jueves, 10 de noviembre de 2011

Ira (VIII).

Aquí vengo con una nueva entrega de Ira. Pero esta vez, antes de irme al catre, cosa rara. Fíjate qué cosas. Me ha salido cortico, pero estoy satisfecho con el resultado.

En fin, al lío que me enrollo.



La rodilla se quebró hacia atrás, destrozada por el disparo y se despedía del resto de la pierna. Fragmentos de hueso y cartílago hirieron la tierra más atrás, salpicando la sangre inmediatamente. Jack, al sentire el aberrante dolor, comenzó a gritar con un chillido agudo y desagradable. Ira por su parte, suspiró levemente, pues se la había jugado. Cuándo su contrincante intentó levantar el arma de nuevo, ya había amartillado para el siguiente disparo. El hombro desapareció tras el trueno, dejando colgado el brazo derecho de un mal trozo de sanguinolenta carne. Jack no pudo mantenerse y se derrumbó hacia atrás, mientras el charco de sangre crecía. Sintió los pasos de Ira mientras llegaba hasta él, recargando con calma su Remington. Reía levemente, divertido por la situación.
- De ésta no pasas bastardo. - Puso la última bala en el tambor, sin preocuparse de cambiarlo entero. No tenía ninguna prisa. - Pero quiero que te calles y escuches atentamente.
- Te voy a mataaar... -Gimió, apenas consciente por el dolor.
Ira se inclinó hacia él y la agarró de la solapa. Lo medio incorporó.
- A tu hermano le di muerte como el perro endogámico y traidor que era. - Le miraba fijamente a los ojos, mostrándole la otra vida que le esperaba. - Y tu mueres entre fanfarronerías como un bellaco. Pero lo mejor, lo que más me reconforta y regocija, es que he ganado yo.
Lo dejó caer sin violencia. Jack intentaba llegar a su revólver con el brazo que le quedaba. El forajido, sonriente, pisó el brazo contra el pecho, usando su bota y aplastando con decisión. Apuntó con calma a la frente.

Se escuchó el último trueno del día, mientras el médico recogía al sheriff, que clamaba por un arma para sumarse a la pelea. Su mujer, llorando, le explicaba que ya todo había acabado.
Ira por su parte, saqueó el cadáver, quedándose con los cartuchos, preciados y de gran valor, algunos dólares y el revólver, que no era un mal modelo. Llevaba Jack un retrato de familia. Eran su hermano, su familia y él, en la granja que la guerra les arrebató. Al forajido le importaba un comino, así que lo dejó caer y reclamó su caballo, por las molestias.

Nadie movió un dedo mientras se lo llevaba para dejarlo en la caballerza.

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