miércoles, 15 de octubre de 2014

Catalina 2

El desierto se extiende bajo el aparato, inabarcable en todas direcciones. Aquella trampa de aparente oro se antoja inofensiva, si no fuera porque cualquier fallo en los motores, en la navegación o en alguno de los delicados sistemas del viejo hidroavión Catalina significa la muerte. He decidido atravesar desde Niamey en el suroeste de Nigeria hasta Túnez capital bajo mi propia responsabilidad y no espero un rescate heroico para un europeo imprudente. Tampoco lo exigiré. Éste es mi viaje y mi aventura, debo terminarlo por mis propios medios.
Los filtros de arena pesan y me molestan más de lo que me gusta admitir para un trasto del que dependo tanto, pero no tengo más remedio que admitirlos a bordo, o en los despegues y aterrizajes los motores se me llenarán de arena. Y con lo viejos y gastados que están, ya sólo les faltaba eso.
Pero me da igual todo. Tengo sobre la cabeza el ronroneo contínuo de las cámaras de explosión, 1200 caballos de potencia contenidos en 14 cilindros que no explotan ya por milagro o convencimiento de su propia leyenda. Dos grandes y viejos motores, los de serie, sin añadidos. Sin más añadidos que los cientos de reparaciones que han ido necesitando a través de las decenas de años que han sobrevivido.
El horizonte está lejos o cerca, me da igual, apenas es una línea difusa que se torna todavía más borrosa por el calor y la luz del Sol cae implacable sobre mi vieja e impecable compañera que avanza imperturbable ante los vientos que la azotan. Nada la ha detenido antes y nada nos detendrá ahora.
Uso los compensadores para mantenerla nivelada y que no me necesite y me desplazo hacia las cúpulas de observación, desde donde quiero tomar varias fotos. No es que sea algo nuevo, o una nueva forma de ver el Sahara. Pero es mi viaje, y quiero guardar un recuerdo cuando yo ya no esté aquí. Porque cuando yo ya no esté, ella, Catalina, necesitará de fotos para expresar sus viajes.


Y de nuevo, como hace unas semanas que me han parecido años; me encuentro en la felicidad absoluta.



Hace unos cuantos años, escribí el que sería el primer relato corto que no tenía relación con absolutamente nada de lo que llevaba escribiendo hasta ahora. Ese relato se tituló Catalina.


Lo que hoy os traigo es una suerte de continuación. Espero que os haya gustado.

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