sábado, 14 de enero de 2012

¡Insurrección!

Bueno, mientras dedico tiempo a editar lo que me toca, que no es poco, corregir unas cosas urgentes y continuar entregas de icusagora y de lo que me queda por aquí, me ha dado por escribir lo que sigue, que es un adelanto de lo que podría ser el FanFic de Star Wars con el que sigo dentro de unos años.
Además de que es bastante adecuado, viendo los tiempos que vivimos.
Concurso
La Senda del Aventurero.



La noticia ya recorría Corellia como la pólvora. Una flota de guerra republicana había destruído un navío corelliano de carga, que trataba de romper el bloqueo sobre Koltraret, un pequeño planeta en la órbita de infuencia del sistema corelliano. Ahora, la flota leal al Diktat se había desplegado, teniendo que reclamar a toda prisa a la mayoría de alumnos capaces de la Academia. El resto, al mando directo de la plana mayor, se quedaba en el sistema, para la defensa del mismo. Todos buscaban al director de la Academia Naval, que había desaparecido. Malas lenguas decían que el antiguo soldado republicano había huído al verse en la tesitura de combatir de nuevo. Otros decían que era un firme republicano, en vista a sus actuaciones anteriores en el senado. Todo corelliano de bien, conocía la voz de aquél hombre, tan contrario al enfrentamiento armado. El antiguo comodoro republicano, que había sido despojado de su rango y antigüedad al enfrentarse al senado y a su canciller.

Cierto es que se ha llevado a su familia y pertenencias con él, e incluso a más de un amigo. Incluso mató en defensa propia o de otros a conspiradores corellianos, pero sabían que su lealtad a Corellia era demasiada. Amaba aquél planeta y a sus gentes y desconfiaba de la República y sus políticos. Lo que no significa que confiara plenamente en el Diktat, que tan propenso a la guerra era.

Era un día luminoso en la cercanía de Coronet, la brillante, majestuosa y peligrosa capital planetaria. Apenas nadie había reparado en el punto que se acercaba, excepto los controladores de tráfico, que se habían atragantado con el café al identificar el aparato que se acercaba con rapidez a la atmósfera. Atravesó ésta cómo si de mantequilla caliente se tratara, mientras desgarraba las finas nubes que se extendían más allá de la violácea estratosfera. El navío, de excelente manufactura mon-calamariana, sobrevoló a fuerza de repulsores la enorme ciudad y sus alrededores, antes de aterrizar pesadamente en las afueras, bloqueando vías de entrada y salida. Por los altavoces, se escuchaba una y otra vez, una potente voz, que pertenecía a un anciano que tres semanas atrás habían podido escuchar bramando en el senado:

- ¡Cualqier corelliano libre y que quiera lucha por la libertad soñada, que acuda al Implacable para ser reclutado! - La voz, más que enardecida, estaba furiosa, con un punto desesperada. - ¡Cualquier persona de bien, que quiera colaborar, será bien recibida¡ ¡El opresor republicano cierra la zarpa, mas nosotros nos liberaremos, mediante el propio esfuerzo!
Aquél mismo día, miles de madres despidieron a su prole. Cónyuges que se separaban para tal vez no verse más. Cualquiera en edad y con un mínimo era aceptado, de cualquier condición.

A la mañana siguiente, el Implacable alzó el vuelo haciendo retumbar la milenaria ciudad, que mudó antes de estallar en una cacofonía irreconocible. Aquí y allá las bocinas aullaban y el gentío chillaba adios y suerte para los valientes. Millones de gargantas, en varios puntos del planeta cantaban una canción independentista que se estaba poniendo de moda.

El navío, ascendió rápidamente, para inflamar los repulsores y poner rumbo a las estrellas. En dirección a una guerra, que tras los múltiples intentos de evitarla, las negociaciones, las súplicas y las salidas legales u honrosas, había estallado.
Ahora, el antiguo comodoro y capitán de Corellia, sin ser corelliano, iba a pelear por un planeta que amaba, en una guerra que querría habérsela ahorrado a sus ciudadanos. Con la casi certeza de que no podrían vencer.

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