jueves, 14 de julio de 2011

Ira. Prólogo (III).


 Nueva actualización de Ira con motivo de esta semana del Gilipollas. Espero que os esté gustando toda esta tanda de gilipolleces varias (que me acabo de dar cuenta de que en Subcultura hay un post de más, aunque nada serio), porque aunque a veces voy un poco ajustado de tiempo, en general estoy contento porque todos los días hay al menos una entrada, sea de lo que sea.







– Hijo, será mejor que dejes a ese hombre. – Uno de los alguaciles se había agachado para poder convencer con calma a los muchachos. – Si lo sueltas ahora, seréis perdonados.
Mike tenía al pasajero agarrado por el cuello y lo echaba hacia atrás, arruinándole la camisa, de la que saltaban botones. Su Colt Navy cromado, gemelo del de su hermano, apuntaba con un leve temblor al hombre, que bajo el mostacho y los ojos grises, sonreía. El joven parecía dudar bajo el pañuelo que ocultaba su identidad.
Tom se le adelantó y descerrajó un par de tiros más, de nuevo a una velocidad asombrosa para usar un simple acción con una sola mano. El alguacil se distrajo y la mano de Mike dejó de temblar. Al del mostacho, lo último que le pasó por la cabeza fue una bala del .36, que le reventó el occipital y dejó trozos de cerebro por todo el vagón. Inmediatamente, amartilló de nuevo y acertó a otro más, mientras su hermano saltaba de su cobertura y abría fuego contra otros cuatro. Entre los gritos y lamentos, recargaron con calma, al no encontrar más oposición.
– ¡Señoras y caballeros! – Mike disparó de nuevo para atraer la atención. – ¡He dicho atención! Gracias.
– Como habrán adivinado, esto es un asalto. – Continuó Tom, sonriendo bajo el ajedrezado que tenía sobre la cara. – Así que por favor, deseamos que depositen todo lo que puedan llevar de valor en los sacos que mi hermano les entrega a los primeros de la fila.
– Yo ahora me iré a convences a los amables maquinistas de que lo mejor es hacernos caso. – Se giró y le dio un golpecito en el pecho a su hermano. – Espero comprendan que Tom se queda con ustedes por si alguno intenta alguna cosa. Excuso decir que puede matar a seis de ustedes antes de caer.
El moreno se agachó, agarrándose el sombrero con la zurda y recogió uno de los revólveres que había por el suelo. Lo cargó de nuevo con los cartuchos de se dueño y volvió a apuntar a los pasajeros.
– Ahora puedo cargarme a doce. – Todos notaron una mueca cuándo hizo un gesto con el arma derecha. – No se olviden de los cartuchos, que van caros.

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