martes, 13 de agosto de 2013

Partida de Guerra 2.

Mi mensaje, después de la lectura:

La noche era clara. No había nube que manchara el espectáculo del cielo estrellado, en el que la Luna destacaba sobre todas ellas, eclipsando a las más débiles. Abajo, en las afueras del pequeño poblado el señor de aquellas tierras peleaba con un pelele giratorio, que en su brazo izquierdo tenía un escudo y en el derecho un gran garrote. Reissig por su parte, practicaba el arte de la lanza a pie. Nunca le había gustado, pues prefería el hacha, la espada o últimamente aquél gran instrumento que era el lucero del alba, pero estaba decidido a ser capaz de defenderse con la mayor cantidad de armas posible. Pero aquél pelele lo estaba machacando. Sus lanzadas no eran malas en absoluto, pero no era lo suficientemente rápido para usar el asta y parar el golpe del garrote. Y con escudo era incluso más torpe. Pinchó el centro del cuerpo del pelele para sentirse un poco mejor.
–Señor, eso es hacer trampa.
Se sobresaltó. No había escuchado a nadie acercarse y aunque la voz era conocida, lo había cogido por sorpresa.
–Maldita sea Klethi –dijo, recuperando el control de sus latidos–, vas a acabar por matarme si sigues haciendo eso.
–¿Yo? Señor, no sea tan malo –dijo ella, sonriendo pícara mientras dejaba una pesada bolsa de jabalinas a un lado–. Yo nunca podría hacerle daño.
Eso era mentira. La había visto arrojar una de aquellas jabalinas a una distancia enorme, sin perder en precisión. Si había alguien en su compañía que pudiera matarlo con todas las garantías, era ella. No es que no pudiera, es que no quería hacerle daño. La pelirroja se había unido un año y medio antes, en la capital swadiana de Suno. Ella necesitaba salir urgentemente de la ciudad y él pasaba por esa misma taberna, en busca de nuevos espadones para reclutar. No se había reído, símplemente la había contratado junto a cinco tipos más de aspecto feroz y había salido de nuevo, con la promesa de verlos más allá de la puerta del Este, en el camino que lleva a Uxkhal. Después vendrían los meses de entrenamiento, las penurias, las victorias y la gloria. Pero sobre todo, lo que más le gustaba a aquella jovencita y fibrosa pelirroja de cabello cortado torpemente a tijerazos era el dinero que ganaba. Compensaba de sobra el vivir bajo las estrellas.
–¿Qué haces aquí? –preguntó el caudillo, apoyando la lanza en su hombro y relajando la pose–. Sabes que os quiero frescos por la mañana. Somnolienta no vales de mucho.
–Mi señor, eso mismo podría decirle a voacé...
–Déjate ese tratamiento para cuando haya alguien de alcurnia delante –la interrumpió, irritado. La parla cortesana no estaba mal para los bailes y los juramentos de torneo, pero en campaña, no lo aprobaba, más allá del simple trato respetuoso–.
–Era una broma, patrón, no hace falta que se ponga serio.
–Ya, muy bien. ¿Qué quieres?
–Practicar, sire, como vos.
–La práctica durante el día, la noche es para dormir.
–Sí, pero es más divertido practicar con alguien, ¿verdad?
No respondió, simplemente giró y volvió a enfrentar al pelele. Pero sabía que la tenía detrás y que aquél suave siseo, de metal y luego madera contra lona, era el de una jabalina. Sintió una punzada en el omóplato derecho, allí donde hacía unos meses, ella, tratando de defenderlo de un borracho, había arrojado una de esas dagas que lleva consigo. Tan fuerte la lanzó que atravesó la excelente coraza y aunque tocó hueso, no hizo más mal que el dolor. Tuvo un mal presentimiento
–Con cuida...
La jabalina avanzó recta, le pasó a medio metro de la cabeza y atravesó con violencia el escudo. El pelele giró un poco, pero gran parte de la fuerza se había perdido al no incrustarse en el brazo y continuar el camino. Recordó a un jefe de mamelucos especialmente osado y blindado, al que el caudillo había designado cómo objetivo prioritario para los ballesteros. Nadie logró hacerle mella, hasta que Klethi, corriendo para ganar impulso, usó una de las jabalinas contra él y lo clavó al caballo. Todos suspiraron de dolor al ver la tremenda herida más tarde.
–Estos muñecotes son una mierda –comentó, divertida–. El metal y la carne son mejores para practicar.
No respondió. Sólo miraba hacia el pelele, aunque realmente, intentaba ver algo más allá.
–Sire, ni siquiera le he rozado...
–Cállate, maldita seas.
Klethi no se atrevió a moverse ni a hablar de nuevo. Aquél mismo tono, áspero y desagradable había presagiado muchos degüellos y ejecuciones ejemplares.
Algo, a lo lejos, sonó. Era un tintineo. Los ojos del mercenario escudriñaban las sombras cercanas a las casas de enfrente, tratando de buscar la fuente del sonido.
–Klethi, escucha atentamente y sigue mis órdenes sin dudar –dijo de nuevo con aquella voz, que parecía venida del mismo Infierno–. Coge tu caballo, cabalga hasta la compañía y dile a Matheld que está al mando y que se dirija a poniente. Hay un ejército al otro lado de las dunas y allí en las sombras, hay batidores.
Cómo obedeciendo una señal, cinco soldados, vestidos con turbantes y armaduras de cuero, se movieron hacia ellos en silencio y con rapidez. Brillaron sables al desenvainarlos.
–¡Pero patrón!
–¡Vete maldita, da el aviso! –gritó, ya sin pretender enmascarar sus intenciones–. ¡No os enfrentéis a ellos! ¡Yo los detengo, pero corre de una maldita vez!
Tiró una fuerte lanzada contra el primero, que lo atravesó sin gracia, pero con efectividad. Cayó sin vida y Reissig no pudo sujetar el asta del arma, para recuperarla. Se maldijo por no tener a mano su lucero del alba y pensó rápido. Tras él, debía de estar el saco de venablos que la joven había dejado. Sin dejar de ofrecer cara al enemigo, retrocedió con rapidez y allí encontró el saco. Lo agarró con las dos manos y golpeó con él al primer batidor, que al ver que se retiraba desarmado, creyó vencer. El caudillo recogió cómo un rayo el sable del caído y le lanzó un tajo a ciegas, antes de que llegaran los otros para socorrer a su camarada que ya blasfemaba de todos los dioses. Otro le llegó con el arma en alto, buscando la cabeza. Paró el golpe, bajó la muñeca y le propinó un cabezazo en la nariz, para después ensartarlo en tierra. Le lanzó el sable al tercero, que hurtó un momento el cuerpo, tiempo suficiente para que el mercenario recogiera el otro sable del suelo y mantuviera una guardia alta. Los batidores dudaron. No esperaban tanta oposición por parte de un aldeano. Reissig vio que vacilaban y se lanzó al ataque, aprovechando el respiro que le habían ofrecido. Cortó a uno el vientre y sus tripas se desparramaron con un repentino y desagradable olor. De los dos que quedaban, uno le paró el feroz sablazo, mientras el otro lo apuñalaba en la oscuridad, sin demasiado tino, pues no consiguió más que hacerle una herida superficial. Pelearon poco tiempo más, casi abrazados entre insultos, blasfemias y golpes. Al final, el caudillo salió victorioso, al precio de varios cardenales, un corte en el costado y un tajo bastante profundo en la cadera, que le dolía mucho. Se acercó al primero y desclavó la lanza con un gruñido. A lo lejos, en la duna, habían siluetas que centelleaban plata sobre la arena; los temibles mamelucos sarraníes descendían en Hawaha cómo una marea de metal y caballos. El mercenario, empuñó con fuerza la lanza, lanzó un rugido de desafío y se sostuvo a pie firme cuando cargaron sobre él.
A dos estadios al otro lado de la aldea, la compañía se apresuraba. Matheld sabía que sus órdenes se cumplirían sin oposición y por ello había mantenido su fría mirada nórdica en la aldea, de la que comenzaba a salir algún fuego. Un punto de preocupación atravesaba su pálida frente, que relucía casi tanto cómo su cabello, de un rubio tan claro que bajo la luz de Luna resaltaba entre tanta cabeza morena. Era la primera a la que había reclutado el mercenario en cuanto pudo permitírselo y era desde luego la más fiel de toda la compañía. Y por eso, se le hacía muy duro marchar y seguir sus órdenes. Pero la lealtad que le profesaba la obligaba a ello. Montó el el alazán que usaba para el viaje y dio la orden de partir.


Os traigo la continuación del post de hace ya unas semanas. Aunque esta vez, ya lo habéis visto, hay algo más de acción.

Dispensad si no os he respondido a algunos o si directamente parezco desaparecido. El verano no suele ser buena época pero este año ha comenzado la sequía antes y además, está siendo peor que otros. Es la primera vez que llego a la mitad del año y apenas he avanzado en nada.

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