Bueno, aquí va un pequeño relato que espero no se alargue más allá de las tres o cuatro entregas. Se trata de una historia que tiene mucho que ver con el webcómic que ando guionizando, ya que los tres protagonistas que aparecen son tres de los protas de dicho cómic, sólo que unos cuántos años antes. Además, hacía tiempo que quería escribir algo sobre la guerra de Bosnia y la disolución de Yugoslavia (que yo viví siendo un chaval y sin ser del todo consciente de lo que allí ocurría) y creo que el marco es adecuado a los personajes. Espero que los disfrutéis y os sirva para conocer mejor a los personajes.
Hacía semanas que estaban
allí. Dean y él ya se conocían de hacía un par de años, cuándo visitó a un
amigo en Ulster y desde entonces el alemán había insistido en que trabajaran
juntos. Yugoslava se descomponía violentamente y ellos trataban de buscarse un
hueco, entre la mala sangre y las atrocidades que allí ocurrían. Al final
habían encontrado a un serbio adinerado que les había pagado para buscar a su
mujer, que estaba en un edificio de Sarajevo, en el bulevar Zmaja od Bosne. Un lugar peligroso, desde el que la señora
había mandado una señal de socorro a través de una centralita de radio que
todos creían desconectada. Según su mensaje, allí había cómo media docena de
personas, que no se atrevían a salir por la amenaza de francotiradores que
campaban por todo el bulevar. Hermann entendía perfectamente aquello, ya que
cada paso había que planificarlo, repensarlo bien y efectuarlo. Y aún así no era seguro al 100% que no
recibieran alguna de aquellas balas explosivas.
Barega estaba echado en el
suelo, tratando de dormir un poco. Desde que había salido de su aldea
natal en el Gran Desierto de Victoria,
no había visto otra cosa que guerra y cine, así que después del infructuoso
intento de acabar en Holywood, se había embarcado en un mercante con destino a
Europa. Una vez en Bosnia, había conseguido armas mediante el noble arte del
contrabando y la amenaza y ahora estaba allí, varado en plena Sarajevo,
tratando de conseguir que sobrevivieran aquellas personas. Por suerte, una de
ellas que decía tener mucho dinero fuera de la guerra, era aficionada a la
electrónica y creía haber enviado un mensaje usando el aparato de radio de una
antigua emisora yugoslava, que ahora estaba llena de cristales rotos, sin más
electricidad que la que conseguía un pequeño generador diésel. Bebían el agua
que traía Barega de fuera, desde el río, pero las pastillas potabilizadoras del
aborigen se estaban agotando y no podrían mantenerse mucho más allí, si no
encontraban una fuente de agua potable, o más pastillas. La comida también era importante,
pero disponían de suficientes latas para mantenerse al menos cuatro días más
sin problemas. El joven mercenario apenas bebía y sólo se permitía un bocado
diario, a pesar de ser tan excepcionalmente grande. Debía de medir con
facilidad los dos metros de alto y era tan corpulento que dos personas lo
habrían tenido complicado para rodearle con sus brazos. La oscuridad de su piel
había tomado un tono ceniciento, no ya por la falta de Sol o la mala
alimentación, sino por las toneladas de polvo que allí había.
Hermann estaba seguro de que
en el edificio de enfrente habría al menos cuatro de ellos. De lo que no estaba
seguro era del armamento que tendrían. Algún 47, que montara una mira
anticuada, si había suerte. Lo más probable es que aquellos hijos de puta
tuvieran al menos un Zastava, que combinado con las armas automáticas de sus
compañeros, sería muy eficaz. El Zastava atrae, los otros acaban el trabajo. No
es que no pudieran disponer de un Dragunov, pero su munición especial lo hacía
menos accesible. Sopesó la posibilidad de dar un rodeo, pero sería demasiado.
El mapa, si era correcto, indicaba que tras aquél edificio ruinoso de diez
plantas, estaba la antena y la antigua emisora. “Lo más seguro, es que nos
acerquemos con cuidado y pasemos lo más cerca posible” pensó, mientras miraba
con el espejo que se había traído adrede.
– Dean, tenemos que movernos.
Vamos a acercarnos al diez del otro lado y lo sortearemos por abajo –dijo al
irlandés, que aguardaba algo intranquilo–. He contado dos, así que serán
cuatro. Quinto piso, ventana tres y tercer piso, ventana seis. El resto, ni
idea.
–Creo que desde aquí puedo
meterle un chuzo al del tercer piso –Dean se ajustó la gorra y la correa del
AK74SU, un modelo corto del fusil de asalto–. Para el del quinto, habrá que
acercarse.
–Mejor no, al menos, no si no
nos ven –el alemán se irguió, de espaldas al container en el que se cubrían en
ese momento. Toda la calle estaba bloqueada de la misma manera, o con vehículos
y escombros–- Desearía haber ido por otro lado.
–Bueno, jefe, tampoco habían
muchas más opciones –Dean agarró fuerte el lanzagranadas monotubo y miró por el
espejo que Hermann aún mantenía en la esquina–. Hay una furgo cruzada. ¿Quién
va primero?
El alemán se giró. Miró de
arriba abajo a su compañero y aguantado su fusil AK104 con la diestra, avanzó
el puño izquierdo. Dean hizo lo mismo y los sacudieron tres veces antes de
sacar cada uno su opción. Lo repitieron otras tres veces hasta que Dean resultó
vencedor, mientras Hermann se
persignaba.
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