jueves, 17 de julio de 2014

Partida de Guerra 7

Ala, otro trocito más que tenía escrito por ahí:

Había asistido al espectáculo de cómo Klethi le cortaba los dedos a Dhiyul uno por uno, mientras éste se debatía inútilmente, pues ella avezada saqueadora, ya le había cortado sabiamente los tendones necesarios para que los moviera lo menos posible. Al final, Reissig se había desmayado y silenciosamente el mameluco lo había sentado en su silla de montar y lo había llevado con cuidado hasta la casa que el médico lo condujo. Tras unas curas rápidas, destinadas a tapar las heridas que ya deberían estar cerradas, salió para ver el estado del resto de sus pacientes y se encontró un número sorprendentemente bajo de heridos entre la compañía del mercenario. Contusionados, algún tajo menor, pero ningún muerto. Lo realmente devastador había sido la primera línea de infantería que se había interpuesto a ellos. Prácticamente ninguno de los infantes sarraníes había sobrevivido al embate. Y los que vivían preferirían no hacerlo, pues el estado de sus mutilaciones era tan enorme que no podría decirse si vivirían, pues algunos no podrían hacerse cargo de ellos mismos. Más esperanzador era el de la segunda línea, montada a toda prisa por el capitán desconocido, pues el primer impacto contra los mamelucos había sido leve y los swadianos no habían encontrado apenas resistencia, ya que estos se habían rendido rápido. Aún así, el saldo era de diecinueve muertos y cuarenta heridos, contando a su capitán, que tenía un tajo bien feo en el costado, pero que respondía bien. Fahd era el nombre de tal capitán y había tratado de formar la línea al ver que la primera no hacía mucho frente a la caballería.
–Pero mis tropas no eran tal, sino pobres campesinos, mal armados, a los que apenas he podido entrenar –dijo afligido, mientras le cosía la herida–. No eran malos hombres, pero el maldito emir se empeñó en reclutarlos a la fuerza y los pobres no han tenido oportunidad. Pero nadie podrá decir que no fueron valientes.
–Entonces, señor, mejor no le cuento algo de lo que me he enterado.
–¿El qué? ¡Por favor, hablad!
–Dhiyul hacía guerra por su cuenta. Los reinos habían llegado a la paz aunque fuera por un tiempo. Atacar esta aldea, esta batalla, todo esto. Todo lo ha hecho sin permiso del sultán.
–¡Traición! ¡Es posible que el sultán cuelgue a sus oficiales! ¿Cómo no me di cuenta?
–Pocos lo sabían, al parecer.

–Estáis despierto.
Matheld se inclinó sobre el yaciente. Ya no llevaba su acostumbrada cota de bandas y estaba desarmada. Pero no parecía prisionera, sino saludable y libre. Eso tranquilizó al mercenario lo suficiente para tratar de incorporarse sobre los hombros, pero el cuerpo le dolía tanto que no hizo falta ni media negativa de la norteña.
–Habéis perdido mucha sangre; el matasanos ha dicho que no os permita moveros –sentenció segura de su autoridad sobre el herido–. Así que más vale que no os mováis o tendré que ataros al catre.
–¿Cómo ha ido la batalla? –preguntó débilmente, sorprendido de su floja voz–. Entiendo que hemos vencido. Nuestro bando.
–La compañía apenas ha tenido bajas. Algunos heridos, nada serio y un par de muertos por los putos arqueros –casi escupía al decir esto; detestaba a los saeteros, jabalineros, arqueros, o cualquiera que peleara de lejos. Sin embargo, hacía excepciones, pues Klethi le caía en gracia y su propio líder era un consumado arquero sobre su montura, Válka–. La gente de Graveth lo ha pasado peor. Le ha costado mucho alcanzar el centro de su línea, sus tropas estaban demasiado cansadas para la tarea, más hay que reconocer que los saeteros que entrenan son muy buenos. Ellos solos han hecho una escabechina decente. Al final hemos unido nuestros esfuerzos a los suyos, desde la retaguardia enemiga, portando el casco decorado de Dhiyul, como prueba y los pocos que no se han rendido han sido pasados por la espada.
–Bien.
–El galeno se ha empeñado en curar a cualquiera que estuviera a su alcance…
–Está bien, tal era mi deseo.
–Bien señor.
–Matheld, gracias por volver a por mí, aunque debo decir que ha sido una imprudencia.
–Señor, nos encontramos que el rey Graveth y entre todos trazamos el plan –sonrió la norteña, incorporándose en su gran altura para alcanzar un botijo de agua fresca y un vaso de metal–. Con semejante apoyo, habríamos sido tachados de cobardes de no haber vuelto.
–Gracias por el agua –bebió ávido, pues debía de hacer una pequeña eternidad que no se llevaba un trago a la boca y tenía los labios agrietados–. Por los dioses, qué sed tenía. ¿Dhiyul sigue vivo?
–Han pasado dos días. Está muerto.
–¿Pero ha muerto como ordené que muriera?
–Nadie, excepto las bestias salvajes se le han acercado –frunció el ceño ligeramente al recordar los estremecedores chillidos–. Al final dejó de gritar y no sabemos en qué momento murió, pero para entonces todavía quedaba carne que aún devoran los carroñeros y parecía agitarse, pero el galeno nos ha explicado que ocurre en ocasiones en algunos cadáveres que están siendo devorados.
–Bien. Un poco más de leyenda para que los enemigos se lo hagan encima nada más avisten nuestro estandarte.
–Prefiero el embate honesto, pero entiendo bien por qué lo hacéis. Ya sabéis que las triquiñuelas no son lo mío.
–Si me puedo ahorrar un par de docenas de muertos y engrosar las filas de los prisioneros, ya sabes que lo haré. Un ejército asustado es muy fácil que pase a ser un ejército rendido. O destrozado –pensó con dificultad en ejércitos y en los últimos acontecimientos–. ¿Cómo han quedado las fuerzas del rey?
–Su Alteza ha recibido una flecha, gentileza de uno de esos malditos arqueros, pero está bien y se recupera, ya sabéis que es fuerte y testarudo. Respecto a su gente… Bueno, para la campaña en el norte va a tener que reorganizar su ejército, pues la infantería ha sido masacrada, cosa que no ha ocurrido con sus saeteros. No traía caballería, pues eran las fuerzas de asedio destinadas a Shariz.
–He de hablar con él. Llevo varias semanas tratando de convencerle para que abandone el rígido sistema que usan desde que se independizaron. La guerra con Swadia siempre vuelve, pero no le hace ningún bien disponer de tropa especializada en masacrar caballería pesada si el mes que viene se enfrenta a los jinetes de las estepas y en cuatro más se hace matar contra la durísima infantería pesada del norte.
–Todavía no estáis recuperado cómo para…
–No estoy diciendo que quiera ponerme a cabalgar, sólo quiero entrevistarme con Graveth antes de que comience a armar un ejército de nuevo según las costumbres. ¿Podrías interesarte por su estado y si es posible, concertar una audiencia?
–Sire…
–Matheld, si hace falta, me cargarás tú, pero voy a hacer valer mi amistad con él para que la guerra con el Norte no sea un baño de sangre para nosotros. Cada vez que sus ejércitos se encuentran con una tropa de desarrapados con arcos potentes y caballos resistentes pierde a gran cantidad de hombres. Los grandes escudos de los sargentos y los paveses de los ballesteros hacen mucho, pero antes o después encajan algún tiro y los arqueros a caballo o incluso a pie se pueden tomar todo el tiempo del mundo.
–En ese caso, así lo haré, aunque el galeno ha sido muy insistente en que no debíamos…
–Pues no me mováis coño, coged la cama y llevadla hasta él conmigo encima.
–Así se hará entonces sire.
–Gracias. Déjame el botijo a mano, por favor, y ordena que cada cierto tiempo me traigan más, me muero de sed.
–Haremos lo que mande el galeno –dijo, alejando el recipiente–. Y el galeno manda que el agua, será con mesura.
–No era una sugerencia, Matheld –dijo, visiblemente irritado–.
La mujer le lanzó una gélida mirada. No había título nobiliario, cantidad de dinero o liderazgo que pudiera superar la enorme fuerza moral que irradiaba Matheld.
–Claro, que también me puedo contentar con algunos sorbitos –repuso tras unos segundos sosteniendo la mirada estoicamente–. Sí, unos sorbitos estarán bien, no hay que abusar.


Bueno, queda una sola entrega escrita (y en total) de este arco argumental, así que por desgracia, cuando termine, se acabó hasta que me ponga con el siguiente, que probablemente se retrase en favor de otros proyectos (a poco tiempo hay que priorizar un poco, por desgracia).

Recomiendo que mañana 17, si vivís en Valencia ciudad y alrededores, no salgáis de casa a partir de las nueve de la mañana. Que soy un peligro todavía con el camión, jejejejeje.

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