martes, 27 de julio de 2010

Él (II).

Bueno aqui vengo con la continuación. He tardado poco. Y creo que no me llevará demasiado. Incluso menos de lo que pensé, espero que os guste.   



Dos meses después. 25 de Mayo.

Había comprado mucha munición y explosivos. Todo escondido en un cuchitril con un horrible garaje que apestaba a meados de gatos y vagabundos. No importaba. Era adecuado.
Dos días después de incendiar el piso había llegado a la conclusión de que necesitaría balas especiales. Se había fabricado en el pequeño taller miles de cartuchos del 5,56X45, de dos tipos, que iba a mezclar llegado el momento. Uno era perforante de alta capacidad y la otra variante era de punta de mercurio, explosiva. Además había adquirido una M249 con muchos tambores de munición, que rellenó con paciencia de los preciados cartuchos caseros, alternándolos. Calculó la cantidad que podría llevar encima del chaleco antibalas y el resto lo metió en una mochila que él mismo había confeccionado. Le daba capacidad de sacar las cajas de munición con relativa facilidad. Aquello terminaba esa misma semana. De una forma u otra.
Recordó con frialdad cada una de las pequeñas venganzas que había llevado a cabo contra los verdugos de su familia. A los cerebros les reservaba el glorioso final. Los verdugos eran avisos.


Vistazo al pasado: 3 de Abril.

Había vigilado la casa el tiempo suficiente. Sabía en qué momento se iría a trabajar. Y su familia quedaría sola.
Sonaron tres golpes en la puerta, no muy fuertes, pero firmes. La señora Harkin abrió la puerta sin temor, pues por la mirilla había reconocido una cara afable, como de religioso puerta a puerta.
-Buenos días señora.- Levantó el sombrero negro que usaba y se inclinó levemente. -Hay algo que me gustaría contarle sobre su marido.-
-¿Está liado con otra?- Miró recelosa la cinta de VHS que sujetaba en las manos. -¿Ese vídeo lo delata?-
-En cierto modo.-
-Pase, por favor. Y muéstremelo.-
-Por supuesto. ¿Tiene hijos?-


-¿Nena?- Entraba por la puerta cargado con un pequeño jarrón floreado. -He traído el jarrón para las margaritas. ¿Nena?-
No hubo respuesta. Tan sólo el sonido de la estática de la televisión del dormitorio. Dejó la carga en la mesa y se dirigió hacia allí. Antes de entrar pudo ver el televisor encendido, pero sin emisión y sobre la cama atisbaba la pierna desnuda y sensual de su esposa.
-Nena, me alegra que tengas ganas, porque yo estoy cali...-
No pudo continuar. Su mujer estaba tendida boca arriba en la cama, ensangrentada la garganta, de dónde salía un afilado cuchillo de cocina. Tenía cara de estupefacción y aspecto de haber llorado. Tenía el vestido roto, con la falda destrozada por el esfuerzo de arrastrarla a la cama. El sicario olió la sangre y no pudo evitar el vómito.
-Vaya. Qué poco estómago.-
Había aparecido por detrás y antes de que pudiera reponerse, disparó a sus rodillas, ahogados los tiros por el silenciador. Dio un grito y trató de apoyarse en la mesita de noche. Con una violenta patada en la cara, lo lanzó contra la televisión, derribándola y causando un mar de chispas.
-No tuviste problema alguno en hacerle cosas peores a mi familia. Total. Le enseñé el vídeo y le conté quién eres. En qué círculos te mueves. No puedes imaginar lo mucho que te odió antes de morir.-
-Bastardo...-
-Silencio sabandija.- Escupió en su dirección. La mano le temblaba. No por miedo. O incertidumbre. Sino ira. -Como decía, maldijo tu nombre. Y antes de que pudiera darse cuenta ya le había pinchado con el veneno. No te preocupes, murió muy rápido, casi ni lo notó. Ella es sólo el medio. No la voy a hacer sufrir más que lo necesario.-
-Los jefes...-
Le disparó de nuevo. Esta vez al hombro. Otro grito, otra patada.
-He. Dicho. Silencio.- Acercó su cara. Sus facciones parecían malvadas a esa distancia. -Los jefes ya me dan igual. Me da igual todo. Tu vas a llevar el mensaje. Eso me alegra. Recuerdo exactamente lo que le hiciste a mi bebé. Mi. Bebé.-
Le agarró del cuello y apretó con fuerza inhumana. Un hilillo de sangre le recorrió la mano. El contacto tibio del líquido con su piel le recordó el objetivo. Soltó a su presa.
-No, no debes morir. No todavía.- Sacó un botecito, una jeringuilla con aguja y algo de algodón con desinfectante. Le mostró el bote. -Mira. Que mires coño. Esto es un preparado que le arranqué a un químico en la silla de tortura de los jefazos. Te hará muy sugestionable. Y te permitirá escribir una confesión escrita por tus crímenes. Además de destapar los de tus jefes. Sus abogados tendrán mucha faena.-
-A mí no me metes eso.-
Se llevó la mano útil a la axila, buscando su pistola. Con un rápido movimiento lo bloqueó y lo puso boca abajo.
-No. No. No escuchas. No te estoy pidiendo permiso puta.- Llenó la jeringuilla hasta la mitad y sacó otro bote. -Ah, por cierto, si lo junto con este otro liquido, además de esos efectos, deja muy poco rastro de narcóticos y permite una muerte lenta, lúcida y te lo aseguro, dolorosísima. No tengo problemas porque puedas decirle a nadie sobre nuestra pequeña charla. Dudo que puedas hacer nada en el estado en el que vas a estar los próximos dos días.
Adiós.

2 comentarios:

  1. Pues me veo en la obligación de decir que no me gusta... pero por la temática, más que nada. Sigo viendo a un Punisher trajeado, con un código de barras en la calva, viviendo Una historia de violencia... Es que no me va.
    En cuanto a la forma, he de decir que marea un poco que haya dos 'él' en la parte más activa (el prota, y su víctima de hoy), sobre todo en el mismo párrafo.

    ResponderEliminar
  2. Vaya, lamento que no te guste. Pero me alegra que lo critiques porque no me había dado cuenta del fallo ese. Cosas de escribir y no leer. Intentaré evitarlo.

    ResponderEliminar