidad por la parte yagui de la mestiza –muy bien, soldado. ¿Qué se le ofrece?
–El sargento McQuarry nos habló a Púlsar y a mí ayer sobre su intención de echarnos una mano con nuestros destinos.
–Sí, y así es, mantengo mi decisión. Su iniciativa no sólo frenó el avance por la superficie,, sino que evitó más muertes bajo mi mando.
–Gracias señor.
–Las gracias las doy yo –era consciente de que de la semiyagui había realizado una acción extraordinaria, pero su profunda aversión le impedía ser más amistoso, cómo usualmente era–. Tengo entendido que le gusta la camorra, ¿no?
–¿Disculpe?
–La violencia, el combate, lo movido.
–Sí, señor.
–Bien, también tengo entendido que el grupo de Operaciones Especiales suele tener bastante vidilla. Moveré algunos hilos, pero de momento, sigo siendo el jefe de esta base, así que me he tomado la libertad de darle un ascenso, cabo. Que el capitán McQuarry le de los detalles, porque no me sorprendería que estuviera bajo su mando.
–¡Muchas gracias señor! –Malabestia se había emocionado mucho. Abandonar aquél pedazo de roca era una prioridad para ella, por mucha amabilidad minera que recibiera– Le agradezco profundamente esta oportunidad.
–Cómo dije, las gracias las doy yo –volvió a repetir el vicealmirante. Se levantó y le tendió la mano a la semiyagui, reprimiendo la necesidad de negarle el saludo– ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarla?
–Pues ahora que lo dice… –comenzó, con un punto de timidez–.

–¡Eh, oiga! –dijo la capitán al mando del destructor Estrella de la mañana–. ¿Qué demonios hacen?
–Tranquila capitán, traemos una orden firmada por el vicealmirante Aubrey –dijo el operario, ajustando el cañón en las cinchas de la grúa–. Ha dicho que le entregará otro, pero que éste cañón P.C.D. ha de ser desmontado para su revisión.




Y se acabó. Casi cinco meses después de la primera entrega, se ha terminado el fanfic. Puedo decir que he disfrutado mucho, pues quería mostrar la batalla en la que Malabestia consigue su mítico cañón P.C.D. Comenzó por ahí y la batalla fue desarrollándose en mi cabeza, añadiendo no sólo ya el destructor, sino una fragata, a los piratas yaguis y además de una serie de personajes que me han gustado mucho.
He improvisado mucho, arreglado algunas otras cosas y creo que en general el resultado es positivo. Así que estoy satisfecho. Espero que os haya gustado; en unos cuantos días colgaré una versión en PDF con la portada y algunos comentarios de autor si se tercian.
Recordad que ayer publiqué una entrada con una excelente ilustración de la mano del genial Cano

¡Un saludo a todos y gracias por leer!


En los apartados de la Senda podréis encontrar el relato completo con su intermedio. De momento servirá hasta que cuelgue la versión pdf completa.

6 comentarios:

  1. Tremenda historia, me encanto leerla y muy bien contada, en todo momento las imagenes venian a la cabeza, con momentos de intensa emocion donde si hubiese sido una pelicula, hubiese sido el tipico momento que te pones en pie y con lagrimones de emocion corriendote por la cara gritas un "¡¡¡arrancale las tripas!!!!" ante alguna de las escenas de combate o un "¡¡ a tomar por culo!!!" cuando Mala les parte el culo directamente al mas puro estilo cañonazo total de la Estrella de la Muerte.

    Ojala terminen saliendo algunos en PW, seria apoteosico ver que fue de todos ellos despues de la guerra y el dominio pollito.

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    1. Muchas gracias por el comentario. Siempre son bienvenidos; ¡especialmente si la historia ha gustado!

      Sobre si se sabrá más de estos personajes, no te quepa duda de ello. Algunos de ellos me han gustado demasiado.

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  2. Cuando cuelgues el PDF avisa. Gracias

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    1. Por supuesto, lo incluiré como parte de una entrada en el blog. Pero quiero dejarlo arregladito para que se lea correctamente e incluso se pueda usar desde un eBook y similar.

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  3. He llegado a leer Pollito Wars mientras se publicaba en subcultura.
    Estuve rastreando incansablemente todos los sitios que pude y me gusto mucho este fanfic.
    Ame los personajes y la forma que se desarrollo la historia. Mil gracias por tan fino trabajo.

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    1. Vaya, acabo de ver este comentario. Disculpa que esté muy poco activo últimamente.
      Muchas gracias por tus palabras. Para un autor con una apatía tremenda, dan vida.
      Un saludo.

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