viernes, 1 de junio de 2012

Cazador del Caribe

Hola, saludos a todos.


Me llamo Guillermo José de Lánderer Rojo y soy corsario y aventurero español. La mía no es una profesión popular en mi país, ni muy querida entre los altos despachos, pero necesaria. Tan necesaria como ser capitán de mar y guerra, ciertamente. Más ser capitán de mar y tierra en España supondría ser o acabar pobre y posiblemente, olvidado.
Pero como corsario, vendo mis piezas según lo que decido, al igual que la carga y su tripulación. El gobernador cobra lo suyo y la quinta del rey queda siempre satisfecha, pero yo no recibo una cantidad estipulada, que acabará diluida entre funcionarios y demás ladrones, sino que me quedo con el resto, que me ha hecho rico y poderoso.
Mi tripulación me es fiel, pese a algunos descalabros, en los que he perdido a casi la mitad de los buenos hombres que me acompañan en mis aventuras y combates. Pese a ello, no dejo de tener a ansiosos marineros que desean un pedazo de mi riqueza. Y yo, para mantenerlos contentos, soy extremadamente generoso.
He poseido varios barcos. El primero, mi querido Sofía era un bergantín-goleta hermoso, rápido y muy maniobrero. Por desgracia su artillería no estaba a la altura de las circunstancias y casi siempre me obligaba a rendir por abordaje, cosa que suele salir demasiado cara.

Sofía, mi primer barco.

Después de casi un año de espantosas sangrías, decidí que era hora de mejorar a Sofía, para que tuviera la mayor pegada posible. Pasé de veinte piezas de cuatro libras al mismo número, pero de dieciséis. Aunque mi estupendo barco mejoró muchísimo, seguía sin ser suficiente. Y ahí fue cuándo me atacó el Infranqueable.
No se llamaba así, por supuesto. Se trataba de una fragata de treinta y dos cañones inglesa, enviada a poner fin a mi osadía de atacar barcos en aquellas aguas. En cuánto vi cómo sus cañones se inflamaban y disparaban la carga, supe que debía de ser mía.
Entablamos combate con ferocidad, pero al final pudimos largar los garfios y hacerles comer buen acero toledano en corto. Tras adecentarla un poco y vaciarla de ingleses, pusimos rumbo a la Habana, dónde repararon mis dos preciadas posesiones y por desgracia tuve que dejar a mi querida Sofía, pues no confío en nadie para comandarla. Allí sigue, esperando a que vuelva.
Por otra parte, el Infranqueable, pues así llamé a aquella magnífica fragata, cargaba treinta y dos estupendos cañones, de nada más y nada menos que cuarenta y dos libras en su primera batería. Con esa artillería, pocos barcos podrían siquiera pasar cerca sin que lo consintieramos.

El Infranqueable, escoltando un convoy.
Después de algunas mejoras en el astillero, el Infranqueable no tenía mucho que envidiarle a mejores barcos, y con sus cañones hacía mía la ley, en todo el Caribe. No había francés, inglés o pirata cualquiera que se atreviera a atacar y si lo hacía, era en tal superioridad numérica que el buen español habría tenido vergüenza.
Mas después de uno de dichos combates, con el palo de mesana reventado, el bauprés partido y un par de pequeñas capturas, pues las grandes nos habían obligado a cañonearlas hasta su destrucción, hicimos puerto en San Martín, puerto holandés, que sí nos recibe y acoge, aunque con frío entusiasmo. Al requerir al jefe de puerto para la venta de las presas y las reparaciones, pude ver una fragata nueva, sin botar todavía ni bautizar, pues su comprador había quedado sin piezas con las que hacerse valer. Al interesarme por él, el rubio hinchó el pecho de orgullo, pues se trataba de su mejor obra. Un navío, pese a su clasificación de fragata no obstante, encargado para que fuera rápido, maniobrero y de demoledora contundencia. Lo había armado con una batería de nada más y nada menos que cincuenta y dos cañones, contando con una primera batería de treinta y seis libras y una segunda de veinticuatro.
Hice cuánto estuvo en mi mano para que fuera mía. Aquél navío me salió caro, extraordinariamente caro. Las dos presas y mi dinero no dieron para pagarlo, así que completé el precio con mi propia fragata. El capitán de puerto estuvo de acuerdo y concedió que me la llevara, pero debía pagar los cañones aparte, cosa que hice gustoso, pues vendí numerosas bagatelas que llevaba acumuladas de los saqueos.
Así, a las dos semanas después de que le dieran la última mano de pintura y terminaran con el pan de oro, levamos anclas y el Implacable zarpó.

El Implacable.


Lo llamé así porque si el anterior había sido realmente infranqueable, éste se convertiría en la pesadilla de todos mis enemigos. Pasada la emoción inicial de hacerlo surcar a toda velocidad las aguas del Caribe, comencé a hacer cuentas. Aquél barco me iba a salir dos veces más caro que el Infranqueable y cuadruplicaba el precio que me exigía a la semana Sofía.
Al final, resultó que era tres veces más caro de mantener, pero el tamaño de las presas al que podemos atacar es tan grande, que lo mismo da. Con dos de las presas habituales, sin contar la carga que lleven, nos sirve para cualquier contingencia. Al llegar a San Juan en Puerto Rico, pagué para mis muchachos una agradable noche en el burdel de la ciudad, que ellos me pagaron a mí con buen hacer en los siguientes días.
Implacable zarpando desde San Juan con rumbo a la Habana.


Ahora, nos dedicamos a interceptar patrullas francesas, pues el virrey paga bien por cada bandera que le llevamos. Un amigo ha intercedido por mí en Inglaterra. Ahora ya no me persiguen, excepto de vez en cuándo y yo procuro dejar tranquilos sus barcos. Aunque si no hay nadie para decir nada, no tienen por qué enterarse...
El alcázar del Implacable



Espero que os haya gustado ésta especie de broma. Es un personaje en el que estoy trabajando, para una serie de novela por entrega de aventuras, para la Senda. Lo protagonizará quien escribe ésta curiosa "carta", aunque con diferente nombre, que el que he puesto me parece demasiado ególatra. Es algo que me quiero cuidar mucho, así que me documento a mi velocidad habitual, que visto lo visto, es poca. Tardará, pero espero que merezca la pena lo que tarde en comenzar. Por otra parte, quería comentar que las imágenes pertenecen al juego "Age of Pirates 2, the City of Abandoned Ships" con un modificador o cúmulo de modificadores, que añaden gráficos nuevos, constelaciones y una enorme variedad nueva de barcos reales, texturas nuevas y personajes nuevos (conocidos o no, yo por ejemplo, llevo a Jack Aubrey, de ahí el nombre del primer barco, que es el que viene con el personaje). El mod se llama "Gentlemen of Fortune" y está cojonudo, por si alguno lo quiere buscar.
¡Un saludo, piratillas!

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