sábado, 22 de marzo de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (8)

Vaya semanitas estoy teniendo. En fin, allá va otra entrega del Fanfic de Pollito Wars.
¿Os he enseñado el pedazo de fan art que se ha marcado LuisDiez? ¿Sí? Pues lo volvéis a ver, que no hace daño.


Pollito Wars
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–¿Ya están todos? –preguntó Sauri, tratando de mantener en pie la servoarmadura–. ¿Están todos muertos?
–Todos a los que hemos pillado, comandante –respondió con un hilo de voz el herido sargento Hem, recostado y con una manta cubriéndolo hasta los hombros–. No parece que queden más.
–¿Hemos tomado ya el puente? –volvió a preguntar la comandante, sintiendo la sangre gotear, que hacía ya un rato empapaba su uniforme de combate bajo las placas blindadas–. ¿Dónde está Aubrey?
–Al capitán lo está operando ahora mismo el doctor Karmir, un poco más atrás –Volvió a responder, obediente, el sargento, antes de toser contra un trapo y retirarlo, ahíto en sangre–. Oh, vaya. En fin, al capitán lo han rajado de arriba abajo y el doctor lo está remendando de urgencia.
Sauri suspiró. El capitán había quedado atrás, herido de gravedad, mientras el resto avanzaba hasta localizar su puente y asaltarlo. Mientras, el grupo liderado por la comandante había cubierto el pasillo principal, masacrando al resto de yaguis y localizando a los prisioneros en las bodegas. Allí, habían encontrado restos de seres vivos y gran cantidad de gente de diferentes especies y razas, esperanzados de pronto por la aparición de los infantes de marina. Algunos llevaban una vida entera bajo la esclavitud de los piratas y no sabían cómo reaccionar. Otros, presentaban mutilaciones de diversos grados. Y había varios que eran evidentemente mestizos de la variante más común y pequeña. Entre los olores y el aire enrarecido avanzaron liberando cadenas y prestando las primeras ayudas, mientras un grupo más reducido buscaba algún rezagado. El puente, guardado por media docena de piratas había sido otro pequeño hueso que roer y se había cobrado la vida de otros cuatro veteranos, a pesar de morderlo con cuidado.

La servoarmadura se abrió con un siseo, despresurizándose. El espaldar se movió hacia abajo, mientras la comandante descendía del hueco interno. Le recorría el costado una mancha oscura, que destacaba contra el verde oliva del uniforme y que llegaba hasta el calzado de combate. Se quitó y rasgó la guerrera y apretó la improvisada gasa contra el enorme tajo que había arañado sus costillas. El pelaje castaño encanecido estaba apelmazado por el sudor del esfuerzo y su cara de ojos oscuros daba muestras de haber pasado mejores épocas. Su cuerpo era una canción de violencia y de enormes esfuerzos físicos. Aquí y allá habían huecos en los que se veía alguna fea cicatriz, cómo la que le había hecho perder media de la oreja característica de una gatunante. Se sentó al lado de Hem con un suspiro dolorido.
–No me esperaba que este destino nos diera tantos problemas –dijo, inclinada ligeramente hacia adelante, conteniendo los espasmos de dolor–. Creo que ya no estoy para estos saraos.
–Ninguno lo estamos, comandante –dijo, desviando la vista hacia el improvisado quirófano del pasillo–, pero no podemos elegir. En todo caso, espero que el capitán salga de esta, aunque estaba tan mal que no han podido llevárselo a la enfermería.
–Sargento, está sangrando –dijo de pronto la comandante en tono neutro–. Está sangrando mucho. Mierda. ¡Necesito un sanitario aquí! ¡Ya! ¿Hem, dónde está herido?
El sargento, se lo mostró. Un horrible tajo subía por el muslo, desgarrando la carne, hasta el abdomen. Tenía otro más desde la cadera y recorría camino hasta el hombro izquierdo. Sauri vió brillar costillas y tripas e incluso detectó movimiento a pesar de la escasa luz, que en mayor medida provenía de los focos con los que operaba Karmir al capitán.
–Ya veo –susurró la comandante, procurando no alzar la voz más de lo necesario para no incomodar al herido–. ¿Y no hay...?
–No, comandante –cortó Hem, negando ligeramente con su canosa cabeza–. Me han metido tantas drogas que ni me duele ni me importa. Estoy más que listo para irme al otro barrio y no podría haber elegido una forma mejor.
–Ya...
Algunos de los esclavos desfilaron ante ellos. Seguían mostrando caras de temor, cómo si algún yagui fuera a aparecer en cualquier momento. Algunos giraron la cara hacia ellos y al adivinar su mirada, sonrieron agradecidos.
–Ha merecido la pena –dijo de pronto el moribundo–.
–¿Uhm?
–Todo el camino que he recorrido –comentó con voz suave el sargento–. Acaba aquí, pero no me arrepiento de nada. Mi época de recluta, las insubordinaciones, las malas decisiones... Todo para acabar aquí.
–Me alegro entonces –dijo, antes de añadir, dubitativa–. De que no se arrepienta. De que esté en paz. O sea, ya me entiende.
–No me arrepiento, pero sí que lamento una cosa –comentó, sonriendo–; no haber podido meterles una somanta de palos como mandan las ordenanzas a los putos pollos.
–Ya sabe; estamos a la altura del capitán Aubrey –dijo, jocosa–. La Alianza nos mira demasiado mal para darnos puestos de importancia.
–Por eso lo digo comandante...
–Llámame Sauri, sargento. No se lo diré a nadie.
–Muy bien, Sauri –dijo, sonriendo de nuevo–. Lo que decía, es que si no fuera porque nos insubordinamos aquella vez, no nos habrían desterrado aquí. Y por mi vida, que lo merece y si lo supiera, lo volvería a hacer.
Lo último lo dijo levantando una mano saludando a los liberados, que le devolvieron el saludo.
–Sauri, dígale al capitán que no es culpa suya –los ojos del sargento habían perdido el brillo, pero su sonrisa era lúcida y honesta–. Que sabemos cómo se pone después de combates así.

2 comentarios:

  1. :_(

    Los pelos como escarpias, un tiempo desconectado y poder leer varias de golpe hasta llegar a esta, genial y como en toda batalla, ahora se posa el polvo y solo queda llorar a los que no lo consiguieron.

    Pelos como escarpias, muy currado.

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    1. Me alegra de que te haya gustado. Lamento no haber contestado antes, ¡pero al menos puedo decir con satisfacción que queda historia para rato!
      ¡Muchas gracias!

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