sábado, 12 de abril de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (10)

Décima parte. Esto está emocionante hasta para mí, que ya sé cómo acaba.


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En la superficie, las cosas andaban relajadas, en comparación con lo que había ocurrido hacía unos escasos milaikas. Los yagui destripados seguían exactamente en el lugar en el que habían muerto. Sin embargo, Malabestia, Púlsar y McQuarry habían entrado ya en la nave y los supervivientes al abordaje y al posterior aterrizaje forzoso se habían puesto en contacto con ellos. Y no sólo con ellos. Control de tierra les había informado de que la batería orbital no funcionaba y que no podrían cubrirles ante la amenaza que había atravesado la atmósfera y se dirigía a su posición. Así, algunos técnicos habían salido para, junto los esfuerzos del ingeniero jefe, poner en orden de combate el destructor, aunque fuera cómo artillería fija.
–Es inútil –dijo uno de los técnicos, tras comprobar el último cañón P.C.D.–. No digo que no puedan disparar de nuevo, digo que el sistema de control está frito. Tenemos la óptica funcionando, pero no podemos moverlo. Y el sistema de respaldo se ha atascado.
–Entonces, será mejor que la capitán ordene la evacuación –comentó otro de ellos, rascándose la cabeza. Después, señaló hacia donde las nubes se teñían por los disparos de los contendientes aéreos–. No creo que sea buena idea esperar a que aquellos se acerquen más.
–¿Y si lo movieramos a mano? –Malabestia se había acercado a ellos. Era muy aficionada a trastear con su equipo y siempre le había atraído la ingeniería de combate–.
–Ya he comentado que los sistemas de respaldo no funcionan.
–Yo no hablaba del respaldo –dijo, sopesando la larga barra que era el cañón–. Hablo de manejarlo desde aquí a mano y que disparen desde el puente.
–El cañón en su afuste pesa más de media tonelada –dijo el técnico con una sonrisa socarrona–. Aunque esté apoyada en el montaje, no es ya levantarla en vilo, sino poder aguantar el tiempo suficiente para dispararla.
Mala se acercó al cañón, caminando con cuidado por el casco. Debía de medir casi tres metros desde el afuste y contando el sistema de refrigeración tendría un diámetro de quince centímetros. No sólo parecía pesado, sino que lo era y mucho, ya que a pesar de la buena potencia y fiabilidad, era un modelo un tanto antiguo. La refrigeración era eficiente pero también añadía un peso extra nada desdeñable. Sin embargo... Malabestia flexionó las piernas y rodeó el cañón con sus brazos. De pronto y con un suspiro suave, se incorporó, elevando el arma hasta su altura, para, con cuidado, apoyarsela en el hombro. Tensó los poderosos músculos de las piernas para mantenerse erguida.
–Bien. Dadme cinco milaikas y creo que podremos tener un disparo claro.

–¡Señor, perdemos potencia!
–¡Manténgalo así maldita sea! –volvió la vista al informe de daños, con gesto preocupado. El alcázar había estallado en alarmas de emergencia tras cinco milaikas de combate cercano–. Dígame que no nos está derribando.
–Lo siento señor, pero en cuanto nos hemos acercado... –el oficial parecía cansado y apenas podía con todos los datos que el panel le ofrecía–. Bueno, nos están dando de lo lindo. Parece que poseían algunas armas de gran calibre y corto alcance, similares nuestros obuses de plasma. Hasta que no hemos estado a bocajarro, no han abierto fuego con ellas.
Énister meditó unos selaikas. Aunque el navío pirata no parecía tan serio, de cerca doblaba su potencia de fuego. En el espacio no la había usado, ya que querían capturar la fragata, pero ahora...
–Quieren derribarnos. Por eso han bajado. –se volvió hacia el oficial de comunicaciones–. Jim, dígales a los de control de tierra que necesitamos urgentemente apoyo artillero, o perderemos la fragata. Pregunte también al capitán Aubrey si nos pueden prestar algo de apoyo cercano.
–Sí señor.
El oficial cumplió sus órdenes y esperó la respuesta. Apenas un selaika después, una gran sacudida recorrió la fragata, que se estremeció cómo un puente en un terremoto. En el alcázar, todos se tambalearon y Énister tuvo que mantener el equilibrio ayudándose de la barra de sujeción del techo. Inmediatamente, la fragata hipó y los motores atmosféricos se apagaron. El Beaufighter, agujereado y envuelto en llamas, se precipitó hacia la superficie.

–¡Está cayendo! –gritó uno de los técnicos,dejando de añadir una nueva cubierta refrigerante al cañón que Mala sostenía–. ¡Han derribado el Beaufighter!
Todos miraron en aquella dirección. La fragata, dañada de gravedad y con lenguas de fuego recorriendo su casco no podía mantenerse en vuelo y se acercaba con velocidad al suelo. Su viejo reactor, fatigado por el esfuerzo del combate y los enormes daños que había encajado el navío, había dado un pico de energía demasiado alto antes de apagarse definitivamente.
–Sin el Beaufighter y con la artillería muerta... –comenzó a decir McQuarry, pero prefirió seguir subiendo los materiales al casco desde la escotilla–.
–¿Queréis dejar de decir tonterías y seguir trabajando? –Púlsar se había puesto sorprendentemente serio. Los yagui lo ponían extraordinariamente nervioso. Pero mientras que en otros humáferos eso provocaba el pánico, en él producía un aumento de la seriedad palpable–. Vamos que no terminamos nunca con esto y hay que dejar el cañón preparado para abrir fuego antes de que esos cabrones intenten seguir con su mierda y machacarnos a todos, así que dejaos de lúgubres predicciones y continuad trabajando.
Todos se le quedaron mirando. Sus dos compañeros con más sorpresa que curiosidad, que es lo que sentían los técnicos. En todo caso, sin decir una palabra más, terminaron de colocar la tercera cubierta refrigerante.
–Muy bien, con todo esto, debería permitirnos un disparo bastante potente –el ingeniero revisó el cañón y lo sopesó un momento con la ayuda de la semiyagui–. Y además, ahora pesa más. ¿Podrá aguantarlo?
–Sin problema –mintió Mala. Pesaba mucho más que al principio, dado que si sólo podían abrir fuego con uno, lo intentarían con toda la potencia posible. Y eso significaba una necesidad extra de refrigeración–. Es tan ligero cómo un pajarito.
–Muy bien, pues vamos a prepararnos para las correcciones de tiro –le tendió una máscara cómo de soldador–. Bien, soldado. ha de llevar esto y es muy importante que procure no mirar directamente el haz. He traído también para ustedes dos.
Les entregó otro par a Púlsar y al sargento, que se habían empeñado en quedarse para ayudar a Malabestia en lo que necesitara.
–Aquí traigo además trajes anti-incendios del equipo de emergencia de a bordo –miró la enorme planta de la soldado y resopló–. Por desgracia para usted no tenemos tan grandes, así que pongaselo sobre los hombros y use las mangas para apoyar las manos.
–Gracias –respondió ella, dejando el cañón apoyando sobre el casco con mucho cuidado–. Creo que nos vendrá bien.
Se colocó el uniforme ignífugo sobre los hombros y se puso la máscara de soldador, adaptándola a su cabeza. A continuación, haciendo un gran esfuerzo, levantó el cañón se lo puso en el hombro, antes de orientarlo en dirección al enemigo.

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