domingo, 16 de enero de 2011

Icusagora Riel. El Beaufighter y el Golfo Ranac (V).

 Aqui llega una nueva y extensa entrega. Espero sinceramente que os guste, porque aunque comencé a escribirla con cierta precipitación (cosas que pasan), creo que es de los momentos más serios que he escrito. Nunca.

Un saludo.






En el pueblecito costero se habían atrincherado algunos de los supervivientes de la malograda partida corsaria. Aquellos que pensaban hacer fortuna habían sufrido un duro revés por los recién llegados. Los scandios bloqueaban el único camino del sitio, que actuaba de calle principal. Algunos caballos pacían tranquilos, libres de sus ataduras y obligaciones. Los scandios habían agolpado a la gente en el centro de aquella polvorienta vía. El fuerte olor y las vasijas que derramaban su ya escaso contenido sobre los habitantes delataban la intención de salir de allí enteros. Los sencillos pueblerinos sollozaron aterrados cuándo el jefe pirata ordenó que encendieran varias antorchas, sujetándolas cerca de los regueros de aceite inflamable. Del camino de la playa subían con calma los tres aventureros y un prisionero. Al parecer, aquél afortunado sabía hablar la lengua local así que lo habían designado como interprete. Estaba atado y caminaba al agudo filo de una de las hachas de Hoplas. Careila, atenta a las recomendaciones del sabio Plétoq, había decidido quedarse con el escudo del poderoso guerrero desmemoriado y llevar su enorme espadón usando una sola mano, para intimidar a los feroces guerreros. Icusagora por su lado cargaba con la ballesta de repetición de Vercel, legado de su tutor, apuntando directamente al caudillo, confiando en que Espinoso cumpliera con su parte y que el farol que iban a marcarse funcionara.

Los guerreros scandios vigilaban con celo a los que se acercaban a con lento paso, con cara de estar dispuestos a todo, descuidando en parte a los aldeanos que tenían detrás. Para su desgracia, unas leves pisadas se dibujaron cerca de ellos. Breves momentos después, a gritos, los opresores sofocaron el excitado murmullo que crecía a sus espaldas. No escucharon el leve tintineo de filos arrebatados a los muertos y navajas de los propios pueblerinos al pasar de mano en mano y no repararon que la masa viva se agitaba con una excitación distinta al miedo absoluto. Creían tener la ventaja total. Se equivocaban.
-Diles que deben dejarlos libres y rendirse sin condición. -Hoplas apretaba suavemente el hacha contra el cuello del scandio.
Tradujo. El caudillo rió estruendosamente y dijo algo, fácil traducir.
-Dice que no hagas chanza. Si intentáis algo, el pueblo entero arderá.
-Vaya, si que sabes hablar bien... -Icusagora sonrió levemente. -Dile que tiene una oportunidad, que apaguen las antorchas y tiren las armas.
El jefe sonrió de forma malévola. Pronunció unas palabras en su salvaje idioma y adoptó una postura desafiante.
-Moriréis todos, pueblo, entrometidos. -Tradujo y tragó saliva, con mucha dificultad. -Yo incluso. A vosotros os despellejará y luego os descuartizará. Personalmente.
-A ver. Para que lo entienda. -El aventurero pronunció con cuidado, con los peligrosos ojos apuntando directamente al caudillo. -Con esta cosa soy capaz de matar a un enano a 500 metros. Y a su primo. Y a su primo. Si esas antorchas caen, o no tira las armas inmediatamente, me encargaré de que tenga un nuevo agujero para respirar. Y aquél. Y aquél.
Bueno, allá va. Si con eso no resulta, mal vamos. Los tres habían pensado exactamente lo mismo. Como si se hablaran.
Tradujo de nuevo, con calma y remarcando las partes importantes. El líder dio un paso hacia atrás, inseguro. Miró a sus hombres, que mantenían el control sobre los agazapados aldeanos, que lo miraban con la ira en sus ojos. Creyó ver un destello de impaciencia en la mirada de los hombres. De pronto, se dio cuenta de que todos se habían agachado, no como hacía unos momentos, en los que algunos aún se mantenían erguidos en mitad del desastre. Y se dio cuenta de que se la estaban pegando.

Gritaba algo mientras se giraba. Probablemente una orden de ataque. Hoplas se lanzó hacia delante sin pensar, mientras que Careila apartaba de un empujón al intérprete y con un vigoroso grito, siguió al guerrero al combate. Icusagora por su parte, había localizado ya a Espinoso, posicionado detrás de uno de los piratas, al que había apuñalado y peleaba con él para sostener la antorcha. Habían dos más y cada uno tenía claro lo que debía hacer, así que sabiendo que derribar a quién la sangre le reclamaba no serviría de mucho, desvió levemente el tiro y disparó sin florituras, directo al bulto, pues lo mismo daba y era más fácil de dar.
El herido quiso cumplir la orden que le habían encomendado, pero sintió que se quedaba rígido en una décima de segundo, que el frío lo atenazaba hasta que no podía sentir nada más. Hoplas y Careila no se agacharon, a pesar de que conocían el plan, no podían permitírselo. Riel, después de soltar la saeta de hielo, disparó en abanico las otras 7, derribando a varios guerreros e impactando una en la armadura del caballero desmemoriado, pasando antes cerca, muy cerca de la sien de la joven. El guerrero, con la saeta sobresaliendo de su omóplato cargó contra los enemigos que se agolpaban frente a él, abriendo camino y tajos en la blanda carne scandia. Gracias a esa maniobra, la silenciosa muchacha se encontró en línea recta para poder trabar al tercer norteño que aún sujetaba el fuego. Y que ya pretendía encender.

Bufó al lanzar el escudo de Hoplas, directo al pecho del scandio. Aquél tremendo golpe lo hizo tambalearse y caer de espaldas, dando con sus huesos en el polvo. No soltó la antorcha, por miedo a incendiarse también, así que se levantó para asegurarse de que aquello prendía apropiadamente. Pero Careila que llegaba a la carrera, le cortó la axila derecha hasta que arrancó el brazo desde el hombro. Aprovechando el duro golpe contra el mutilado, pudo frenar a tiempo para coger el fuego, aún con el brazo aferrado a la madera seca, mientras el otro rodaba dejando restos de sangre en tierra.
Todo esto había ocurrido en un momento, corto, muy corto, y sin embargo, aldeanos ya se levantaban de su lugar, revelando los siniestros filos que Espinoso les había pasado aprovechando el amuleto de invisibilidad de Riel. Los hombres trabaron combate contra los desprevenidos scandios, cosa que permitió a Hoplas, que de pronto tenía a muchos enemigos ocupándose de la retaguardia, destrozar y mutilar sin piedad y a placer. Aulló de entusiasmo y avanzó un poco más, tratando de llegar junto a Careila para apoyarla, pero constató que no necesitaba de ayuda alguna. Icusagora por su parte había soltado la ballesta y se acercaba con la espada en la mano, aunque no demasiado convencido de entrar al combate con aquél tajando a diestro y siniestro. Pero no lo necesitó. Uno de aquellos bárbaros, deseoso de la muerte en combate le plantó cara. Iba desnudo de cintura para arriba a excepción del casco adornado y llevaba tan sólo un hacha en calidad de arma. Y qué hacha pensó el aventurero. El asta debía medir poco menos que él mismo y la hoja era larga como su antebrazo, aunque ligeramente curvada. Aquél no parecía preocupado por lo que sucedía con la gente. Sólo deseaba matar y había decidido enfrentarse al que en su juicio al que menos peligroso sería, pero que no tenía ningún adversario, al contrario que sus compañeros. Así que zarandeó el hacha y atacó.

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