miércoles, 6 de julio de 2011

Bill Red. ¡Guerra! (III).

He vuelto! Otra vez.

Hoy vengo para traeros la tercera y corta entrega de Bill Red en sus andaduras en el frente francés. Hay un par de frases en irlandés. No creo que me pase, pero si alguno de los que me leen saben algo, no seáis malos. Que tengo que andar echando mano de traductor.
En fin, espero que lo disfrutéis.





Bill vio venir una sombra entre el humo, que se comenzaba a dispersar y disparó. La figura desapareció y sonrió. Otra sombra, con la que repitió el proceso. La tercera ya no tuvo la certeza de que fuera suya, porque en la trinchera tronaba ya el fuego continuado de la fusilería aliada y los gritos del sargento para indicar blancos, comenzaron a escucharse casi al mismo tiempo que la artillería ligera, propia comenzaba a disparar contra los atacantes. El nuevo y poderoso estruendo llenaba de satisfacción los corazones aliados, en lugar del temor anterior. Los alemanes heridos gritaban como cerdos en el matadero y algunos de los soldados voluntarios les coreaban como si así lo fueran.
Un casco alemán apareció rodando entre el espeso humo que se levantaba por las explosiones. Bill lo apartó con el cañón y gruñó, mareado por el olor a pólvora y muerte, que ya inundaba todo el valle. Le escocían los ojos y los oídos se le apretaban contra la mandíbula, que le dolía a causa del retroceso del arma. No sólo la boca, que ya sangraba ligeramente, sino el hombro y la espalda le estarían torturando si no fuera por que la urgencia le obnubilaba completamente, además del humo. Escupió un poco de rojo y continuó disparando a todos los objetivos que pudiera ver. Que no eran demasiados. Porque no veía una mierda.
Bajó un momento para respirar algo del pútrido aire del fondo de la trinchera, que era algo más respirable que el que había fuera. Casi antes de que se terminara de agachar, un oficial, con estridentes chillidos en francés, le azotó repetidamente con una vara.
– Muc salach! – El norteamericano estaba airado y se le escapó el insulto en irlandés. No le gustaba que le pegaran y menos aún alguien que no era capaz de hablar su idioma con un tono claro. – Téigh bhuail do mháthair!
Volvió a su puesto todavía enfadado, ciscándose en el oficial que ahora hacía amigos en otra parte y recibía insultos en varios idiomas.
Disparaba de forma mecánica, sin cambiar las alzas de 0 y casi sin apuntar, por que ya no era capaz ni de ver la punta de su propio fusil. Pausaba un momento para introducir cada nuevo peine hasta que se le acabaron y aquellos momentos de recarga se hacían cada vez más largos, porque apenas atinaba a introducir las balas en el arma. Maldijo.
Una eternidad después de comenzar con la ofensiva, los alemanes perdieron fuelle y sus hombres comenzaron a chaquetear entre el humo y los muertos. Desde las trincheras aliadas, salieron vivas y risas, así como disparos para abatir a los que aún se distinguían. Bill y Sam se reconocieron entre el humo y se dieron un apretón de manos, mientras el incombustible sargento recorría la trinchera.
– Muy bien chavales, fenómeno. – Decía King. – Me alegra que no tenga ya que estar encima de vosotros para que disparéis como toca. Casi nunca.
– Les hemos dado suficiente para varios meses. – Comentó el llamado Keeper, bajito y despierto. – ¡Así no vuelvan!

Y aquella mañana no volvieron. Ni por la tarde. Ni los días siguientes.

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