sábado, 17 de mayo de 2014

Pollito Wars: Filii Belli. Epílogo. (13)

Y aquí está, el principio del fin. Tres partes de epílogo y se acabó.

iJOXHiI.jpg


Epílogo:


Thomas Aubrey sobrevivió a la terrible herida que casi lo mata en el abordaje. Al despertar, la noticia de que el Beaufighter había sido derribado casi había conseguido lo que no pudieron hacer los yaguis. Ahora estaban tratando reparar la fragata para poder desplegar el tren de aterrizaje y comenzar con los arreglos serios, que en vista de los primeros informes, serían incluso demasiados. El capitán había quedado satisfecho en general con el resultado de la batalla. Todos habían dado mucho de sí, vistas las circunstancias y lo inesperado de aquello, pero la lista de bajas no sólo era más larga de lo deseable, sino que reconocía en ella los nombres de muchos hombres que sirvieron bajo su mando. Hombres a los que había llegado a apreciar cómo a verdaderos amigos y que voluntariamente le habían seguido a aquél destierro, fruto de la cabezonería del antiguo almirante. Nunca ninguno le reprochó la falta de acción, o la muerte prematura de sus respectivas carreras dentro de la jerarquía, sino que continuaron a su lado en la desgracia.
–No saben si volverá a levantarse. –McQuarry se limpió la cara con la toallita hidratante que el médico le había obligado a usar–. Parece que recibió más castigo del que podía tragar y el reactor anda pasado a tiros.
–Sí, he visto la espuma térmica que han echado sobre todo el Beaufighter –a Malabestia le había sido necesaria una intervención contra quemaduras bastante seria, pero ahora las múltiples gasas regeneradoras hacían su trabajo bajo los vendajes–. Está claro que no confían en que no pueda reventar. Menos mal que tenían material de sobra para cubrirlo. ¿Dónde anda Púlsar, por cierto?
McQuarry dejó con suavidad la toallita dentro de la loción y cerró el bote para que no se secara y perdiera propiedades.
–Lo tengo buscando a los dos pelotones al completo –calló un momento antes de continuar–. A lo que queda de los dos pelotones, claro.
–No supe cuantas bajas tuvimos.
–Yo tampoco. El alférez Romen ya había desaparecido antes de la batalla y que yo sepa, nunca recibimos reemplazo para el sargento Contrera. –se abotonó la guerrera con cuidado, intentando que no se le pegara demasiado al cuerpo–. Ahora quiero saber exactamente a quién perdimos y quién está vivo. Jerguins murió delante mío, a Cusack lo aplastó un yagui y no recuerdo mucho más allá. Los tuvimos enseguida encima y aquello se convirtió en una carnicería. Aún quedan por reconocer más de quince cuerpos y que nadie llevara las putas chapas no ayuda.
–Es posible que el resto se haya escondido y así siga.
–Sí, lo es. Yo mismo apenas pude evitar salir corriendo en cuanto llegaron a la trinchera y juro por Laika que casi me lo hago encima cuando tuve a uno de esos hijos de puta delante. No me sorprendería que estén en shock.
–La verdad es que no me acuerdo demasiado de nada –admitió Mala, que tenía serias lagunas de memoria–. Antes de que llegaran a cuerpo a cuerpo y alguna imagen suelta de después. Hasta el destructor es lo que hay.
–¿Tienes ya cita con el psiquiatra de los mineros? –el sargento la miró significativamente–. Ya te he dicho que te pusiste... desagradable.
–No, no. Tengo que ir.
–Es una orden para ayer, soldado. Mañana quiero que tenga de una maldita vez hora –dijo, ajustándose los galones en la guerrera– No podemos arriesgarnos, por mucho que no le pueda gustar lo que salga.
–Sí sargento.

El mando central de la N.A.M.E. se había puesto ya en contacto con el capitán Aubrey, para mandarle una fría felicitación, órdenes y las condecoraciones que considerara oportunas. Thomas leyó el extenso mensaje desde el barracón donde se le había alojado a él, a la comandante Kahina, el primer oficial Lykaios Enister y a algunos de los veteranos más heridos. No pudo menos que sonreír, sarcástico ante el repentino interés que parecía sentir la alianza por ellos de nuevo, hasta que sus cansados ojos azules pasaron por las órdenes y destinos de todos ellos. No explotó, ni siquiera se quejó en voz baja. Simplemente, dejó que la desagradable sonrisa desapareciera de su rostro y terminó de leer el resto del documento con semblante serio, ajeno a la conversación sobre cómo destripar yaguis que Sauri y Lykaios mantenían desde hacía un rato.
Estaba furioso, claro; pero no quería aguar todavía la fiesta que sabía que los mineros habían preparado cómo agradecimiento por el buen hacer de los militares allí. No es que fuera a ser opulenta, pero sería agradable después de los últimos sucesos, en especial por todas las negligencias que se podían apreciar ahora, pasado el susto. La más grande, la del propio capitán de navío por dar luenga correa a sus más directos subordinados, que mandaban áreas clave, cómo la batería de tierra o el botiquín. Calculó mentalmente cuántas bajas podrían ser consecuencia directa de aquellas estúpidas decisiones y se maldijo mentalmente. Era su responsabilidad y había fallado, trayendo miseria a aquella victoria.
–¿En qué piensas, Thomas?
Se giró a Sauri. Hacía años que no lo tuteaba. El tuteo durante el servicio no está permitido y para evitar incómodas conversaciones, Aubrey siempre estaba de servicio. Se la quedó mirando varios segundos sin responder, filtrando la frase y haciéndola pasar por su agotado cerebro.
–Tengo que escribir muchos mensajes de condolencias. Hacía mucho que no... Que no.
–Lo sé Thomas. Ya lo sé.
–Sauri –le costaba hablar–, yo… Quería decirte que…
–¿Sí, Tom?
Se quedaron mirando. El capitán había tenido una cierta fama de conquistador gracias a su gran porte y su carácter alegre. Con el tiempo, se había visto que era mucho más tímido de lo que dejaba ver y las experiencias habían aguado gran parte del buen humor. Así que a la comandante no le extrañó que desviara la vista de nuevo hacia el modesto escritorio, que no era más que una mesa con un cajón.
–Echo de menos aquello –hizo un gesto difícil de interpretar con la mano y su mirada–. Lo que pasamos. El matrimonio. Los hijos. Todo. Sé que luego todo se torció; todo… Y lo jodí. Y lo siento, pero aún así… Aún así, si termina la guerra, me gustaría...
–No has cambiado en nada Thomas –le dijo ella, siguiendo su línea de pensamiento–. Diría que me alegro, pero esto te afecta demasiado para la edad que ya tienes. Ya hablaremos sobre lo que nos gustaría hacer después de la guerra, cuando la terminemos.
–Si a lo que hacemos lo podemos llamar guerra, claro –apunto Lykaios, agudo–. Llevamos atascados aquí un buen tiempo y la flota no para quieta para que los putos pollos no les den por saco a base de bien.
El barracón entero caviló en silencio todas las posibilidades que tenían de sobrevivir a aquello. No ya de que alguna acción terminara con su vida, sino de que la situación acabara alargandose demasiado.
–Sauri, hay algo que necesito que se haga –dijo de pronto Aubrey, rompiendo el silencio–. No es algo limpio y por desgracia no puedo intervenir tal y cómo estoy.
–¿Qué es lo que hay que hacer?
–Te voy a pasar unos nombres –dijo, cogiendo uno de los papeles de su mesa–. Buscarás a esa gente y serán asesinados.
La sala se giró hacia él expectante. El capitán no era un tipo discreto y no había pretendido que dejara de escucharse. Quería que a todos les quedaba claro quién ordenaba aquellas muertes y por qué.

No hay comentarios:

Publicar un comentario